Los conservadores, en general, siempre han sido más coherentes ideológica y factualmente que los liberales, y no sólo porque gran parte de sus apuestas se limita a un puñado de enunciados y eslóganes puntuales y memorables sino también porque mientras los últimos lucen fragmentados y timoratos, los primeros con regularidad piensan y actúan unitariamente y dan muestras de mayor consistencia en el tiempo.
Por supuesto, se sabe desde antaño que es mejor negocio estar adscrito al conservadurismo que defender principios liberales, y la afirmación no tiene nada de eufemism ser conservador garantiza cercanía con los poderes establecidos (económicos, políticos, religiosos o fácticos), abre los melifluos accesos a las fuentes del bienestar personal y, por añadidura, permite accionar en la sociedad con el apoyo o la tolerancia de los mecanismos de represión del Estado (cuya razón para existir es una y trina: representar, proteger y mantener el estatus).
Más aún: acaso debido a lo referido en los párrafos que preceden, es poco frecuente que los conservadores deserten y se adhieran al liberalismo (los casos se pueden contar con los dedos de las manos), y sin embargo es casi una norma que los liberales (esgrimiendo la excelente excusa de la “madurez”) desemboquen en el conservadurismo en la medida en que las arrugas estragan sus rostros, se avecinan a los mencionados poderes establecidos o se producen mejorías en sus condiciones materiales de existencia.
Todavía más: cuando algún liberal se convierte en conservador se transfigura de inmediato en un señor muy respetable, se hace merecedor de todo tipo de distinciones y recibe honores sociales por doquier, pero cuando es un conservador que opta por hacerse liberal le llueven los improperios y las imputaciones de “traidor”, “desfasado”, “pendejo” y “estúpido”, y en algunos casos inclusive (el conservadurismo por veces se hace fundamentalista y encandila y fanatiza a los pazguatos tanto como los maximalistas “revolucionarios”) termina siendo objeto de ataques personales y hasta intentonas criminales.
Las consideraciones que anteceden viene a cuento a propósito de que el autor de estas líneas leyó hace unas semanas unas consideraciones críticas sobre las llamadas ONGs (contenidas en un artículo escrito por un prominente periodista dominicano cuya ocupación de los últimos tiempos ha sido la de diplomático a tiemplo completo) que le hicieron rememorar los desencuentros y malquerencias que desde siempre han existido entre esas entidades y el conservadurismo político.
Ciertamente, los conservadores nunca se han sentido cómodos con las organizaciones no gubernamentales, y el fenómeno no es de factura nacional sino planetaria: desde los respetables y circunspectos "torys" ingleses hasta los vocingleros ultranacionalistas rusos, sin dejar de incluir al "tea party" de Estados unidos y a las nomenclaturas “comunistas” china y coreana, todos muestran reservas, incomodidad o tirria frente a los agrupamientos de la llamada "sociedad civil".
Desde luego, esa actitud del conservadurismo ante las ONGs no es casual sino que se origina en un clara identificación de ideas e intereses que echa sus raíces en la Historia: las primeras organizaciones de la sociedad civil con reconocimiento global fueron las entidades antiesclavistas que proliferaron en los Estados Unidos de América entre los siglos XVIII y XIX, de las cuales resultaron notables ejemplos la Sociedad Abolicionista de Pensilvania, dirigida por Benjamin Franklin, y la Asociación Antiesclavista Estadounidense, fundada por William Lloyd Garrison. Huelga recordar que sus integrantes fueron acusados por los conservadores de “traidores” y “enemigos de la paz social”.
Con las mismas características de notabilidad pública, luego vendrían las asociaciones defensoras de los derechos de los trabajadores (que no se pueden confundir con los sindicatos, que eran "uniones" al interior de los centros de trabajo) aparecidas en Europa a lo largo de los siglos XVIII y XIX, y las entidades de mujeres sufragistas de fines del siglo XIX y principios del XX: desde Emmeline Pankhurst hasta Clara Campoamor, todas fueron denunciadas como "subversivas", “antinacionales” o "puntas de la lanza de intereses foráneos", y combatidas frontalmente por los políticos y los intelectuales de mentalidad conservadora.
En el siglo XX, en particular, nacieron muchas ONGs de carácter humanitario, pero en las latitudes en las que prevalecía un régimen político tiránico o de partido único se constituyeron sobre todo porque era imposible la existencia de agrupaciones abiertamente oposicionistas y los "desafectos" no tuvieron más opción que organizarse en estas entidades, las que, por otra parte, tenían que contar con un vigilante y solidario apoyo exterior para evitar, entre otras represalias, que sus integrantes terminaran con sus huesos en la cárcel o el cementerio.
En pocas palabras: las ONGs nacen como entidades integradas por individuos de ideología humanista, liberal o progresista en épocas de escasa o nula tolerancia frente a la diversidad de opiniones y las apuestas contra el estatus, y sus objetivos, por consiguiente, se emparentan con las luchas por la ruptura del “viejo orden”, la apertura de pensamiento, la solidaridad humana, la promoción del progreso material y espiritual, y el trabajo socio-educativo en favor de los necesitados y los desvalidos.
