Nunca a nadie se le enseñó a vivir con previo aviso.
Diariamente estamos improvisando. Constantemente, compartimos gratuitamente
nuestras experiencias con la intención de orientar a todo aquel que nos rodea.
Es imposible contabilizar las tazas de café y tertulias andragógicas de “Hágalo
usted mismo”. Durante toda la vida hemos visto numerosas telenovelas que nos
dan una idea del ciclo de la vida más allá de: “Nace, crece, se reproduce y
muere”.
Pero, si analizamos superficial o profundamente, ¿qué tan
peligrosas son las telenovelas y su influencia en el comportamiento humano? Su
contenido es altamente tóxico, se filtra en nuestras venas, crea adicción, afecta
la salud emocional y finalmente perdemos la conexión con la realidad. Pues, es
mejor no verlas; ya que, somos lo que consumimos.
Impactan en la codificación mental, es como si fuera un
patrón, un librito o un manual de comportamiento social. En los últimos años,
ha surgido una tendencia hacia los guiones basados en historias de narcotráfico
y crimen organizado que incitan y promueven cualquier cosa menos una sociedad
sana e íntegra. Las telenovelas dividen al mundo en dos, los buenos y los
malos; pero ¿quién es quién?
La maldad es relativa, de no ser así, que alguien le pregunte
al Diablo si Dios es bueno. En la novela de la vida real, la bondad está
estrechamente asociada al sufrimiento, una fascinación constante por el dolor.
Los protagonistas son víctimas eternas del destino. Y el malo, es el que busca
con sed su felicidad, el que se ha planteado un objetivo y lucha por sus
sueños.
En el mundo real, lo contrario a lo bueno es lo mejor, ya que
cuando nos inclinamos exclusivamente por lo bueno, descartamos lo mejor; y eso
sí que es malo. Con el control en la mano, está quien se cree absoluto y que el
mundo gira a su alrededor. Sintonizamos una burbuja y encarnamos el protagonismo
de nuestra propia novela.
Nos conformamos con lo bueno, nos creemos no merecedores de
lo mejor, porque nuestra condición de protagonistas de telenovelas nos dice que
el sufrimiento es el sentimiento correcto, porque siempre habrá alguien
sacrificado a causa de nuestra felicidad. En la vida real, el bueno es el que
compite, pero consigo mismo; quien se esmera por ser cada día mejor.
La vida no termina con el beso del capítulo final, no termina
el día de nuestra boda ni en un choque de copas. La vida no termina ni siquiera
con la muerte. Existimos mientras alguien nos recuerda, mientras alguien nos
piense, mientras alguien nos bendice en la distancia. Nos inmortalizamos el día
que se consume el hecho de lo enseñado, de lo aprendido; cuando nuestro universo
se expande y se hace mejor porque nosotros existimos. Eso sólo se logra a
través del servicio que ha de ser el génesis y el apocalipsis de una vida con
propósito. Porque no es lo mismo que vivir, honrar la vida; como lo hubiese
dicho la vieja Petra.
Mientras perdemos el tiempo programando asuntos infértiles, del
otro lado del televisor se siembra la ponzoña, el chisme, la envidia, el celo
feroz. Desconectémonos de tanta basura. Prestemos especial atención a lo que
estamos trasmitiendo a nuestros semejantes, a las futuras generaciones.
Mileyma Izquierdo Q.