<b>Aunque a mucha gente le revolvió la bilis (sobre todo en los predios de la oposición política y la sociedad civil), la afirmación del ex presidente Leonel Fernández en el sentido de que el PLD gobernará "por veinte años más" después de 2016 (a los que luego le agregó cuatro para llevarlos hasta el 2040) en esencia responde a una percepción concreta del panorama partidista de la República Dominicana de hoy.</b>
(Oj he dicho “de hoy”, no de mañana ni del futuro, pues aparte de que carezco de atributos de arúspice y soy hostil al ejercicio de la “jaibería” política, es obvio que hay dos factores todavía en perspectiva que podrían influir en la definición de nuestro escenario partidista de cara al porvenir: los resultados reales de la presente gestión gubernamental -sin dudas aún en la cresta de la ola-, y qué tanto se afecte o no la imagen pública del PLD y sus líderes con el desenlace de las múltiples imputaciones de megacorrupción que se les hace en la actualidad).
Su Majestad, el peledeísmo, está actualmente en el apogeo de su reinado, y no sólo luce orgullosamente su corona aurífera, su clámide imperial y su reluciente bastón de mando sino que, como todo soberano, cotidianamente se deja loar y vitorear por una amplia legión de súbditos, vasallos marginales, turiferarios y medradores provenientes de los más abigarrados rincones del pensamiento, el oficiado y el partidismo dominicanos.
Ciertamente, la situación política nacional se caracteriza por el control casi total del PLD de los poderes públicos, la existencia de un conglomerado social cada vez menos crítico y más timorato frente a los problemas que lo acogotan (por el “boroneo”, la coyunda, la pusilanimidad, la estulticia o el miedo), y la anuencia de la mayoría relativa de los dominicanos a las acciones banderizas y gubernamentales de aquel (esta última patente no sólo en el apoyo popular que exhibe el gobierno del presidente Danilo Medina sino también en la preeminencia del peledeísmo en las simpatías ciudadanas).
La contrapartida partidaria, empero, es todavía más singular: el PLD ha logrado mantener una granítica cohesión interna pese a que en su seno se mueven dos o más “culebros machos”, mantiene vigente el llamado Bloque Progresista a punta de privilegios gubernamentales, se ha sumado grupos y personas que hasta hace poco tiempo lo abominaban y, en los hechos, tiene al grueso de sus críticos a la defensiva o simplemente desempeñando un rol de “administración” opositora bastante funcional al tentacular mando peledeísta.
Más específicamente, el PLD ha acallado toda disidencia interna con la espada de Damocles de las normas disciplinarias (o la amenaza de una posible purga de la corporación y sus beneficios), mantiene en el redil a sus aliados estrujándoles en el rostro sus cargos públicos o contratas (sólo la la Alianza para la Democracia se le zafó), y ha convertido al PRSC en socio obligado con base en la entrega de canonjías y privilegios estatales en el entendido simple y práctico de que la oposición nunca ha sido el mas amado regazo del balaguerismo (y por eso se siente tan cómodo con ese papel de pordiosero del oficialismo).
Igualmente, El PLD ha auspiciado y conseguido la división y la parálisis del PRD a través de ciertos órganos institucionales bajo su control (para lo cual ha contado con el apoyo voluntarioso de los perredeistas zoquetes de todos los grupos), y ha reducido su rol opositor a declaraciones públicas esporádicas, zafarranchos de combate interno y actos de vocinglería política: aunque la actual administración gubernamental hasta ahora es un ejemplo típico de “gatopardismo” (hacer cambios para que nada cambie), el PRD luce en estado virtualmente catatónico, y la cúpula del peledeísmo, por su parte, está más que encantada con disfrutar de semejante “oposición”.
Finalmente, el PLD mantiene a rayas a la sociedad civil y a los llamados “partidos alternativos” (los únicos que le hacen oposición de verdad, sea desde una óptica no partidarista o sea desde los márgenes del poder público) bombardeándolos desde medios de comunicación a sueldo con acusaciones de estar “al servicio de gobiernos extranjeros” o de no ser más que unos “resentidos” y “envidiosos”, y aunque estos argumentos son los mismos que el corporativismo político ha usado en todos los tempos y lugares (esto es, palabrería falsa y descalificante para ignorantes, tontos y pazguatos), es evidente que una parte importante de la población le da crédito.
