El orfeón mediático de los ultranacionalistas del patio en un momento dado fue tan estridente, persuasivo y abrumador que, pese a los pírricos resultados de sus convocatorias populares, durante un tiempo lograron crear la impresión de que tenían el apoyo de la mayoría de los dominicanos (algunos enardecidos comunicadores llegaron a afirmar que con una proporción porcentual de 90-10) en el debate sobre la sentencia número 168-13 de nuestro Tribunal Constitucional.
Los datos arrojados por la última encuesta Gallup-Hoy, sin embargo, confirmaron la falsedad de aquella cantaleta y dieron cuenta de la verdadera realidad con relación al punto nodal del referido fall el 58.2 por ciento de los consultados piensa que los hijos de los haitianos ilegales nacidos en el período a que se ella se refiere “son dominicanos”, contra un 39.6 que cree lo contrario. Es decir: la táctica goebbeliana en esta ocasión resultó un fiasco.
No obstante semejante “hallazgo” (¿cómo esperar lo contrario en militantes del odio y el resentimiento?), los portavoces del ultranacionalismo insisten en continuar vendiendo las mismas patrañas y tergiversaciones (es obvio que el negocio de la mentira no es nada malo para algunos), y el circo se esfuerza por mantener sus carpas abiertas y las bocinas encendidas a pesar de que los aplausos disminuyen dramáticamente. Y es natural: como en la farándula, aunque se esté de luto o de capa caída “el espectáculo debe continuar”. Ojo morado no amilana a forastero ebrio, y mucho menos en las lampiñas estepas del descaro.
De antaño se sabe que entre conservadores y ultranacionalistas siempre ha habido (aquí, allá, acullá y allende los mares) un cierto maridaje ideológico, pues los fines prácticos de sus elucubraciones y consignas son en esencia los mismos: ser parte de los poderes establecidos (a través de un laborantismo de alabanza, justificación y recompensa) y tratar de mantener incólume eso que indistintamente se denomina “estatus“ , “orden” o “establecimiento político y económico”.
Por supuesto, la estabilidad del connubio también está relacionada con el hecho de que los contrayentes se complementan uno al otr el conservadurismo (reprimiéndose los escrúpulos de cordura con un esbozo de sonrisa) le permite al ultranacionalismo codearse con los poderes establecidos a cambio de que éste (de buena gana en virtud de su devoción por la vocinglería y el faranduleo) le preste su trompeta retórica y le haga el trabajo sucio (léase: ejercer de preboste contra todo lo que huela a liberalismo) en la sociedad.
La verdad sea dicha, emper en la República Dominicana el fenómeno no había sido tan esquemático y notorio hasta hoy, pues aunque el señorío estatal conservador es casi una constante en nuestra historia (los liberales han pasado por el poder con la luminiscencia y la fugacidad de los relámpagos) el ultranacionalismo nunca había arraigado tanto como ahora: el conservadurismo criollo (que abominaba del ruido patriotero y estaba acostumbrado a no tener pregoneros ni intermediarios para la citada labor prebostal porque le bastaba con el “chucho” del Estado) se limitaba a abrirle cíclicamente unos pocos canales marginales de expresión y financiamiento.
No olvidemos, desde luego, que el ultranacionalismo es una corriente de pensamiento de raíz ultramontana y escasa elaboración conceptual (un bodrio doctrinario) que, a partir de una estridente prédica “patriótica” que se remata con apelaciones radicales al “rescate” de la identidad y las tradiciones nacionales, ha sentado sus reales básicamente en grupos o individuos fanatizados, de mentalidad napoleónica (a veces disfrazada de leninismo o de estalinismo), poco formados o social y políticamente arrinconados, y por estas características singulares puede arrastrar hacia su vórtice no sólo a conservadores de vieja prosapia sino también a fascistas nostálgicos, antiguos exaltados de izquierda, fundamentalistas de derecha y, en general, “cabezas cuadradas” de toda laya.
El ultranacionalismo dominicano en particular, a pesar de que ha abrevado en la retórica declamatoria y fervorosamente romántica de historiadores primigenios de honda influencia en la conciencia colectiva, apareció por primera vez entre nosotros bajo la inspiración del "corte" de 1937 y con los auspicios de la intelectualidad trujillista (más que de la original, de la “conversa”), y como siempre se le ubicó del lado de las más cuestionables manifestaciones políticas de la tiranía, sobre todo en faena de legitimación conceptual, hasta hace poco era sólo visible en ciertos reductos de la política vernácula que por veces no podían esconder su melancolía por la “era”.
Más aún: si nos atenemos a los hechos, hemos de decir que quienes han representado con mas vigor al ultranacionalismo en el devenir nacional (desde Peña Batlle hasta la Fuerza Nacional Progresista, sin dejar de mencionar al contralmirante Lajara Burgos, a la llamada Unión Nacionalista de Luis Julián Pérez y a los grupos en que ésta se desgajó posteriormente) nunca habían disfrutado de apoyo de importancia en la sociedad dominicana: eran vistos como risibles portaestandartes de cierto maximalismo de la palabra que, agitando fantasmas de un pasado remoto, procuraba tener alguna vigencia pública para hacerse gracioso ante el poder, agenciarse colocación en el tren gubernamental o asegurar contratos “profesionales” en instituciones públicas.
