<b>En horas de la tarde
del sábado 31de agosto me he enterado del fallecimiento del periodista, abogado
y dilecto amigo Joaquín Ascención, un comunicador de larga data que desempeñó
cargos de reporteros y relacionista en diferentes instituciones públicas y
privadas.</b>
Era un tremendo ser
humano, de exagerado trato y solidaridad extrema con la clase profesional y con
todas las personas que se acercaban a su oficina en busca de ayuda o de
asesoría.
Joaquín tenía fuertes
vínculos con el sector económico y social del país y también se ganó el aprecio
de muchas personas fuera del país, sobre todo en Puerto Rico donde por varias
décadas ejerció de corresponsal del periódico El Vocero.
Todas las mañanas abría
su oficina de la calle Rosa Duarte, Distrito Nacional, leía los periódicos para
estar al día con las noticias cotidianas y así poder desarrollar los temas en
el programa de televisión que producía junto al periodista de origen cubano
Mario Rivadulla.
En ocasiones, le asistí
en la redacción informaciones de sus compromisos de relacionista y compartíamos
conocimientos de distintas índoles en franca camaradería.
Como abogado, mantuvo
profundas relaciones con jueces de todos los niveles, miembros del ministerio público,
alguaciles y abogados en ejercicio. Conocía muy bien la ley de Migración y
todos los procedimientos para obtener residencias y ciudadanía en el país,
cualidades profesionales que le agenciaron frecuentes visitas de extranjeros a
sus oficinas.
A todos sus amigos los
saludaba de manera cordial con la palabra “Príncipe”, que la convirtió en una
especie de marcha de cortesía particular.
Lamento no acudir a la
funeraria a darle el último adiós, pero lo voy a recordar siempre como a un
gran ser humano que siempre me dio acceso a su pequeña biblioteca, donde exhibía
los libros de Derecho, las veces que fui a consultar. Como prenda literaria,
conservo hasta la muerte el tomo del Código Penal que un día me obsequio, dando
muestra de un desprendimiento poco común en algunas personas.
Joaquín Ascención fue
derrotado por un fatídico cáncer de páncreas después de librar una larga lucha
contra esa enfermedad. Falleció cuando más quería seguir viviendo.
Hoy descansa en paz,
dejando dolor a su esposa doña Guillermina Abreu, a sus hijos y a Janet Ascención,
quien por varios años trabajo con él. Hasta siempre, Gran Príncipe.