(Por Luis R. Decamps R.).-El autor de estas líneas escuchó decir hace unos días a un reputado abogado y comunicador dominicano que la postura asumida por quienes defienden la prevalencia de los derechos humanos sobre cualquier estatuto restrictivo de naturaleza nacional sin importar su jerarquía jurídica responde “a la trasnochada visión internacionalista del comunismo”.
La afirmación del aludido jurista y hacedor de opinión pública no sólo es sesgada desde el punto de vista ideológico (es un lugar común del conservadurismo y la ultraderecha esa tendencia a vincular al “comunismo” o ahora al “terrorismo” a los individuos o las ideas que los adversan): también es absolutamente falsa, y refleja hasta qué punto la manipulación encuentra terreno fértil en la controversia política en la República Dominicana sobre todo al amparo de las insuficiencias educativas y culturales que nos acogotan.
Es cierto, enteramente cierto que en el siglo XIX Marx opuso el “internacionalismo proletario” a lo que él denominaba el “internacionalismo burgués” en el predicamento de que así como “el capital no tiene patria” (y los capitalistas sacrificaban de buen grado los valores nacionales en el ara de sus intereses económicos), el trabajo tampoco podía tenerla (y los obreros no debían estar apegados a “mezquinos intereses locales” y “dejarse arrastrar al laberinto de palabras huecas del nacionalismo”), tal y como se puso de manifiesto en términos prácticos con la fundación de la Primera Internacional en 1864.
Es igualmente verdad que los comunistas y los socialistas, herederos políticos del pensamiento y el método histórico de Marx, le dieron continuidad a ese enfoque internacionalista (por ejemplo, con la fundación de la Segunda Internacional en 1889, la Internacional Comunista en 1919 y la Internacional Socialista en 1951), y que aún en la actualidad, cuando la “ideología” del mercado domina todas las esferas de la actividad humana, subsisten sus rasgos esenciales, si bien como ecos de una racionalidad que paulatinamente se apaga en los entresijos de la conciencia colectiva.
Ahora bien, la visión internacionalista de la problemática social, política, económica y cultural del ser humano no es de origen marxista: aunque en principio es hija de la filosofía como disciplina intelectual (porque ésta intenta estudiar y discutir los asuntos más generales y totalizantes de la vida individual y social) y ya estaba presente de manera rudimentaria en algunas de las primeras civilizaciones humanas (verbigracia, las orientales), su más lejana referencia documentada y comprobable en el mundo occidental se encuentra en la vocación universalista del cristianismo.
(Y no lo olvidemos: la civilización occidental, tal y como la conocemos en los últimos diez y nueve siglos, es fundamentalmente una obra del judaísmo y el cristianismo, y sus desfases y rupturas tanto espirituales como factuales se corresponden plenamente con los desfases y las rupturas históricas de éstos, razón por la cual en nuestra mundo es posible encontrar una particular cohabitación de sociedades de orientación cultural hebraica, católica-romana, protestante y ortodoxa, con sus respectivas éticas, liturgias, apuestas políticas y formas de organización institucional).
La vocación universalista del cristianismo es esencialmente resultado de su monoteísmo (solo existe un Dios, creador de todo lo que existe y padre de toda la humanidad) y su humanismo (se dirige al ser humano en general, necesitado de la salvación tras incurrir en el pecado original y sus secuelas de inconducta), y está presente sobre todo de manera inequívoca en las prédicas de Jesús y en las de sus discípulos (Nuevo Testamento), independientemente de que la mayor expansión de sus congregaciones y la más grande difusión de sus ideas se hicieron posible básicamente cuando se convirtió en una religión de asentamiento romano.
En otras palabras, el cristianismo, pese a que nació dentro de la cultura judía y se desarrolló en principio entre pueblos vinculados a ésta, supuso desde su nacimiento una disyunción respecto a lo que podríamos llamar “nacionalismo hebreo” (representado justamente por los adversarios de Jesús, acorazados en las leyes sagradas del judaísmo y en los ídolos de adoración local), y por eso en realidad los primeros occidentales que asumen una “visión internacionalista” de la problemática del ser humano y de la vida son justamente los cristianos católicos que, como se sabe, hasta el movimiento de reforma luterana del siglo XVI (y aún con los cismas), encarnaban el pleno vicariato de Cristo en el mundo y la representación única de las opiniones del Dios universal.