Inclusive, los ahora tan vapuleados organismos de cooperación internacional (la USAID norteamericana, la AECID española o la GTZ alemana, por ejemplo) y las grandes ONGs de los países desarrollados fueron patrocinadas o creadas por personalidades y sectores humanistas, liberales o simplemente compasivos, y su objeto fundamental era y es (más allá de cualquier intención de contrainsurgencia) canalizar ayuda económica y desarrollar una determinada logística social (en educación, salud, agricultura, vivienda, etcétera) en favor de los pueblos de los países pobres para tratar de elevar sus niveles de consciencia y contribuir a aliviar sus condiciones de vida.
Las ONGs, pues, mal podrían ser del agrado del conservadurismo. Sus actividades son contrarias a los fundamentos de la ideología conservadora. Por eso, nunca se verá por estos lares programas de solidaridad patrocinados, verbigracia, por la Heritage Foundatión, nidal histórico del conservadurismo estadounidense: ésta dirige sus recursos en dirección a la formación de cuadros profesionales e ideológicos afines a su forma de pensar, importándole “tres pitos” el destino de sus congéneres que vegetan en la ignorancia y la miseria más allá de sus fronteras nacionales.
En adición a todo lo dicho, también hay que recordar que en los últimos tiempos los miembros y dirigentes de las ONGs, con las excepciones que confirman la regla, habitualmente son personas que en el pasado reciente militaron en el liberalismo político o en agrupaciones revolucionarias y que, tras la muerte de las ideologías y la victoria de la lógica del mercado sobre la ética humanista, se quedaron sin partido.
La afirmación de que "se quedaron sin partido" es verdadera pero no exacta, pues la situación fue al revés: los partidos liberales, absorbidos por la centrífuga de una cotidianidad que sólo les dejaba la alternativa de la desaparición o la "renovación", se fueron quedando sin identidad, talvez avergonzados y atolondrados por la derrota de las opciones doctrinarias y el triunfo de la "ideología" del mercado, y los dirigentes y los militantes que se negaron a participar en las nuevas verbenas sociales quedaron políticamente arrinconados.
En el aludido proceso de "renovación", como se sabe, no ganaron los mejores sino los más avenidos a pactar con el conservadurismo victorioso, en una singular reedición de la máxima "pragmática" (palabra que se usa ahora para sustituir los vocablos "oportunista" y "pancista") que recomienda que "si no puedes vencer a tu enemigo únete a él", y por ello quienes tienen mayor sintonía con las organizaciones de la "sociedad civil" son precisamente los dirigentes y militantes partidarios (una minoría muy selecta y en extinción en la sociedad dominicana) que mantienen incólumes sus principios ideológicos y morales.
No nos engañemos, pues: la actual confrontación entre conservadores y miembros de organizaciones no gubernamentales es, en bastantes sentidos, una variante reminiscente de la lucha política del siglo XX (que enfrentó a retardatarios y progresistas a veces de manera excesivamente maniquea), aunque sobre bases superiores y en otro escenario social, y probablemente ello explique por qué los protagonistas parecieran ser los mismos o, en otro caso, aparente desarrollarse entre los herederos (políticos, ideológicos y hasta familiares) de los antiguos contrincantes.
Claro, hay que insistir en que los conservadores siempre han sido más coherentes y firmes en sus posturas que los liberales, y no sólo -como ya se ha insinuado- porque el avance de la edad tiende a trastocar las concepciones y el paso del tiempo provoca movilidad política e ideológica sino también, y sobre todo, porque sus concepciones están afianzadas en la realidad (pasado como plataforma legitimadora del presente) y las de sus competidores se proyectan hacia el porvenir (pasado como plataforma de transformación del presente mirando hacia el mañana). Los conservadores, por ello, normalmente son excelentes como políticos, pero los liberales son mejores estadistas.
Por otra parte, el liberalismo político, en tanto expresión de un ideal de sociedad y de Estado basado en los grandes principios de las doctrinas transformadoras (reformistas o revolucionarias), no ha sido nunca verdaderamente permanente en la devoción popular: su falta de "agallas" para mentir y manipular conciencias, su apego a valores político-morales, su respeto a las instituciones, su inclinación a lo “políticamente correcto”, su devoción por la libertad y su hostilidad hacia el "boroneo", lo han alejado muchas veces del favor de las muchedumbres, excepto en las sociedades en las que prevalecen altos estándares de educación.
(Los conservadores proclaman su adhesión a la libertad, pero en la práctica tienen cierta afinidad y se sienten más cómodos con el totalitarismo, y no se trata de una afirmación exagerada: la Historia muestra que los liberales son demasiado "molestosos", todo lo complican con sus reclamaciones de cambio y transparencia, hurgan inquisitorialmente en las entrañas del Estado, y casi siempre se empeñan en denunciar los lazos indecorosos que se establecen entre el capital privado y los políticos desde el poder).
Es, pues, entendible la furia de los conservadores frente a las ONGs (y de cierta gente que comenzó siendo liberal y ahora está en la acera del frente), y no es enajenación ni sinrazón: es cuestión de coherencia de pensamiento, de tradición histórica y de intereses… Lo raro, lo verdaderamente raro es ver cómo se han sumado a la cruzada conservadora anti ONGs algunos dominicanos que, en buena lógica, “no tienen velas en ese entierro”.
(*) El autor es abogado y profesor universitario.