No hay dudas de que la
sociedad ha caído en un espacio de decadencia, mientras continúan naciendo más
seres humanos en todo el universo a pesar de la aplicación y promoción de programas para controlar la natalidad.
Los seres humanos de
esta época no tienen visión de ahorros, sino un consumismo extremo e individualista.
Se trabaja para comprar vehículos de lujos y alto cilindraje y después los
venden porque no pueden con el mantenimiento.
Acuden a las discotecas
a disfrutar un momento que al otro día se traduce en resacas corporales y
también económicas, pues malgastan el
dinero en caras bebidas sin tener reservas financieras para enfrentar los
problemas hogareños el día siguiente.
Incluso, existen
individuos que toman prestado dinero para acudir a esos centros de diversión,
atraídos por las corpulentas chicas que a fin de cuenta se convierten en
cómplices directos e indirectos del consumismo.
El consumo individual,
no planificado, conlleva a mucha a gente a comprar, prendas, celulares
carísimos y luego no disponen de 25 pesos para una descarga o pagar la factura.
Lo mismo ocurre cuando se involucran en vehículos caros, pero a los tres meses
son despojados de esos accesorios por agentes de las financieras, al no poder
pagar las facturas atrasadas.
Nadie se interesa por
la lectura ni por asistir a presenciar una buena obra de teatro. Esos
importantes atributos culturales han sido sustituidos, lamentablemente, por la
francachela, las ingestas aceleradas de alcohol y fantasías de todo calibre.
La sensibilidad de
algunos humanos ha desaparecido para dar paso a la indiferencia, a los crímenes
en las calles y en los escenarios de guerra con el empleo de armas químicas. En
los grandes restaurantes a diario echan a la basura toneladas de comida cocida,
mientras millones de humanos mueren de hambre.
Ya nadie interviene,
como antes, cuando una autoridad está abusando de un ciudadano ni tampoco
reclaman sus derechos cuando los grandes supermercados, tiendas, colmadones,
farmacias y otros centros de expendios públicos cobran precios medalaganarios
por los artículos de consumo que ofrecen.
Antes, los conductores
de vehículos cedían el paso a los peatones en las intersecciones de las calles.
Ahora, le tiran el vehículo encima. Es decir, la cortesía se ha convertido en
algo así como una especie en extinción para cederle el espacio al salvajismo y
a la bestialidad.
Ya nadie se enamora con
la pasión de los viejos tiempos, con flores y piropos refinados, cuidadosamente
elaborados. Tampoco se regalan buenos libros entre los amantes, pues esos
hábitos fueron sustituidos por el buen whisky, un celular inteligente, un
vehículo o un ambicionado vestido de los
mejores diseñadores de esta época.
En los residenciales,
los vecinos no se comunican y viven encerrados cada quien por su lado. Compiten
entre sí a cual tenga mejores muebles, equipos electrónicos y vehículos
atractivos, y no respetan la tranquilidad del otro al exceder el volumen de los
radios con música a su gusto.
En todo este cuadro
social, se aplica la famosa teoría de “la abundancia aparente”, puesto que a
veces se hace el bulto de que se poseen recursos financieros cuando en realidad
se acude a sacrificios profundos para cumplir con esas fantasías, mientras en
el hogar impera una situación precaria: escasea el cariño por la familia y la
comunicación, hay atrasos en el pago de la renta, el servicio energético, no
hay comida, aunque sí siempre aparece dinero para comprar bebidas de alto
cilindraje etílico.