Reconozco mi
pasión por explorar los caminos y los entornos. Confesaré que nada me inspira
más fascinación que un viandante leyendo el pensamiento de la gente que le
rodea. La misma calle, que es de nadie y
de todos, también es un abecedario de sensaciones. A propósito, diré, que me
ensimisma ver a los músicos callejeros, capaces de ennoblecer el corazón de los
caminantes.
Ellos nos recuerdan tantas historias, en un delicioso peregrinaje
por el tiempo, que bien vale la pena, pararse y escuchar lo que nos dicen a
través del arte, de sus habilidades que viven a corazón abierto, invitándonos
muchas veces a recuperar los valores que podemos estar perdiendo.
Asimismo, me
hacen reflexionar los muchos pregoneros que nos llaman la atención, con su
carromato de sueños. Igualmente, me emocionan los diversos artistas del asfalto
que hacen sus funciones en un paisaje de puertas abiertas para ganarse muchas
veces nada más que una sonrisa y otras también la indiferencia. ¡Bravo por
ellos!; que a pesar de la frialdad que pueden recibir, siempre están dispuestos
a mostrar el arte (o la pasión) que llevan dentro.
Ciertamente,
tenemos que confiar más en el ser humano y rescatarlo de tantos abusos de sus
derechos. Para empezar, es de justicia estar dispuesto a reparar el daño. Todos
nos merecemos un horizonte con las garantías necesarias para poder desarrollarnos
en un ambiente de libertad. Ahí están los migrantes, muchas veces sin derecho
alguno, tratados como si fueran personas sin alma. Lo mismo sucede con los
excluidos, apenas cuentan en los circuitos económicos. Debería avivarse una
cultura de paz, como sustento de la convivencia entre los seres humanos.
Todos
tenemos una capacidad creativa, es algo innato, y esta facultad natural unida a
unos principios éticos, nos encamina a un espacio de respeto y consideración
hacia el semejante, como pauta de acción, como forma de vida, como manera de
ser. Por tanto, estimo que es bueno para la humanidad dejarse explorar en
común, buscar juntos la manera de aprender a emprender caminos que nos
humanicen. No puede haber paz en nuestra vida si somos conscientes de que cada
día mueren millones de personas en el más absurdo desamparo. Hemos de propiciar,
inevitablemente, la donación de darse, el abrazo de abrazarse, el esfuerzo en
compartir, el vivir desviviéndose por el semejante en definitiva.
En cualquier caso,
tenemos que conservar la esperanza de que es posible el diálogo. Ya sea con
arte como lo hacen esas personas que nos quieren llamar la atención y, para
ello, reflejan un pensamiento a través de sus destrezas; ya sea con palabras,
que también es otro arte; ya sea con los silencios, que de igual forma nos ayudan
a recapacitar. Todos, en el fondo, tenemos alguna idea, que no son pinturas
mudas, sino una posible acción o reacción de algo o hacia algo. De lo
contrario, entraríamos en la desesperación y no tendría sentido vivir. Por eso,
si tan importante es promover la paz como acción colectiva e individual, de
igual modo, también es fundamental saber convivir con los conflictos y proponer
soluciones creativas y pacíficas a los mismos. Ponía el ejemplo de los artistas
callejeros, que a pesar de las dificultades que pueden estar atravesando, son
capaces de impulsarnos un pensamiento solidario a su creatividad.
Indudablemente, estamos condenados a cooperar unos con otros a través de un
saber transformador, que no puede ser egoísta, sino todo lo contrario,
humanitario. Realmente lo relevante no está en "ser buenos y llevarnos
bien", algo sin duda deseable, sino en aceptar la existencia de la
diversidad, y desde este pluralismo, reconocernos creadores en el arte de
convivir, con el crecimiento de la persona. A poco que ahondemos en nuestros
interiores, descubriremos la sensibilidad que nos embellece y entusiasma en
beneficio de toda la humanidad. Obviamente, siempre vamos a necesitar resurgir
en esa nueva dimensión de la verdad y del bien. Al fin y al cabo, todo está en
ese espíritu creador, en esa inspiración artística, que ha de provocar el
asombro de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
5 de febrero de 2014