(La administración pública ha sido siempre el regazo mas amado de los ultranacionalistas dominicanos -se adhieren al presupuesto del Estado con la casi insana pasión del amor adolescente-, y al tiempo que se erigen en paladines de la justicia y censores éticos a través de la vociferación de todo tipo de eslóganes “patrióticos” y moralizantes, no tienen ningún problema en degustar privilegios societales sin título, engullir rentas injustificables del erario o defender a quienes hacen negocios “no santos” con el gobierno de turno o expolian a sus conciudadanos por medio de la usura bancaria, la actividad industrial fraudulenta o el comercio oligopólico).
Como se ha dicho ya en otro lugar, uno de los "méritos" de la sentencia en debate de nuestro Tribunal Constitucional (así, entre comillas, pues tiene algunos que son reales y no se les pueden regatear) ha sido que resucitó los fantasmas en alusión y, como era de esperarse, insufló de renovados ánimos al ultranacionalismo dominican éste no sólo ha resultado reivindicado histórica y legalmente por ella en sus prédicas más extremistas sino que, debido a la orientación partidista de buena parte de quienes integran la alta corte, le ha brindado una amplia base social y política.
Otra certidumbre se hace visible, pues: el ultranacionalismo no ha convencido a nadie ni ha conquistado apoyo por los méritos de sus argumentaciones o las bondades de su práctica “patriótica”: son los partidos representativos del conservadurismo -el PLD, lo que queda del PRSC y parte del PRD- los que le han brindado su base social en bandeja de plata, realidad visible cuando reparamos en que los nuevos ultranacionalistas son justamente, en la actualidad, destacados dirigentes y militantes políticos, muchos de los cuales, por cierto, son jóvenes sin formación o adultos que hasta hace sólo algunos años eran furibundos críticos de la cháchara de aquel.
Una verdad adicional debe ser igualmente consignada: figuras y entidades (de la política, la religión, el gobierno, la empresa privada o las actividades académicas) que hasta hace poco eran consideradas representativas de las menos recomendables formas de sentir y pensar la sociedad y la nacionalidad dominicanas (y por lo cual no sólo eran ampliamente impopulares sino también vistas como absurdas y antediluvianas expresiones elitistas de la aristocracia de los apellidos o del ladino y fanfarrón mulataje vernáculos), de golpe y porrazo se han convertido en líderes de opinión u objetos de devoción social.
Todavía más: no deja de ser curioso y sorprendente observar cómo ahora -bajo el influjo de la atmósfera de fanatismo “patriótico” creada por el TC con su sonada decisión- se ha olvidado deportivamente lo que muchas de esas figuras y entidades han representado en nuestra sociedad desde hace bastante tiemp por ejemplo, su connivencia con el pasado totalitario, su anatomía ideológica retardataria, su arrogancia social o clasista, sus burlas a la soberanía popular, sus tratativas con sectores imperiales extranjeros, sus indecorosas vinculaciones con el poder corrompido, sus reconocidas aversiones por la gente sencilla del país y su demostrado compromiso con intereses espurios o con el latrocinio privado o estatal. Como decía el ingenioso hidalg “¡Cosas veredes, Sancho amigo!”.
Al mismo tiempo, y sin importar si hay o no conciencia de ello entre jueces y ciudadanos, la sentencia de nuestro TC está desempeñando en estos instantes, lastimeramente, un rol parecido al que jugó la formación del Frente Patriótico en 1996: poniendo la historia nacional "patas arriba" a través de un alianza oportunista y desprovista de principios entre antiguos liberales y conservadores de siempre, y en consecuencia provocando el olvido o la tergiversación de las lecciones fundamentales de nuestro devenir como nación y sembrando la confusión entre la gente no educada del país sobre el verdadero significado de los valores patrios y los intereses que se esconden detrás de la palabrería “nacionalista” de hoy.
(Hay que reiterarlo para que no se crea que todos somos tontos: demasiado gente que está haciendo causa común con las bravuconadas y los dicterios del ultranacionalismo tiene un empleo público, una botella, un cargo electivo, un contrato gubernamental, alguna cercanía con el PLD o una vinculación con los poderes fácticos. O sea: el ultranacionalismo está bien colocado en términos de “amarre” estatal. Lo que le falta es fuerza moral, porque ésta no se puede comprar ni se forma con amenazas o constreñimientos políticos o “disciplinarios”: sólo se construye con la verdad, la conducta propia y la defensa de los intereses de la colectividad. Existen excepciones a este respecto -¿cómo negar que hay gente no asalariada, bien intencionada y realmente patriota entre los ultranacionalistas?-, pero no hacen más que confirmar la regla).
El ultranacionalismo podrá seguir faroleando con toda la arrogancia que le permite su cercanía con el aparato estatal y los poderes fácticos, podrá continuar vociferando e insultando por conducto de los medios de comunicación que controlan sus aliados, y hasta podrá recrudecer sus amenazas contra quienes no comulgamos con sus puntos de vista en torno a la sentencia del TC, pero en estos momentos una cosa está meridianamente clara: a despecho de todo ello, sus postulados incendiarios no han calado en la conciencia colectiva y, por el contrario, han hecho tanto ruido que ya están resultando molestos para el gobierno y los sectores conservadores del país… ¿Moraleja? Simple: el declive del ultranacionalismo es sólo cuestión de tiempo, y más temprano que tarde sus mecenas tendrán que cancelar el espectáculo y buscarles otras “ocupaciones” a los cirqueros.
(*) El autor es abogado y profesor universitario [email protected]