La República
Dominicana se ha echado sobre los
hombros los problemas de los haitianos, como si se tratara de asuntos
nacionales. Antes y después del
devastador terremoto del 12 de enero del 2010, que asoló al vecino país, con un
desenlace fatal de más de 400 mil muertos y miles de edificaciones destruidas,
nosotros entramos de inmediato en acción llevando ayudas de diferente
naturaleza, sobretodo comida, agua, medicamentos, cama, frazadas, asistencia
médica, y otros servicios propios del momento.
Previo al desastre que
conmovió la conciencia internacional, hemos estado manteniendo a miles de esos
ciudadanos, dándoles asistencia profesional en los hospitales públicos e
incorporándoles en el mercado laboral.
Las más beneficiadas
han sido las mujeres embarazadas indocumentadasque pasan la franja fronteriza
para dar a luz en el país, llevándose así una buena parte del presupuesto
asignado por el gobierno a esas dependencias gubernamentales.
Además, hay que agregar
la gran cantidad de trabajadores ilegales que llegan a República Dominicana
para trabajar en fincas privadas, en las construcciones, campos cañeros y zonas
agrícolas. La mayoría termina quedándose aquí y hasta instalan negocios
informales ambulatorios, sin higiene y sin permiso del Ministerio de Salud
Pública. Y nadie los molesta.
Sabido es que cientos
de haitianos entran al país bajo el manto encubridor de redes
dominico-haitianas bien organizadas, que
trafican con personas en complicidad con choferes de autobuses que cubren las
rutas interurbanas y militares al servicio de los organismos de inteligencia en
los puestos de chequeos ubicados en las carreteras, que se nutren de los
repudiados peajes.
Aún con esos
privilegios, las autoridades de Haití nos ridiculizan aplicando vedas a los
productos de origen dominicano, imponiendo las reglas de juego bajo el alegato
de que con esas medidas están protegiendo a su gente contra enfermedades
contagiosas.
No sólo prohibieron a
la población comprar aves y pollos nacionales, sino también materiales
plásticos con el pretexto de que no son biodegradables.
A pesar de esas
estocadas traperas, continuamos sirviéndoles abiertamente y rogando para llegar
a un acuerdo a fin de que prevalezcan las relaciones bilaterales en materia de
comercio, por cierto muy agrietadas por la prepotencia de las autoridades
haitianas.
Haití es algo así como
la provincia número 33 de República Dominicana, al decir de mis dilectos amigos
Dr. Johnson Encarnación y el profesor Fernando Reyes, en razón de que pese a
las bellaquerías que nos hacen, lamentablemente, y por humanidad, al parecer
estaremos compelidos de por vida a
prestar ayuda en la condición de unos vecinos ingratos, que burlan con
frecuencia nuestra débil frontera para instalar colonias bien organizadas en
diferentes locaciones nuestras.