<span style="font-size: 12px;">Es lamentable que en un país donde se
estudia tanta teología y donde proliferan los títulos doctorales y otras
encumbradas honras académicas en la materia, el debate sobre la sentencia 168/13
TC no haya sido abordado desde el punto de vista teológico, salvo algunas
reacciones que por exiguas y aisladas no puede considerarse como
representativas.</span>
He visto con dolorosa resignación como un
tema que toca de manera ineludible la esencia humana y los derechos
inalienables que la definen, no ha despertado en el sector evangélico un
encendido y, al mismo tiempo, enriquecedor debate de contenido teológico, sobre
una situación que nos impele a definir principios fundamentales que tienen que
ver con lo que creemos y predicamos. Una vez más se pone en evidencia el
profundo dilema entre lo que nos enseñan en nuestros institutos y seminarios
teológicos y la práctica y el compromiso que asumimos en nuestra vida
cotidiana.
Siempre he sido partidario
de que en nuestros seminarios teológicos se imparta como asignatura una
historia critica de la República Dominicana, pues su conocimiento podría darnos
una mejor perspectiva de nación y, al mismo tiempo, ayudarnos a discernir esa
solapada misantropía ideológica teñida de xenofobia y racismo que carga nuestra
historia y que como creyentes en Cristo estamos llamados a superar, porque como
dice el apóstol Pablo “Todos los que
habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. No hay judío ni
griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno
en Cristo Jesús” (Gálatas 3:27-28).
La
concepción cristiana-teológica del hombre no es opcional ni circunstancial,
sino que ve al hombre como un ser con una dignidad singular, hecho a imagen y
semejanza de Dios, de donde deriva el principio más relevante y abarcador,
contenido en la declaración universal de los derechos humanos, que establece
que “todos los hombres nacen iguales en dignidad y derecho”.
La ley
tiene el propósito de garantizar los derechos, y la sentencia 168/13 del
Tribunal Constitucional violenta el principio de retroactividad de la ley para
desconocer, porque proceden de padres extranjeros, el derecho a la nacionalidad
de miles de dominicanos nacidos aquí y con toda una vida hecha en nuestra
tierra.
La sentencia como una estrategia compensatoria
a este injustificable despojo, incluye en el mismo texto el plan de
regularización de extranjeros, tratando de confundir una cosa con la otra.
Nuestra
reacción como iglesia ha sido difusa e inconsistente, a pesar de que muchos de
los despojados de su nacionalidad son miembros de nuestras congregaciones.
Quizás estemos balbuceando interiormente la famosa parte del sermón predicado
en Frankfurt, en 1946, en presencia de los delegados de la Iglesia
Confesionaria, cuando el pastor protestante Martin Niemöller expresó:
“Cuando
los nazis vinieron por los comunistas, me quedé callado; yo no era comunista.
Cuando encerraron a los socialdemócratas, permanecí en silencio; yo no era
socialdemócrata. Cuando llegaron por los sindicalistas, no dije nada; yo no era
sindicalista. Cuando vinieron por los judíos, no pronuncié palabra; yo no era
judío. Cuando vinieron por mí, no quedaba nadie para decir algo”.
Frente a sus compañeros de fe, el pastor miró hacia el pasado,
ecuánime: “Preferíamos mantener silencio. Claramente no somos inocentes y me
pregunto una y otra vez: ¿qué habría pasado si en el año 1933 ó 1934,
catorce mil pastores protestantes y todas las comunidades protestantes de Alemania
hubieran defendido la verdad hasta la muerte?”.
Si hay
algo que debemos aprender sobre esta situación es que como cristianos tenemos
una responsabilidad histórica que tiene implicaciones teológicas y pastorales.
La iglesia en la República Dominicana, salvo escasas reacciones, frente a la
sentencia 168/13, ha guardado silencio. No sabemos cuál será el costo.
Edición 12,
Revista Ruta Cristina, (estará circulando la próxima semana), sección: De parte
de Tomás Gómez Bueno.