El avance incontenible del lago Enriquillo en el Sur hay que
verlo personalmente para que nadie se lo cuente. Cuando escuchaba las denuncias
de los campesinos afectados por el crecimiento de este majestuoso lago, que
lleva el nombre del cacique Enriquillo, me parecían meras exageraciones, pero
al encontrarme frente a frente con este “brazo de mar” y observar todo el
terreno que ha ido engullendo a su paso, llegué a la conclusión que se quedaron
cortas.
A lo largo de la carretera que comunica a Santo Domingo con
la provincia fronteriza de Jimaní, a la altura de unos kilómetros antes de llegar
a “Las Caritas”, el viajero observa con
estupor como el lago ha ido borrado
sembradíos, pastizales y comunidades, dejando a su paso los cadáveres de las
palmeras, la última señal de resistencia de la naturaleza al avance de sus
aguas saladas.
No han valido los encaches en la carretera, bordada por
cambrones y cactus (algunas sumergidas), para detener el avance rápido del
lago, que en la parte de Haití adopta el
nombre de Azuey. Las aguas saladas se las
han ido ingeniado para filtrarse por el suelo y aparecer al otro lado de la
carretera, como un cáncer maligno.
Y hay lugares donde fue preciso abandonar la carretera pues
no valieron los esfuerzos por contener las aguas, y en otros el lago ha ido
erosionando el asfalto, como un monstruo que lentamente va comiendo trozos de
vía.
Es como si el Lago Enriquillo quisiera fundirse con su igual
del otro lado de la frontera, contrariando el espíritu de la sentencia 168-13 y
los afanes por desconocer los derechos de los haitianos nacidos en el país.
En su atropellado avance no le ha importado convertir en
inservibles edificaciones millonarias, que hacen recordar al devastador huracán
Katrina en Nueva Orleans (Estados Unidos). Yacen bajos las aguas el edificio
que iba servir de sede a las Aduanas dominicana y las modernas instalaciones de
la Dirección de Migración. En un extremo del desvencijado edificio de Aduanas y
casi tragado por las aguas, se observa un furgón, cuyo dueño no se apresuró a
retirarlo a tiempo.
Se yergue, como una estatua de la desaparecida Atlántida, el
transformador que iba a suplir de energía eléctrica a esta edificación, y los
arbustos acuáticos van invadiendo cada palmo las orillas pantanosas.
Pese al drama humano que significa el avance incontenible
del lago, es impresionante y hermoso el panorama que se observa, con el azul
turquí de sus aguas y la tranquila marea que golpea los bordes de terrenos o
carretera. Las aves de diversas especies han migrado para convertir el lugar en
su hábitat y pronto reptiles como el caimán americano invadirán toda su
superficie.
Y no es exagerado afirmar que en pocos años los caimanes se
distribuirán por algunos de los más importantes ríos del país, poniendo en
peligros a otras especies, incluyendo a la humana. Ya el cangrejo o jaiba sirica,
inexplicablemente porque es un crustáceo marino, ha poblado prácticamente todo
el lago.
Después de años clamando por una solución al problema, el
Gobierno decidió construir el poblado Nueva Boca de Cachón para reubicar a las
familias desplazadas por el lago más grande del Caribe y abrir un tramo de
carretera en la falda de la montaña, ante la imposibilidad de contener su
inexorable expansión.
Las autoridades deberían enfocarse en sacarle partido a la
expansión del lago y explotar la acuacultura (con especies criollas o foráneas)
en esa zona deprimida del país, y así
generar empleos, divisas y contribuir con la seguridad alimenticia de los
dominicanos.
La idea es convertir en una gran oportunidad la desgracia
humana que representa la crecida del lago Enriquillo en el Sur del país.