Jaime Bayly es una marca extraordinaria como escritor y presentador de TV y debería ser solo eso. Es preferible seguir leyéndolo en una literatura desafiante y bien lograda o mantenerse desde un set televisivo entrevistando y opinando con la chispa creativa que se fundamenta en una inteligencia superior, su capacidad vincular para vincular de ideas y personajes, ejercitando una memoria oportuna e imprimiendo la chispa de sarcasmo y buen humor que le caracteriza.
No es actor y no debería repetir lo que vende como monólogo y que en realidad es un gancho mer no lo es más que una charla informal sobre sus intimidades, por cuya concurrencia hay que pagar. Fue más la sal que el chivo.
Bayly no es bueno para eso, por lo menos en el concepto pobrísimo de su monólogo No se lo digas a nadie, en el Salón La Fiesta, del Hotel Jaragua.
Cuando una sociedad se ve, seducida por las luminarias de un set televisivo y una obra novelística ciertamente consistente y admirable, a pagar miles de pesos ir a escuchar a un escritor que intenta ser auto-intérprete, sin ser actor, sin dominar la técnica de actuación, re-editando lo que hace en televisión, que tiene reglas y recursos distintos, entonces hay que convenir que los criterios estéticos del espectáculo parlamentarista, tienen algo que no le deja operar adecuadamente.
Bayly nos defraudó como versión monologada de si mismo. El monólogo No se lo digas a nadie (título tomado de su primera novela de 1994), no debería repetirse nunca más.
Cuando menos sobre el concepto expuest sin producción alguna, el monólogo incluso afecta la propia imagen de Bayly, quien no tiene necesidad de apelar al aprovechamiento de su ascendiente televisivo (especialidad en el cual es una marca tan respetada como la del escritor de ficción que es y por el que seguimos apostando, incluso con las diferencias que le guardamos cuando asume el rol de vocero conservador y derechista) para hacer que la gente pague por escuchar sus intimidades sexuales.
Ser gay, bisexual, multisexual, heterosexual es una condición y derecho de cada quien y no debería ser materia prima del escarceo empresarial del espectáculo. Tengo amigos que, en la intimidad de una sala, pueden contar de mil maneras más agradables y sinceras, su preferencia sexual….y lo hacen gratis, sin el ambiente exquisito de una sala de fiestas de un hotel en el cual un trago te cuesta la mitad de tu cuenta del cable.
Hizo reír al público que acudió condicionado por el acento de su imagen pública bien ganada a fuerza de ficción y lances sorprendentes en la pantalla chica. Pero no era una risa vital, salida del fondo del alma, como la que pueden generar, solo hablando, Anthony Ríos o una admiración conceptual como la que era capaz de lograr, también haciendo uso de la palabra, Facundo Cabral.
Si Bayly decide seguir haciendo monólogos, derecho al que tendría, debe reformular en concepto. Y elevar sus imágenes, re-estructurando conceptos.
No basta
, ni es necesario, hablar de “guebitos”, de masturbaciones tempranas y e primeras experiencias de burdel, tal como se cuenta con magistral pluma en No se lo digas a nadie.Debe, este autor que respeto, escaparse el espectáculo nocturno cargado confesiones personales, para dar paso a un riquísimo mundo objetivo y subjetivo que lo adorna en el que sean la inteligencia de las ideas y la belleza en su expresión, el factor determinante.
Lo habríamos preferido, aun cuando fuera en una peña con un café humeante de por medio, conversando de su literatura, de sus mundos interiores creativos, de su impronta en la comunicación televisiva, pero desde una densa perspectiva, alejado de la pobreza de lo erótico-amarillista, como forma de vender boletas.
Más dado al pensamiento que a la pornografía verbal, escamoteada como monólogo que no alcanza la trascendencia de su nivel literario.