Como Mahatma
Gandhi, yo también quisiera sufrir todas
las humillaciones, todas las torturas, el ostracismo absoluto y hasta la
muerte, para impedir que se siga extendiendo la violencia. Para dolor de la
especie, de toda la especie humana, en lugar de ir a menos, vamos a más, a más
hechos violentos contra las personas más débiles e indefensas, no en vano hasta
un 70% de las mujeres sufren violencia en su vida.
Para desgracia de todos,
hemos globalizado también esta pandemia, y lo que es peor, nos estamos
acostumbrando a convivir con esta epidemia, conocida como violencia de género,
y que es en toda regla una gravísima violación de los derechos humanos. La
verdad que cuesta entender la multitud de muertes, ya no sólo de mujeres,
también de niñas que son agredidas, violadas, mutiladas o esclavizadas por el
miedo, e incluso asesinadas por sus captores cuando ya no le sirven, como un
producto más de desecho, máxime cuando la prevención delictiva no sólo es
esencial, sino que además también es posible.
Ahí están las
losas de las estadísticas, la dura realidad y sus cifras con nombres y
apellidos, generando un problema social en todo el planeta. Entre quinientas
mil y dos millones de personas se calcula que son víctimas cada año de trata,
lo que las lleva a la prostitución, a realizar trabajos forzados, a la
servidumbre más deprimente. Las mujeres y las niñas, – según datos extraídos de
Naciones Unidas-, representan alrededor del 80% de esas víctimas. La compra de
personas o el rapto, el engaño o la debilidad de la persona, ha generado una
compleja red de traficantes, a los que habría que detener con urgencia.
El
negocio de los tratantes de vidas humanas debe ser reprimido cuanto antes, con
sanciones ejemplarizantes. No se puede permitir tanta indefensión en un mundo
global. Las autoridades internacionales, que conocen bien estas redes de
negocio, de mercantilización de la sexualidad, han de adoptar medidas
inmediatas y contundentes, pues está en juego el destino de miles de millones
de mujeres y niños de todo el mundo.
Ante esta horrible
situación, lo primero que pienso es que todos los gobiernos del mundo deberían
adherirse a los instrumentos internacionales, reforzando la cooperación, y
activando una cultura de respeto hacia las personas y hacia sus vidas. Se
calcula que más de ciento treinta millones de mujeres y niñas que viven hoy en
día han sido sometidas a la mutilación/ablación genital femenina, sobre todo en
África y en algunos países de Oriente Medio. La humanidad no puede reducir sus
tradiciones a un ambiente de salvajismo, tiene que incorporar otros lenguajes
más abiertos, otras prácticas más humanas, puesto que el clima de violencia,
aparte de ser una constante en la vida de las mujeres y de las niñas, se
acrecienta con nuevas formas, propiciadas también por las nuevas tecnologías,
como puede ser el acoso por internet o por teléfonos móviles. Ciertamente,
parece como si el mundo renaciese otra vez en la barbarie, y todos los
esfuerzos de seguridad, hubiesen fracasado. Así, cada día, está más
generalizada la violencia ejercida por su pareja en la intimidad, que a veces
culmina en su muerte.
Enquistada en el
mundo la violencia contra la mujer, hace falta pasar de las fáciles palabras a
los hechos. Por tanto, hemos de reflexionar sobre esta plaga que nos invade
como especie. No podemos esperar más tiempo para rechazarla. Podemos y debemos
combatirla. Puede ser un buen momento ahora, en este mes de noviembre
celebramos un año más el día internacional de la eliminación de la violencia
contra la mujer (25 de noviembre), y bien podríamos como civilización cambiar
la cultura de la pasividad por una cultura de reacción frente a cualquier hecho
violento. A mi juicio, los Estados y
cada uno de nosotros también como ciudadanos de paz, tienen, o mejor tenemos,
la obligación de modificar pensamientos violentos, conductas indeseables, y en
este sentido, no se pueden dejar impunes hechos macabros ejercidos y no
socorrer a la víctima, ni reparar el daño causado. La sociedad no puede actuar
con verdadera irresponsabilidad. Y lo hace cuando lo consiente. Aún en muchos
países la violencia que ejerce el hombre contra la mujer se ve como normal y
llega a aceptarse, o al menos, a disculparse. Este modo de pensar o de actuar
es inaceptable. Tampoco cabe la resignación ante este porte de batallas. Sin
duda, debemos exigir compromisos claros y generar otro modo de vida más acorde
con una conciencia de no abuso.
Téngase en cuenta
que el vínculo del respeto es algo tan necesario como preciso, y así, cuando se
siente veneración por alguien, el primer efecto que surge, es que nos inspira
una gran consideración. Tenemos, pues, que empezar a considerar comportamientos
violentos, bajo el prisma de una auténtica tolerancia cero, y enjuiciarlos, sólo así se podrán desterrar
tantas actitudes brutales que a diario nos sorprenden en cualquier rincón planetario.
Hoy por hoy, las mujeres y las niñas siguen expuestas a este peste de crueldades,
tanto en países en situación de conflicto armado como en los que parece haber
más sosiego, entre países ricos y pobres, ningún ámbito del mundo se salva, en
algunos más en otros menos, lo cierto es que la familia humana, muchas veces
llega a olvidar a las víctimas y a justificar al autor del delito.
Insisto, no pueden admitirse excusas
ante una actitud que intimida de manera violenta. Por ello, la sociedad en su conjunto, mujeres y hombres unidos,
deben formar alianzas y establecer asociaciones, donde trabajar para crear un
ambiente más humanitario, propio de sociedades cultas y de pensamiento.
Personalmente,
tengo la convicción de que aún no hemos tomado con la seriedad que se merece
esta pandemia violenta que circunda a las mujeres (y niñas) de todo el mundo.
De lo contrario, desde América Latina hasta los Estados Unidos, desde Asia
hasta África, desde Oriente hasta Occidente, desde Europa hasta Oceanía, habría
decrecido este aire de canibalismo entre géneros y no es así. Indudablemente,
mientras ciertas estructuras sociales de poder y maneras de ser de muchos
ciudadanos continúen justificando la rudeza de ciertos individuos, con la
impunidad de sus abusos, el problema se perpetúa. En consecuencia, ante contextos
tan graves como persistentes, es más urgente que nunca, el compromiso ciudadano
de hacerse por doquier lugar promotores de una cultura que reconozca al ser
humano, sea hombre o mujer, con la dignidad que le compete por el hecho de
vivir. Por consiguiente, ante la impunidad judicial que tolera y no afronta
estos actos horrendos, de violencia extrema hacia las personas más indefensas,
entre los que también está el infanticidio de las niñas o el aborto selectivo
basado en el sexo, lo que no podemos es cruzarnos de brazos. Hay un lenguaje,
el del entusiasmo, que siempre ayuda a buscar aquello que se desea. Y lo que
deseamos todos, al menos los que todavía conservamos un mínimo de humanidad, ha
de ser la paz entre géneros, sino es que estamos también en recesión humana. O
sea, en el caos.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor