<b>Hacía mucho tiempo que no se escuchaba esa
palabra en los medios, ahora la ha regresado uno de los artistas de mayor éxito
en el país y de más regia personalidad, El Caballo, Johnny Ventura, quien sin
rubor, ha planteado a sus compañeros artistas que paguen payola si desean sonar
en los medios de radiodifusión sus creaciones artísticas. </b>
Siempre hemos sido
partidarios de la regulación de la promoción artística, pues ciertamente es un
negocio y todos los que participan en un negocio tienen derecho a participar de
los beneficios que el mismo genera. En
principio fueron los propios artistas quienes debieron entablar una recia lucha
por el
reconocimiento de sus derechos morales y patrimoniales. Esto es, primero
debieron exigir que se les reconociera la paternidad de la obra por ellos
creadas y luego que se les remunerara económicamente por éstas.
Desde que el llamado pequeño derecho (la
música) desplazó al gran derecho (Teatro), el rol de los medios de comunicación y la
reproducción se hicieron con la esencia misma de la difusión
llegándose al punto de que, en la actualidad, no solo el comercio paga por
publicidad, sino que la propaganda política, el proselitismo político, también lo
hacen. Al grado de que los medios de comunicación de radiodifusión pertenecen
desde hace buen tiempo, no a promotores artísticos, sino a grupos políticos bien
definidos e incluso la prensa escrita ha pasado a tener en la publicidad su centro.
Si esta es la situación imperante, es obvio que el arte no puede seguir con el
viejo prurito de que la payola es algo ilegal o pecaminoso.
La recaudación que por comunicación pública
hacen las sociedades de gestión colectiva no es más que otro renglón de los
diferentes previstos en el artículo 81 de la ley 65-00, pero no es el único ni
es suficiente para soportar una publicidad sostenida, pues otra cosa que ha
quedado establecida es que prácticamente todo artista requiere –al menos en sus
inicios- de la sapiensa de un promotor artístico, sin éste el artista no llega
lejos, pues es éste quien tiene la capacidad de hacer negocio y sacar así el
provecho económico que el talento del artista pudiera eventualmente generar. De
manera que son muchos los planos que se deben develar para entender que la
música es un negocio que debe pagar a todos los elementos que participan de su éxito.
Además, se observa que las nuevas creaciones
musicales no están calando en el público como debieran. Cierto, los factores
son múltiples para explicar tal situación, de un lado está la baja calidad de
las producciones, una sociedad de gestión colectiva que todavía no ha puesto en
marcha un programa de promoción de nuevos talentos y unos medios reacios a
promover de manera gratuita
a nuevos talentos. Todo eso es verdad, pero también es cierto que con una
adecuada promoción, con una payola efectiva, muchos venden incluso la mala
calidad de sus productos como si fueren de primera. Es ahí donde la payola
juega un rol importante, y claro, la
publicidad en general no está regulada, por ejemplo, en cuanto al empleo de la
imagen de la mujer o en
asuntos de moral y buenas costumbres.
No debe olvidarse que quien determina el
éxito o el fracaso de una producción musical es el público consumidor de la
misma y cuando el consumidor rechaza un producto lo único que ocurre es que el
inversionista pierde dinero, nada más.
En nuestro país, a pesar de ser uno de los
principales productores de música de la región, no existen estadísticas sobre
el negocio de la música porque el Estado no se ha dignado en reconocer los
aportes de este sector a la economía. Quizás porque no se quiere reconocer los
daños que la ineficiencia estatal produce a dicho negocio a causa de la
piratería de obras musicales y artísticas. Hemos de esperar, que en fecha pronta
y oportuna, nuestro Banco Central, cuantifique los aportes a la economía del
arte.
Otra amenaza consiste en que algunos ven en
la música un bien cultural de dominio público, esto es, algo que todos y todas
podemos tomar sin el menor respeto por los derechos de su creador. Este es otro
error, pues el paso de una obra al dominio público está debidamente regulado en
la ley y no ocasiona mayores consecuencias. Que uno o varios temas, una
producción, o el trabajo de determinado artista, por ejemplo, Eduardo Brito,
sean declarados patrimonio cultural de la nación, en nada incide sobre las
obras en explotación o sobre los nuevos talentos que requieren auxilio y promoción,
son cosas total y absolutamente diferentes. Esto es, tanto los derechos
culturales como los de autor están garantizados en nuestro país no así la
publicidad o payola.
De manera que ojalá sea tomado en cuenta el
consejo de Johnny Ventura, pues de todos modos, es el único negro que bota miel
por los poros. DLH-4-8-2013