SANTO DOMINGO, D.N.-Hace 52 años el Caribe fue escenario de una de las peores crisis en la historia de la Humanidad. La instalación de misiles soviéticos en Cuba con fines defensivos, tras la invasión de Playa Girón y los amagos agresivos del gobierno norteamericano contra la Revolución, desataron una crisis de consecuencias imprevisibles, que puso al mundo al borde del holocausto nuclear.
Los diálogos, negociaciones y compromisos entre las partes conjuraron el enorme peligro en ciernes, devolviendo la tranquilidad a la región y al resto del mundo. Desde entonces la zona ha sido uno de los pocos territorios, a escala mundial, que no ha sido sacudida por guerras e invasiones. Basadas en su multiplicidad de orígenes y culturas y también en raíces históricas comunes, las naciones del Caribe han logrado establecer y consolidar un modus vivendi signado por la paz y la concordia, que es ejemplo para el resto de las naciones del planeta.
En el pasado año, la Sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional de República Dominicana, dirigida a regular el otorgamiento de la nacionalidad a hijos de padres indocumentados o en condición de tránsito en el país , provocó una nueva crisis del Caribe, que si bien no tiene las connotaciones, la peligrosidad, ni el alcance de aquella de 1962, si ha vuelto a enfrentar a naciones y organizaciones internacionales en un terreno enrarecido por los que pretenden atizar los conflictos y diferencias, en beneficio de sus intereses económicos o geopolíticos.
La crisis estuvo precedida por el agravamiento de la migración ilegal haitiana a República Dominicana, especialmente tras el terremoto sufrido por aquel país en el 2010, con el agravamiento de las ancestrales condiciones de pobreza en que se debate la mayoría de sus ciudadanos y la erupción de tensiones y conflictos de carácter comercial en la frontera común.
Hasta fines del 2013, la mediación de organizaciones internacionales no había dado los frutos esperados, mientras en ambas naciones se caldeaban los ánimos y empezaban a aparecer extremistas, chovinistas y patrioteros que clamaban por medidas enérgicas y castigos ejemplarizantes. Algunos juicios emitidos por líderes y gobiernos extranjeros y ciertas medidas adoptadas por organismos regionales, lejos de contribuir a la necesaria atmósfera de serenidad y búsqueda del consenso, aún sin pretenderlo, terminaron por recrudecer las diferencias y alejar las posibilidades de un acuerdo.
En este escenario fue que tuvo lugar, el pasado 7 de enero, la primera reunión conjunta Haití-República Dominicana en la ciudad fronteriza de Juana Méndez, la que contó con la participación de delegaciones oficiales de ambos países y la presencia de observadores internacionales de la República Bolivariana de Venezuela, la Organización de Naciones Unidas, la Unión Europea y el CARICOM.
Independientemente de que la reunión se realizó con delegaciones asimétricas, en representación de ambas partes, lo cual podría evidenciar la presencia de un protocolo impreciso, lo cierto es que la misma ha sido catalogada como “histórica” por los dos gobiernos, abriendo un compás de esperanza y optimismo alrededor de los temas contenciosos. La agenda incluyó el análisis de problemas migratorios, comerciales, medio ambientales y de seguridad, llegándose a fijar encuentros mensuales, a partir de este primero.
Uno de los momentos más trascendentales del encuentro, que allana el camino hacia la obtención de soluciones mutuamente aceptables y realistas, lo constituyó la aceptación, por la parte haitiana, de que a República Dominicana le asiste “el derecho soberano a determinar su política migratoria y las reglas para el otorgamiento de la nacionalidad” y también la declaración de la parte dominicana de que “ ratificaba las garantías de que se tomarán medidas concretas para salvaguardar los derechos básicos de las personas de origen haitiano y que en las próximas semanas se avanzará en una legislación adicional para dar respuesta a todos los casos no contemplados en el Plan de Regularización”.
Por supuesto que los enemigos del entendimiento entre los pueblos seguirán atizando el odio y batiendo los tambores de guerra. A estas figuras, órganos de prensa, grupos económicos y gobiernos no les interesan los acuerdos razonados ni el logro de la justicia; tampoco que el Caribe siga integrándose y garantizando su propio futuro en paz y desarrollo, dejando atrás la funesta balcanización heredada de siglos de colonialismos e imperialismos.
Precisamente por eso es que los primeros resultados de la reunión Haití-República Dominicana abren una brecha al optimismo y la esperanza y presagian un tiempo venidero en que el Caribe vuelva a ser una cuenca de armonía y convivencia ejemplar de los pueblos que la habitan.
La única guerra que debemos declarar en la región es la guerra a la pobreza, a la marginalidad, al subdesarrollo, a las exclusiones, al racismo, a las enfermedades, a la ignorancia, a la corrupción, al narcotráfico y la violencia, a la injerencia extranjera con fines geopolíticos y a esos seres inescrupulosos que serían capaces de incendiar la casa común, siempre que de ello puedan extraer ganancias egoístas y beneficios ruines.
Hoy como ayer, el Caribe es y seguirá siendo una zona de integración, paz y convivencia ejemplar. La reunión del pasado 7 de enero nos lo confirma.