<b>Santo Domingo, 28 de febrero 2014.-Ni en la
guerra ni en la paz un presidente debe de hablar mucho. Eso siempre lo recuerdo
cuando veo la sobre exposición mediática del presidente de Venezuela, Nicolás
Maduro.</b>
Los
presidentes también gobiernan con el silencio; y en las más de las veces lo
hacen con mejor tino.
Aquello de
que quien mucho habla mucho yerra, nace no tanto de la sabiduría sino de la
experiencia.
En el ejercicio
de gobernar, así sea a una pequeña familia, el silencio tiene un valor poderoso
y de mucho significado.
Lo digo
porque en mi vida en visto muchos presidentes parlanchines y por lo regular terminan
gobernando mal.
Es que olvidan
la frase célebre del apóstol cubano José Martí: “Hacer es la mejormanera dedecir”.
¿Cuál es el problema? Bueno, que quien habla mucho
escucha poco. No tiene tiempo para oír a nadie, porque lo invierte en obligar a
los demás a que lo escuchen.
Un político,
mas si es presidente, tiene que saber cuándo habla y cuándo calla. Si no tiene el
tino de saberlo corre muchos riesgos, en especial en tiempo de crisis como el
que viven los hermanos venezolanos.
El pasado 10
de enero, Pedro Serrano Martínez escribió en el diario El País lo siguiente: El silencio no es renuncia, sino contención, pausa, reflexión.
El
silencio es prudencia. El silencio es elocuente. Hay silencios que dicen más
que mil palabras. Hay silencios que gritan, que consienten, que censuran, que
claman, que duelen… El lenguaje es palabra y silencio. “Hay un tiempo para
callar y un tiempo para hablar” (Eclesiastés).
He leído que el presidente Maduro ha perdido
la voz, que espero sea momentáneo, pero sea Dios o la naturaleza, le habrán
dado una alerta: hablar demasiado cansa a uno y a los demás.