<b>En medio del encendido debate que ha generado la histórica sentencia del Tribunal Constitucional (TC) cuya esencia busca regular el estatus de todos los inmigrantes que residen en territorio dominicano, algunos han querido ver a la población de Haití con niveles de compasión y hasta se han pasado de la raya con expresiones de idolatría que rebasan la frontera de la exageración.</b>
El desagradable e irrespetuoso espectáculo escenificado por representantes de grupos pro haitianos en un evento que encabezaba el presidente de la República, Danilo Medina, refleja la intolerancia y fanatismo en que actúan los sectores que cuestionan la medida constitucional.
De ninguna manera se debe permitir que extranjeros con la complicidad de malos dominicanos se burlen de nuestra dominicanidad exhibiendo pancartas y lanzando improperios contra una disposición legal, propia de una nación soberana y con legítimo derecho de aplicar sus leyes migratorias. Se trata igualmente de una ofensa hacia la figura histórica de nuestro Padre de la Patria, Juan Pablo Duarte.
En realidad, ¿que se busca con esa actitud tan sistemática y provocativa a la vez en contra de la dignidad e integridad de la República Dominicana? Parecería más bien un comportamiento con tinte teatral, que refleja una manera de justificar los beneficios personales que arroja estar recibiendo considerables partidas en dólares y euros a través de la poderosa red de ONG,s que operan en el país y en el exterior con financiamiento de organismos mundiales, y cuyo objetivo primario es la unificación de ambas naciones.
La cantaleta pro haitiana ya no tan solo se limita a la realización de seminarios regionales y locales cada cierto tiempo; protestas en lugares públicos, exposiciones en foros internacionales e incluso ha llegado a ocupar importantes espacios televisivos donde dramáticamente se busca impresionar al teleauditorio acerca de la miseria haitiana.
La pobreza en el mundo actual más que una preocupación para buscarle una solución a partir de la aplicación de políticas sociales impulsadas por los gobiernos, se ha convertido en una especie de catálogo que inclusive es promovida por los mass media. Así la gente llega a verla como algo natural, irremediable y que Dios “ha querido que suceda de esa manera”.
Esa resignación ante las desigualdades económicas y sociales ha tenido un aliado esencial desde el punto de vista ideológico y es el que ejercen las estructuras mediáticas a través de entrevistas, reportajes, denuncias, opiniones y exposiciones donde el acondicionamiento mental está sustentado en estadísticas económicas casi siempre manipuladas.
Tanto en Haití como República Dominicana hay millares de personas de diferentes edades que viven sumergidos en la absoluta miseria, son los marginados sociales que no tienen acceso a la educación, salud, asistencia social y a un trabajo digno.
Por supuesto, la realidad dominicana es diametralmente diferente a como viven los haitianos, empezando porque la vecina nación carece de una base organizativa; las instituciones del Estado prácticamente no existen y no hay una estructura productiva que permita el crecimiento económico y social de sus desafortunados habitantes.
Los dominicanos hemos sido históricamente solidario con los haitianos y ello quedó demostrado inequívocamente tras el terremoto que destruyó la ciudad de Puerto Príncipe, el martes 12 de enero de 2010, cuando llegó allí la primera ayuda de alimentos y medicamentos procedente del territorio dominicano.
Los que promueven esa campaña antinacional deben recordar que el Estado dominicano construyó una moderna universidad en Haití como parte de los compromisos asumidos por la comunidad internacional para ir en auxilio del pueblo haitiano.
Hemos sido más generosos y coherentes en cuanto a la solidaridad hacia Haití que las propias naciones desarrolladas como Estados Unidos, Francia y Canadá, desde donde se viene promoviendo un plan cuyo objetivo central es la integración de las dos naciones caribeñas.
“No todos somos Haití”, parodiando el infeliz mensaje del grupito de fanáticas nacionales y extranjeras exhibido en la sala donde el jefe de Estado de República Dominicana pronunciaba un discurso en la inauguración de la XII Conferencia Regional Sobre la Mujer de América Latina y el Caribe que se realizó en Santo Domingo.
Una lectura esencial de esa desfachatez y provocadora conducta es que se pretende chantajear a las autoridades dominicanas para que haya una revocación de la sentencia dictaminada por los magistrados del Tribunal Constitucional, ignorándose de que la misma es inapelable e irrevocable.
Y diría algo más, debió verse aplicado muchos años atrás cuando todavía la población ilegal haitiana establecida en el país era menor. La cúpula empresarial, incluidos los colonos y ganaderos que tradicionalmente se ha beneficiado en la contratación de la mano de obra haitiana, con el aval de las autoridades nacionales de entonces en cierto modo auspició esa masiva inmigración.
¿Por qué no van hacia Haití los representantes de los organismos que buscan desacreditar a la República Dominicana, a trabajar juntos a los marginados de allí para que puedan superar sus condiciones de pobreza?
Lo cierto es que estamos ante una nueva forma de injerencismo que pretende cuestionar e invalidar una disposición ajustadas a las leyes y Constitución dominicana.
El canciller de Haití, Pierre Richard Casimir, ha denunciado en distintos escenarios que el Tribunal Constitucional dominicano, violó los derechos humanos a millares de haitianos nacidos en el país al negarles la nacionalidad.
La última denuncia la presentó ante la Comunidad del Caribe Caricom, organismo conformado por 15 países, en su reciente reunión en la isla Georgetown (Guyana).
En ese contexto, las propias autoridades haitianas están violando el Tratado de Paz y Amistad Perpetua y Arbitraje entre República Dominicana y Haití de 1929 y su protocolo de 1936 que obliga a ambos gobiernos llevar a cabo un proceso de negociación o conciliación antes de presentar cualquier diferencia o conflicto jurídico ante los organismos internacionales.
En realidad, los haitianos tienen su propia cultura, leyes, religión e idiosincrasia y los dominicanos las nuestras. Son dos naciones totalmente diferentes aunque compartan una misma Isla. Por tanto, pretender integrar a ambos pueblos es imposible y ningún dominicano con la mínima dignidad patriótica lo permitirá. Eso pese a que muchos en el país siguen bailando y coreando el “palito de coco”.