<b>Los
dominicanos despertamos cada día en medio de una pesadilla que no soñamos. Las
crónicas de los noticieros nos aproximan a las ¨malas nuevas¨. Sucesos
terroríficos, escalofriantes y monstruosos forman de la cotidianidad; sin que,
a nadie inmuten, a nadie perturben y cuyo interés, si para alguien los tienen,
es momentáneo y personal. Nos prepararon para lo peor. La reiteración nos
volvió insensibles y anestesió la capacidad de reacción.</b>
Un
amigo me comentaba al respecto, que los dominicanos vivimos ¨un estado de
guerra civil no declarada´´. Conversamos sobre las atrocidades más
bestiales y desgarradoras igual que repasamos el juego de la noche
anterior entre Licey y Águilas. Perdimos la capacidad de asombro y
asumimos como propósito de vida salvar el pellejo. De manera colectiva nos
acostumbramos a la progresiva destrucción de la paz social. La
criminalidad ha calado más allá de lo imaginable, con niveles que se acercan al
paroxismo y cuyas acciones, amparadas en la impunidad, rebasan todos los
límites.
¿
Y dónde radica el origen o causas de tan aberrantes relaciones sociales entre
los dominicanos? Son múltiples y variables. Existen razones históricas, de
orden socio-económicas y de orden políticas. En primer lugar es la clase
política, aferrada al poder por el poder y cuya única meta son las mieles del
poder, la responsable directa. La falta de instituciones fuertes y el
devaneo político generan este desorden mayúsculo, con un saldo
impresionante en vidas y sufrimientos.
La
criminalidad mantiene la población a merced, en un estado de
indefensión generalizado. Nada ni nadie está seguro, miles de psicópatas
pululan en las calles del país y forman parte de todos los estamentos
sociales. No hay sentimiento, ni utilidad, ni valoración que no hayan
sido ultrajados, vejados, trocados y mancillados por estos desarraigados
sociales. Como dijera Dumas, ¨el orgullo de quienes no pueden edificar es
destruir¨.
Miedo
e impotencia caracterizan el pensamiento colectivo de la población. Nadie
se atreve a dar un paso en la dirección correcta por temor a la soledad. El
hampa lo sabe. El crimen campea en sus fueros y no escatima métodos para
lograr sus objetivos. Para estos individuos, los resultados se obtienen ya, a
cualquier precio. Y mientras el hacha va y viene sangre inocente se derrama a
raudales al tiempo que los sistemas de seguridad y vigilancia son burlados.
Si
nos acercarnos un poco a las razones históricas para saber por qué unos cuantos
expresan tanto desprecio por la vida y por el orden social
establecido, no encontramos nada mejor que un breve
ensayo de Juan Bosch sobre la ¨psicología de los dominicanos¨ en su
libro Trujill Causas de una Tiranía sin Ejemplo, editado en 1958.
Dice
Bosch que ¨hay un rasgo común a casi todos los dominicanos; la susceptibilidad.
La mayoría de los dominicanos, no importa de qué grupo social procedan, es
susceptible en grado enfermizo. Su susceptibilidad estimulada por el incidente
más nimio, y casi siempre provoca en quien la sufre accesos de agresividad que
destruyen en un momento nexos familiares, amistades estrechas, sentimiento de
gratitud, y que suelen ir desde el ataque a machete en el campesino ignorante,
hasta la propagación de la calumnia mas venenosa en el graduado universitario.
En muchos casos, la inclinación a la susceptibilidad esta suplantada por un
sentimiento parecido, e igualmente disociador, la envidia¨.
Y
como si estas reflexiones fueran escritas en las actuales circunstancias, dice
Bosch: ¨esto denuncia un perpetuo estado de insatisfacción del alma, una
enfermedad psicológica que vive envenenando el alma de cada persona, y que
estalla en crisis incontrolables a la menor provocación, sea esta voluntaria o
involuntaria. Ahora bien, para tal enfermedad del ser psíquico dominicano, hay
que buscar una explicación en cada grupo social´.
En el caso de las mayorías, Bosch precisa: ¨la gran masa del
pueblo tiene razones para ser así. Nadie se preocupo jamás por ella. Los
caudillos la llevaron a morir armas en mano, y ya en el poder gobernaron para
el estrecho círculo que dirigía la economía y la política del país…¨
¿No será que las elites dominantes no han
dejado alternativa para que el pueblo canalice sus aspiraciones, naturales,
a una mejor vida? ¿O será que no se ha predicado con el ejemplo y se
reproducen las peores de las copias? ¿O será que la exclusión
social patrocina el crimen al tiempo que lo justifica? Puede que me quede
corto, pero si se puede afirmar que al pueblo dominicano lo han forjado débil,
descorazonado, rencoroso y cruel en demasía.
Para muchos, tanto sufrimientos y fatalismo, en que se bate el
pueblo dominicano en la actualidad, son los daños colaterales del
proceso de multiplicación de capitales producto de la
globalización, la revolución informática y la post modernidad. Ninguno de
estos argumentos tiene asidero ni validez. Esta espiral de violencia y
criminalidad esta forjada en el seno de la sociedad, motivada por grados
de injusticias excesivos y amparada por una impunidad más allá de toda explicación
lógica.
Sin pretender justificar a malvados, perversos,
desenfrenados y monstruos humanos, pero pareciera como si a través de la
violencia y el crimen se resarcieran resentimientos, abusos, burlas
y decepciones en una sociedad de acoso y poder. También podría suceder que la
pasividad colectiva obedece a ese sentimiento llamado catarsis, motivada
por una violencia piramidal sin límites. Analicen bien los sabios, la
criminalidad luce compleja y espinosa, como si estuviéramos en medio de
un vendetta social, con excepción de la violencia intrafamiliar.
Fijarse como Mayor Zaragoza le pone la tapa al pomo cuando afirma
que ¨la paz de la seguridad -la del silencio, el medio y la pobreza- no
es paz sino semilla de violencia¨. En otro aparte de su libro El Poder de la Palabra afirma que ´la
seguridad humana es la que refuerza la democracia, propicia el desarrollo
y fortalece la convivencia pacífica en la pluralidad y apertura. Es la que
permite la expresión de la voz del pueblo y garantiza la aplicación de leyes
justas¨…
Los extremistas y fanáticos del estado de barbarie en que viven
los dominicanos fueron formados en la escuela de la mala vida, en las miserias
más espantosas; allí donde el hambre, el desamparo y la falta de empleo hacen
causa común. Que podíamos esperar de tanto infortunio, ahondado en el
tiempo y sin horizonte a la vista.
Las alternativas de progreso, para las grandes mayorías, son
escasas. Conseguir avanzar y estabilizarse resulta cuesta arriba. De ahí la
necesidad de apelar a un golpe de suerte y cuando esto no ocurre, arriesgarlo
todo sin medir consecuencias.
Para gente que vive en la pobreza extrema resulta chocante y
provocativa la capacidad de exhibición de quienes pueden acceder a los placeres
del mercado. Carros lujosos, excelentes vestimentas y dinero para vicios
provocan ansiedad en los que no pueden, una ansiedad trabajada. Y como se
sabe, la abstención no forma parte de la conducta de los dominicanos. Cuando la
gente no alcanza a una migaja del pastel, lo quiere completo.
Si otras fueran las circunstancias, con mayores niveles de
organización y oportunidades, no estaríamos en medio de esta
afrenta. Y, si se cambiara la filantropía por un estado de derecho
la inseguridad fuera cosa del pasado. Para que fuera así se necesita
voluntad, pero voluntad de los de arriba.
Autor:JUAN BENTZ