<b>Ubicado en la periferia de Arroyo Hondo, uno de los
sectores más exclusivos de la cuidad, el
barrio La Puya se enfrenta al desasosiego y desesperación de quienes allí
viven, un lugar en donde las expectativas de vida son limitadas y donde sus
residentes se enfrentan a la angustia de no saber cómo lidiar con la realidad
que les ha tocado vivir.</b>
Cañadas, adolescentes embrazadas, pobreza y desconsuelo son
el panorama que envuelve a la Puya, uno de los barrios más marginados de la República
Dominicana, donde sus residentes batallan constantemente con la realidad que
los golpea.
María, una niña
en edad de nueve años que ayuda a su madre a vender “funditas de helado” para
subsistir. Mientras de aquel lado en los suburbios ella nota como la vida se
torna más cómoda y tranquila, de su lado la realidad es más oscura e incierta,
esta pequeña a su corta edad camina bajo
la intensidad del sol en horas de la tarde, vendiendo su mercancía en busca de
dinero, mientras aquellas que corren con mejor suerte viven en la opulencia de
majestuosas y confortables mansiones.
<font size="2">
Una gran actividad social se percibe en el barrio, sus
moradores desde tempranas horas de la mañana se levantan en busca del pan que
sustenta a sus familias. Lo que para unos es un barrio de delincuentes para
otros es el único hogar que conocen; muchachos descalzos, aguas contaminadas por doquier, basura en las calles y jóvenes
tirados en aceras son algunos de los episodios que se ven a diario en esta
novela sin final.</font>
<b><font size="3">
La delincuencia un referente de vida. </font></b>
Muchos de los comerciantes se sienten atemorizados por la
gran ola de delincuencia que azota la zona, ya que los ladrones se acercan a sus negocios
con la intención de despojarlos de su dinero. La falta de oportunidades es un
problema fundamental que afecta a los habitantes de La Puya, el cual es el mayor factor que
promueve actividades ilegales.
“Por la apariencia no se juzga, somos de un barrio
caliente, pero en todos los barrios hay mucha gente que desafinan y no por eso
deben decir que todos somos iguales”,
así se expresó Fernando Suero, mejor
conocido como “El Negro”,
residente de La Puya por más 20 años.
“El Negro”, de 31 años de edad y un tanto jocoso, manifestó
que la delincuencia es un mal visible a nivel mundial y que aunque vive en una
zona caliente no por ello debe ser discriminado.
“He solicitado empleos en diferentes empresas del país en
las cuales me han tratado despectivamente, mis tatuajes y mi lugar de
procedencia son la excusa para no emplearme, por ello decidí dejar la escuela y
buscármela como pueda, con sonrisas cortas, y sus manos entrelazadas decía
sentirse mal por ser vetado de esta
manera”.
A pesar de que esta comunidad fue incluida en el plan de
seguridad social (Barrio Seguro) implementado por la Policía Nacional
(PN). Los moradores se quejan, ya que Sostienen que los policías no realizan bien su labor,
calificando el programa como una charlatanería del Estado, ya que en el sector se registran varios
atracos al día en las mismas narices de los agentes del orden.
<b><font size="3">
La guardia comunitaria: </font></b>
Con apenas tres casas,
zonas baldías y la calle asfaltada empezó a habitarse uno de los sectores más
poblados actualmente de la cuidad capital. “Llegué a este barrio el 23 de marzo
de 1963, cuando el barrio La Pulla era una zona donde se podía vivir”, asi expresó Máximo Travieso Arvelo.
La zona comunitaria surge como una
iniciativa de controlar la gran ola de delincuencia en que viven los moradores
del lugar. Guaba, Francisco Luzón y
Máximo Arvelo fueron los fundadores de
este proyecto que dio un respiro y esperanza a esta zona que se enfrenta
diariamente a grandes situaciones de atracos.
Este proyecto financiado por José Cruz,
empresario destacado de la zona quien además es propietario de la banca de
apuesta Yoryi Sport, fue el donador de 40.000 pesos distribuidos en la compra
de botas, gorras, insignias, banderas y demás para darle un asentamiento formal
a esta propuesta.
Con una mirada perdida y sus brazos
ocultos tras su espalda, Máximo intenta justificar el estilo de vida que le ha
tocado vivir: el jefe de familia con cuatro hijas graduadas en la Universidad Autónoma
de Santo Domingo (UASD) se siente desconcertado al saber que las nuevas
generaciones en un acto de conformismo no hacen nada por cambiar las
circunstancias que empañan su futuro.
Con la voz firme, entusiasmado y seguro de
que su barrio no es lo que muchos piensan, Luzón manifestó sentirse confiado en
que su barrio tendría otra historia a no ser que existieran tantos casos de
desempleo y marginación.
<font size="3"><b>
Medios de sustento.</b></font>
La calle Primera es el escenario económico de los
comerciantes que allí residen .Un tumulto de gente, comercios por doquier y
desorden son sinónimos de este lugar en
donde viven cientos de familias rechazadas y discriminadas por pertenecer a La Pulla.
Los negocios informales se han convertido
en la fuente de empleo de los moradores del lugar, sostienen a su familia a
base de trabajos muy variados, desde podar los grandes jardines de sus vecinos
potentados hasta vender vegetales en un
ventorrillo.
Rafael Gil Gómez, quien lleva residiendo
en el sector 35 años, comerciante,
sostiene a su familia a base de su compraventa de la cual es propietario, lleva
con su negocio12 años de los cuales nunca ha sido victima de atraco.
Desatento, pendiente a su televisor y sin
dar muchos detalles, Gil manifestó que la delincuencia del lugar no es distinta
a los demás barrios, pero que el principal problema que atraviesan son los apagones
de luz, la cual dura hasta 12 horas sin llegar.
El barrio la pulla de Arroyo Hondo a pesar
de estar sumergido en la pobreza, la muchedumbre, delincuencia y falta de
oportunidades es un barrio esperanzado que cree en que vera un cambio positivo
para sus residente, esperan con júbilo
que el estado se sensibilice y haga algo por aquellos que tienen ganas de
superarse.
El caso de doña Elida Estrella es un
ejemplo de vida. Vive a duras penas con lo poco que consigue y con la ayuda que
recibe del gobierno, Vive con su esposo de 70 años, quien padece cáncer de
próstatas desde hace 18 años, postrado en su cama envuelto en un lecho de
muerte que eclipsa la felicidad de la familia que una vez lo vio como un hombre
fuerte y trabajador, sus ojos perdidos en el dolor expresan el sabor amargo que
la pobreza ha dejado en su vida, dos lagrimas se entrecruzan entre las líneas
de expresión que adornan su cara, reflejando la resignación y la desesperanza que empañan su suerte.