<b>A principios de la década de los 80 toqué por primera vez una computadora, recuerdo la marca, Harris, y nunca he olvidado esa experiencia, similar a la vivida con el beso inaugural de la primera conquista amorosa. </b>
Tampoco olvido la computadora que años después adquirí. Fue mi matrimonio con la tecnología. Computadora, printer y fax, eran una revolución. Instalé una oficina y comencé a ofrecer servicios de lo que ya sabía hacer y en el primer mes recuperé lo invertido y me sobró dinero. Desde el lugar de trabajo lo podía hacer todo.
Teclear y ver en pantalla el texto que se iba escribiendo tenía gran impacto en el entusiasmo de uno. Era un aprendiz del periodismo en ese entonces, y compartía con experimentados periodistas la redacción de La Noticia, un vespertino ya desaparecido, fundado y dirigido por Silvio Herasme Peña, un emblemático profesional del periodismo dominicano, quien apadrinó mi carrera de periodista. Creo que fue La Noticia el primer medio en disponer de computadoras en su redacción, y no olvido el trauma de adaptación que estas representaron en muchos colegas, en especial aquellos que estaban marcados por los años de ejercicio.
Muchos de ellos renegaban despegarse de su maquinilla tradicional, que imprimía un ambiente rítmico a las redacciones de los diarios, pues el tecleo simultáneo daba al proceso de producir noticias un sonido que disminuía con el uso de la computadora. El coro que producía ese tecleo era indicio de que se estaban redactando buenas noticias, y creo que hasta la desaparición de ese estridente ruido, provocado más por quienes escribíamos con tan solo dos dedos, provocaba una nostalgia colectiva en nosotros.
Por eso, abandonar la maquinilla tradicional era como separarse de alguien a quien se ama, era cambiarlo en un abrir y cerrar de ojos por un ser extraño, desconocido y que además no vibraba igual. No tenía el mismo sabor que impregna al periodista que apunta a un final entusiasta de su noticia.
Pero no había alternativa que no fuera renunciar al pasado y acogerse a lo que representaba el futuro. Había que dar el salto de la maquinilla a la computadora, una novedad desafiante, ante la que no había otra opción que adaptarse. Recuerdo que cuando llegué a la redacción de La Noticia, ya otros dominaban la rutina de la PC, y para vencer el natural temor de enfrentarme al extraño fenómeno yo mismo me dije: “si otros pueden, porque yo no”.
Fue este último principio… “Porque yo no”, el que me hizo enfrentarme a la incipiente tecnología en el periodismo y que me ha guiado en medio del impacto que en el periodismo ha tenido la revolución tecnológica.
Tuve la suerte, al igual que otros jóvenes de entonces, que llegábamos a la redacción de un diario en el mismo momento en que hacía su entrada la tecnología. Ser relativamente joven en ese momento era un estímulo que nos motivaba a adentrarnos al dominio de las normas elementales de la computadora de entonces. Comenzamos a descubrir que no había diferencias tan marcadas entre el teclado de una maquinilla tradicional y una computadora, y que en cierta forma era una reproducción de lo que ya conocíamos como maquinilla eléctrica, sustentadas en el desarrollo de la electrónica.
Lo que producía esa tensión inicial era la rutina que imponía el trabajo. No era igual que sentarse ante una maquina Olimpia u Olivetti, que pacientemente esperaba la llegada de uno y aceptaba que la martillaran hasta el final. La computadora traía una rutina que la generación de hoy la ve fácil, porque nació y se desarrolló en ella, pero que para nosotros era un asunto que se debía enfrentar.
La computadora, hablamos de los años 84 u 85, había que encenderla, generar el archivo y grabarlo, entre otras operaciones a la que no se estaba acostumbrado. Siempre debía de estar un “genio” cerca de uno, jóvenes que conocían en detalle cómo sacar a uno de apuro. La maquinilla no se frisada nunca y la computadora de entonces lo hacía con frecuencia, cuando más era el entusiasmo de uno redactando una nota la computadora se paralizaba. Era el miedo de uno, porque en ese entonces las computadoras no eran tan desarrolladas como ahora y lo escrito se perdía si uno mismo no iba grabando o guardando cada párrafo. Los genios insistían con uno en que escribiera un párrafo y le diera “save” para evitar lo peor, pues nada aburre más a un periodista que tener que volver a escribir un texto que haya redactado.