En otras palabras, el PLD y el gobierno están corriendo solos y con ostensibles ventajas en el “hipódromo de la política vernácula”: tal es la situación, gústenos o no, al margen de sus causas o sus explicaciones, independientemente de si se ha acunado en malas o buenas artes, sin reparar en consideraciones políticas o éticas de ninguna naturaleza, más allá de todo subjetivismo y todo arrebato sentimental, y ella es la que ha generado en algunos círculos intelectuales del país la percepción -absolutamente cierta- de que vimos bajo un modelo de control político, económico y social corporativista que nos tiene en los umbrales de un régimen de partido único parecido a la “dictadura perfecta” del viejo PRI mexicano.
(El corporativismo, como se sabe, no es un fenómeno reciente, pero en nuestros tiempos entraña un prototipo de gestión pública que, basado en la existencia de un partido institucionalmente hegemónico y financieramente poderoso que se mueve a su antojo en la nación -con un parte considerable de la sociedad y de los gestores culturales o de opinión a sus pies-, consolida una alianza entre el liderazgo partidario y el empresariado en la que el primero le da “carta blanca total” al segundo para que desarrolle sus negocios y expanda sus capitales a condición de que lo apoye en sus programas de control político o no lo “perturbe”, le permita convertirse en su principal socio comercial o facilite su incursión en áreas altamente rentables de la economía privada).
Pero cuidado si nos engañamos: no es que las administraciones del PLD han sido exitosas (por el contrario, tras casi tres lustros de gobiernos peledeístas no ha habido solución definitiva para absolutamente ninguno de los grandes problemas nacionales) ni que en el país no exista inconformidad con las mismas (el porcentaje de votos obtenido por Hipólito Mejía en las pasadas elecciones lo dice tod 46.95 por ciento, a despecho de los errores de campaña y del uso abusivo de los recursos del Estado) sino que en estos momentos el PRD (la única entidad que pudiera encabezar exitosamente el combate opositor y armar una verdadera alternativa electoral frente al peledeísmo) está “asando batatas” por partida doble.
En ese respecto, debo confesar que, aunque estoy consciente del papel castrador que desempeña la división actual del PRD, la extraña postura de la dirigencia de éste (con tres o cuatro excepciones) frente el gobierno a veces me confunde, y he estado preguntándome si no está vinculada a algo que todos los perredeístas saben pero que no quieren airear: que la entidad se ha estado transformando en conservadora y pedestre (abundan en su seno quienes babean por la bendición de los poderes fácticos tradicionales y son hostiles a toda inteligencia cultural) como resultado de que gran parte de su estructura directiva ya no proviene de las bases populares (como acontecía hace dos decenios) sino que se origina en su cúpula, que prevalida de los amarres sectarios ha hecho posible que aquella responda exclusivamente a clanes grupales, familiares, económicos, sentimentales o simplemente amistosos.
Dicho de manera más directa: aunque la gran popularidad de que disfruta aún la administración del licenciado Medina (sin regatearle su lucimiento en cuanto a estilo de gobernar, diligencia ante ciertos problemas coyunturales, activismo de la parte nueva de su funcionariado y ausencia de escándalos de corrupción) y la sólida posición que exhibe el PLD en las simpatías ciudadanas (nada sorprendente debido al monstruoso aparato clientelar que ha creado y al beneficio de la duda que mucha gente todavía le otorga al incumbente palaciego) parecen más los resultados de la casi inexistencia de oposición política de verdad que de sus méritos en la acción ejecutiva, las declaraciones del ex presidente Fernández que mencionamos al iniciar estas notas no sólo son entendibles sino que están a tono con el momento político que vive la sociedad dominicana de hoy.
La reiteración es, pues, válida: estemos o no a gusto con ella, la realidad actual da pie a pensar que lo dicho por el doctor Fernández es enteramente posible, y la única forma de evitar que su conversión en hechos se haga definitivamente viable reside en que los perredeistas despierten de su somnolencia fraccionalista, vuelvan a la cordura y, situando los intereses del país por encima de los suyos, se unifiquen y retomen su rol de organización popular, beligerante, humanista y socialdemócrata. Y si no lo hacen, ya se sabe hacia dónde marchamos: sin una fuerte opción liberal opositora, Su Majestad, el peledeísmo, seguirá imponiendo su proyecto histórico (cada vez más conservador, totalitario y moralmente descompuesto) a toda la nación… Lo otro no es difícil de imaginar: el muro aquel de Jeremías… Así de simple, compañeros, camaradas o compatriotas.
(*) El autor es abogado y profesor universitario. Reside en Santo Domingo.