El filósofo Josep Ramoneda decía que
la racionalidad del quehacer político se reduce a una simple fórmula
matemática: saber implementar las estrategias y aplicar con rigor las técnicas
para poder conquistar y mantener el poder.
Muchos líderes de la política fracasan porque descuidan aspectos
fundamentales que la sociedad vigila cautelosamente. Creen mucho en la
plasticidad de la sociedad, confían en su capacidad de moldear las
instituciones y de adaptarse a ellas.
Es decir, confían en la retroalimentación (en los resultados de sus
hechos) entre el vicio y la virtud, pero pocas veces se detienen a valorar la
importancia involucrarse directamente con el pueblo para observar de cerca los
problemas que padecen.
Se trata de un concepto filosófico que no pierde vigencia. Cuando se
gobierna de espalda al pueblo, las cosas no salen bien. Hay muchos ejemplos
sobre estas cosas e incluso algunos gobernantes han caído por no aplicar esos
principios.
Todo gobernante siempre se apasiona por el poder, sobre todo si es
visionario, inteligente, honesto, trabajador y respetuoso. Al poder no se llega
para servirse, sino para servirle al pueblo. No todos entienden ese concepto,
sólo los hombres honestos y sabios.
En una sociedad democrática, un gobernante debe trabajar siempre con un
oído puesto en la ciudadanía, que es quien puede favorecerlo con el voto, y el
otro en el poder económico, que es en definitiva el que puede hundirlo a base
del dinero.
A parte del poder económico, están los poderes fácticos, que son grupos
que actúan al margen y unidos a los partidos y que mantienen una presión social
constante sobre el poder legalmente constituido a través del voto.
Las organizaciones populares, las redes comunitarias y las instituciones
de la denominada sociedad civil, son ejemplos de poderes fácticos, que
utilizando al pueblo como carnada hacen la vida imposible a muchos gobernantes
democráticos y en ocasiones lo hacen para sacar provecho económico a través del
chantaje.
Un gobernante inteligente conoce a la perfección cómo funcionan esos
poderes y trata de lidiar con ellos con sumo cuidado, con fino tacto y
sabiduría.
Esa filosofía es bien interpretada por líderes mundiales que saben
encaminar los pasos hacia un futuro promisorio. El pueblo es sabio, observador,
tolerante y en su momento castiga a quienes no cumplen.
El presidente Danilo Medina, para citar un ejemplo, ha implementado un
estilo diferente de gobernar, poniendo en práctica su mensaje de campaña en las
pasadas elecciones generales de “Continuar lo que está bien, corregir lo que
está mal, y hacer lo que nunca se hizo”.
El contacto directo del mandatario con la gente, especialmente aquellos
dominicanos que viven en la zona rural y barrios marginados, ha dado sus
resultados positivos porque es la forma de ver de cerca la catastrófica realidad
que padecen millones de dominicanos, comprobar en el terreno de los hechos que
se están cumpliendo sus instrucciones, que no lo están engañando.
Se trata de una postura muy inteligente que ojalá sea imitada por los
futuros jefes de Estado. Es una visión de futuro que trae buenos frutos.