Por lo demás, la afirmación que da origen a estas notas desconoce una realidad histórica que no admite discusión: la visión internacionalista del comunismo no estaba vinculada necesariamente al concepto de derechos humanos que actualmente prevalece en el mundo: en general, realmente le era hostil, y no sólo porque Lenin -constructor del primer Estado comunista del orbe- consideraba que la libertad “es un prejuicio burgués” y preconizó la “superioridad del comunismo respecto de las reclamaciones de soberanía” (principio matriz de la constitución de la URSS), sino porque el fundamento ideológico de su control político era totalitario y su visión de la sociedad era absolutamente excluyente.
Desde luego, es absolutamente imposible desconectar la consideración de marras, emitida a propósito del debate suscitado en torno a ciertos aspectos de la sentencia No. 168-13 de nuestro Tribunal Constitucional, de la muy alegre tesis de un destacado filólogo e historiógrafo criollo en el sentido de que los críticos del referido fallo son “traidores a la patria” que se ocultan tras un “falso humanismo” para atentar contra los “sagrados intereses nacionales” a caballo de su “servilismo” y su “lacayismo” ante intereses foráneos y, especialmente, Estados Unidos, Francia y Canadá, que según él dirigen la actual “conspiración” mundial contra la República Dominicana encaminada a que ésta “cargue” con el “muerto” que involucra el pueblo haitiano.
(Más allá del saqueo a Peña Batlle que supone una importante parte de las concepciones del distinguido intelectual sobre el nacionalismo y los peligros que alegadamente acechan en estos momentos a la patria, resulta curioso observar cómo él se ha erigido -no se sabe con base en cuales calidades legales o morales- en autoridad nacional para determinar quien es portador de un “verdadero humanismo” y quien lo asume de manera “falsa” o apócrifa. Asimismo, mueve a risa ver cómo gente que toda la vida había estado al servicio de “intereses foráneos” -antiguos comunistas que se decían devotos seguidores de la URSS, China o Cuba, y viejos socios políticos o económicos de los Estados Unidos y las potencias occidentales- ahora son nacionalistas a ultranza o antiimperialistas).
Y es imposible desvincular esas posturas por una razón simple: no es nuevo que quienes adopten posiciones universalistas o humanistas, tanto en el plano religioso como en el terreno de la política, sean considerados “traidores” a la patria o “enemigos de la nación”, y los mejores ejemplos al tenor que muestra la historia están a la vista de todos: la persecución del cristianismo en Roma (bajo el alegato de que difundía una “superstición judía” según la cual existía un Dios universal que era el verdadero, en oposición a las divinidades nacionales de la ciudad-Estado), y la brutal batida de Hitler contra los judíos, los pensadores, los artistas y los científicos (que por sus solas condiciones eran “sospechosos de traición”, o efectivamente se oponían a su régimen en el predicamento de que constituía una “violenta aberración nacionalista”).
Naturalmente, sabiendo como se sabe que buena parte de quienes en nuestro país sostienen puntos de vista colindantes con los que comentamos aquí militan en la iglesia romana (incluyendo a nuestro venerable Cardenal, claro está, non plus ultra del nuevo “nacionalismo” criollo), talvez convenga hacerles un recordatorio respetuoso pero elemental: el concepto “católico” viene del vocablo griego “katholikós” (latinizado como “catholicus”), que significa “universal” (es decir, que todo lo incluye o que se refiere a todo el mundo y a la gente que lo habita), y se comenzó a usar entre los cristianos mucho antes (por lo menos desde el siglo II de nuestra era) de que los comunistas se declararan “internacionalistas” (mediados del siglo XIX).
De manera, pues, que resulta procedente reiterar la precisión: la visión internacionalista de los problemas del mundo no es una creación de los comunistas sino de los cristianos, y se encuentra muy a tono con la concepción de éstos de que Dios (todopoderoso, omnisciente y omnipotente) es único y universal, y el ser humano (independientemente de su raza, su cultura o su hábitat) también es uno solo sobre la faz de la tierra… Esta es la verdad, y que el mencionado abogado-comunicador y sus irascibles conmilitones disculpen a este humildísimo escribidor por su osadía de impugnar ese nuevo disparo conceptual de desinformación histórica.
(*) El autor es abogado y profesor universitario