Las barreras
comerciales decretadas aviesamente por el gobierno haitiano contra productos
dominicano, han creado impactos nocivos en el nicho político y comercial de la
sociedad dominicana.
Han sorprendido a sus pares dominicanos, que jamás
pensaron que desde Haití se estaban urdiendo planes “desestabilizadores” para
con las relaciones comerciales. Pero una cosa debe quedar claro, las relaciones
comerciales entre ambos países han carecido de reglas ajustadas a los contextos
modernos del intercambio comercial; cuestión que hay que regular acorde a los
entandares internacionales y los ambientes diplomáticos.
Si bien es
cierto que el gobierno dominicano tiene
interés en mostrar voluntad política para revisar e implementar nuevas agendas
políticas binaciones. También es cierto que existen otros aspectos que esperan
un tratamiento adecuado en las relaciones de convivencia insular.
Ahora las
relaciones tienden a enturbiarse producto de las vedas decretadas por el
gobierno de Martelly para defender intereses desmedidos de la burguesía
haitiana. Haití y República Dominicana han dado muestras fehacientes de un año
acá, tendentes a unir esfuerzos para enrumbar las relaciones por nuevos
caminos; el medio ambiente, el transporte, la mejora de las relaciones
comerciales a través de los servicios aduaneros bien equipados y formados, y la
integración de las poblaciones, son problemas que deberán ser gestionados por
el Estado dominicano y haitiano a muy corto plazo. Así se expresa el informe
Atalli sobre este particular, y deberíamos tomarlo como un referente valido.
Estamos en una
coyuntura que demanda una respuesta impostergable para que la agenda
dominico-haitiana sea tratada desde una perspectiva insular. Hay que hacer una
auditoria temática de interés colectiva para abordar otros elementos que no
respondan exclusivamente al interés coyuntural y meramente comercial de las
oligarquías haitiana y la dominicana. Pero la disposición del gobierno
dominicano de sentarse con Haití, ahora, para tratar el tema de los mercados
transfronterizos no da respuesta integral a la realidad que debería transformar
las relaciones en sus más diversas temáticas.
Por otra parte,
es evidente la resistencia de las autoridades haitianas para concretar salidas
institucionales. Las razones esgrimidas por Haití para justificar las prohibiciones,
han sido pobres y torpes. Rayan en la
ambigüedad y carecen de asidero técnico y político. El gobierno haitiano
no ha sabido situar objetivamente y de una manera creíble las presiones que
ejerce sobre el comercio fronterizo. Y ante la opinión pública dominicana,
estas acciones son consideradas desleales y responden a intereses mezquinos de
la burguesía y el poder político haitiano. Haití debe invertir en crear
alianzas estratégicas en Santo Domingo.
Aun cuando el
gobierno de Martelly reclama un ejercicio de soberanía, no escapa al observador
que las medidas no solo afecta a los productores dominicanos. También está
siendo afectado la abastecimiento interno. Y eso perjudica a los sectores más
empobrecidos de la vecina nación. Algo irracional y poco ético.
La voluntad
política del gobierno de ambos gobiernos debe concretarse en la construcción de
una agenda binacional en el marco de un ambiente de colaboración, de amistad y
de hermandad. Por tanto, la agenda de la Comisión Mixta Bilateral no debería limitarse a estar planteando la
revisión de aspectos, exclusivamente, comerciales. La salida no debe ser el
lenguaje desesperado de acudir a foros internacionales a dilucidar la temática.
Esto, debe quedar relegado hasta tanto se busquen todas las alternativas entre
ambas naciones, a través de diálogos bilaterales en la Isla.
Haití debería
mandar al mundo otras señales de sensatez y apertura en aras de buscar salidas
institucionales a los temas espinosos que la enfrentan con este país. Las
condiciones están dadas, solo hay que trascender los prejuicios y las
malquerencias del ayer para allanar nuevos caminos de un devenir insular de
prosperidad colectiva. El gobierno haitiano esta compelido a cambiar la imagen
de parecer mal infundada, de desorden y caos como se le concibe, por la
arquitectura de un real proyecto de nación.