Pero eso fue superado y a mí, al igual que otros colegas, nos apasionó la tecnología como recurso para el ejercicio del periodismo, como usuario. Poder escribir un texto y guardarlo en un archivo era genial. El periodista antes de la computadora disponía de un archivo de recortes de periódicos al que acudía cuando la urgencia de la noticia le imponía apoyarse en un dato. Con la computadora, dejamos guardada aquella monocolor que fue la primera que conocimos, podíamos almacenar y organizar las noticias escritas por cada uno (backot) y los datos que fueran de nuestro interés extraídos de informaciones publicadas en otros medios.
Para entonces aun no conocíamos el Internet. Existía, pero no había llegado al país, al menos a nivel masivo. Yo había hecho un reportaje al Scotia Bank, en el que ejecutivos me mostraron la agilidad con que ellos se comunicaban con el mundo para darle seguimientos a costos y precios de moneda y productos, me hablaron de Internet, pero para mí era un nombre extraño aun, no había hecho contacto con el mismo y por lo tanto supuse que se trataba de un asunto de bancos.
En el 1994, a la sazón tesorero del Colegio Dominicano de Periodistas (CDP) participé en el Congreso de la Unión de Periodistas de Francia, celebrado en Guadalupe, y allí escuché una conferencia donde el expositor de nacionalidad argentina nos hablaba de la autopista de las telecomunicaciones, nos decía que era el futuro del periodismo y que transformaría el mundo. Pero juro que aun en ese momento no tenía idea de lo que venía, no imaginaba su magnitud.
Las innovaciones tecnológicas comenzaron a ser volcánicas, un nuevo modelo de computadora, sustituía a otra (Cosas del modernismo.), y las subsecuentes presiones que ello representaba para la generación de periodistas que acostumbrada a la máquina de escribir se sentía asaltada por la irrupción de las novedades tecnológicas.
La pasión se desata cuando la Internet irrumpe. La recibimos con la curiosidad habitual de todo lo extraño, aunque no nos faltaba a quien la nueva herramienta no le parecía útil. El acceso a fuentes infinitas de información nos dejaba atónitos, pero en ese primer momento solo se trataba de accesar. Entonces de la rutina aprendida de encender un computador, hacer un archivo, redactar un contenido y guardarlo, se agregaban otras tareas que resultarían más provechosas, conectarse en la red y navegar en ella.
Entonces, del lujo que comenzó para mucho con disponer de una computadora, pasamos a la etapa del poco valor de esta si no estaba conectada a internet. Y comenzamos entonces a experimentar un nuevo momento, de ser receptores de contenido, también teníamos la posibilidad de ser emisores. Creo que el correo electrónico y el chat fueron puntos de partida importante que nos abrieron las puertas hacia esa horizontalidad en la red. A esto se adhiere la importancia que han adquirido las redes sociales como herramientas de provecho.
Para los periodistas, entonces, y probablemente sea un caso universal, cuando a la computadora se le anexa su conexión a Internet, y ésta comienza a desarrollarse como una red informática, lo que en principio se presentó como elemento accesorio para el ejercicio periodístico, pasó a ser entonces un desafío profesional.
Acostumbrado a un ejercicio convencional a través de medios impresos, radiofónicos y televisivos, muchos periodistas no le conferimos gran importancia al nuevo fenómeno informativo, pese a que ya las ediciones impresas de los diarios eran vaciadas en portales en la red.
Durante mucho tiempo, el grueso noticioso que circulaba en la WEB provenía de ese vaciado informativo de las ediciones impresas, mientras a nivel mundial aparecían nuevos experimentos informativos, entre ellos las redes sociales que han transferido al ciudadano y ciudadana un poder insospechado.