Vivimos momentos amargos que nos desafían a replantearnos los
paradigmas y las utopías. Nuestras agendas han ido perdiendo sentido de ser y
se han desnaturalizado. El “enemigo” de ayer, hoy las articula en sus
estrategias y propuestas políticas.
En la sociedad dominicana sopla un aire de desencanto. Pero
aún se siente en la atmósfera un poco de rabia y todavía nos resistimos a dejar
morir lo soñado. Nuestro saber popular bien lo dice, cuando más oscura está la
noche es cuando más cerca está el amanecer. Y como lo último que se pierde es
la esperanza, hasta el out 27 no se sabe quién gana o quién pierde en este
juego.
El origen del desencanto dominicano no resiste teorizaciones
complejas. La ambición desmedida de los grupos económicos y la degeneración de
los partidos políticos han ido creando una situación de calamidad que
paulatinamente ha ido produciendo una sociedad desencantada. Nuestro país podrá
presentar décadas de crecimiento económico, pero las causas del escaso nivel de
desarrollo humano que hemos obtenido no podrán ocultarlas por siempre.
Porque la inequidad social que históricamente ha
caracterizado a la sociedad dominicana,
hoy la desvirtúa de una nación con vocación de Estado de derecho.
Estamos carentes de prácticas y discursos encantadores que nos hagan creer que
otro país es posible.
Al asumir la presidencia de la República, Danilo Medina nos
habló de la necesidad de enrumbar a la sociedad por otros caminos, el de “hacer
lo que nunca se ha hecho”. Pero ha venido dando pocas pistas que nos conduzcan
a lo comprometido. Ante la Asamblea Nacional hizo planteamientos al liderazgo
político y empresarial en torno a una serie de pactos imprescindibles para la
gobernabilidad democrática. El pacto educacional con el cumplimento en primer
grado de la ley que consagra el 4% a la educación preuniversitaria. El pacto
fiscal que implica dinamizar las recaudaciones y disciplinar la inversión
pública hacia estándares óptimos que vayan en la necesidad de realizar
inversión en capital social, y el pacto eléctrico. Pero la tarea de
institucionalizar la democracia dominicana todavía no se configura.
El país sigue conducido por minorías políticas y económicas
que hacen de él una mojiganga de sociedad en vez de un Estado de derecho. Como
bien cuestionó en su momento nuestro
poeta nacional, Don Pedro Mir, cuando ponía en duda llamar a dominicana país; y
al que Juan Isidro Jiménez Grullon
denominó ficción.
No basta con encantarnos presidente Medina. Hay que hacerle caso a aquel diagnóstico-informe
Attali, donde se evidencia que si la sociedad dominicana no inicia un viraje,
corre el riego de la desintegración.
Nuestro país ha ido perdiendo colores de su arcoíris y la guagua parece que va en reversa. Pero aún
hay tiempo, fuerza y sueños que evidencian que aún no nos damos por vencidos.
De manera que el desencanto de hoy puede parir
encantos