El doctor Leonel Fernández es un hombre ambicioso, en el sentido más amplio de la palabra. Se le atribuye haber conducido uno de los gobiernos más corruptos del continente y del mundo, conforme a organismos internacionales que hacen mediciones de las más diversas variables.
Fernández se adueñó de todos los poderes públicos, colocando cuadros del oficialismo y de su extrema confianza en posiciones estratégicas de las denominadas altas cortes, como forma de blindar su impunidad y garantizar su futuro retorno al poder político. Además, tiene un carácter arrogante, es infalible, nunca ha admitido la comisión de un error.
El presidente del PLD ha gobernado el país en tres oportunidades, en forma de pirámide invertida –es decir, de más a menos–, donde cada gobierno resulta inferior al anterior, lo que hace colegir que un eventual regreso al poder podría resultar funesto para el interés nacional, considerando que es un hombre rencoroso y que suele calificar de enemigos a todos aquellos que en un momento determinado han disentido de su persona.
A raíz de su salida del poder político, el 16 de agosto de 2012, ha descubierto nuevos “enemigos” tanto dentro como fuera del Partido de la Liberación Dominicana, por lo que muchos, incluyendo al propio presidente Medina, no descartan que esos rencores deriven en persecución política. (Esa podría ser una razón para que el presidente Medina pondere una posible reforma constitucional, que abra nuevamente la brecha de la reelección).
De todos modos, un nuevo gobierno de Leonel Fernández sería una incógnita. Cualquier evaluación anticipada, sobre posible persecución en contra de sus adversarios internos y externos (incluyendo violaciones a los derechos humanos), cae en el campo de la especulación.
De Miguel Vargas si no hay ninguna duda de su perfil tenebroso, de dictador sanguinario. Sólo hay que partir de sus actuaciones en el PRD, donde expulsa a todos sus adversarios internos (incluyendo al único ex presidente vivo de esa organización política) y dispone a su antojo de los recursos económicos que entrega por ley la Junta Central Electoral.
El ingeniero Miguel Vargas es intolerante. Dice Robert Southey: “El furor de la intolerancia es el más loco y peligroso de los vicios, porque se disfraza con la apariencia de la virtud”.
Es así como el señor Vargas se hace llamar a él mismo “PRD institucional”, cuando lo menos que tiene esa entidad, en estos momentos, es institucionalidad. Bien lo dijo Henri Fréderic: “Dime lo que crees ser y te diré lo que no eres”. ¡Mírele bien la cara al señor Vargas!
Su daño a la democracia es grande, porque se trata del principal partido de oposición, pero sus posibilidades de ascender al poder político, mediante el sufragio, son nulas, porque carece de apoyo popular y la adhesión interna es condicionada, pues se trata de personas que aparecen en la nómina pública y gozan de diversos privilegios.
Sin embargo, aunque luzca contradictorio, entre Leonel y Miguel, el mayor peligro está en el primero, pues es el que tiene posibilidades de ascender al poder (sería por cuarta vez) y podría ser fatal por lo que indica la pirámide invertida de sus gobiernos, en el sentido de que cada uno resulta peor al anterior, aparte del odio acumulado en los últimos tiempos.
La ofensiva propagandística, en procura de mejorar la imagen pública de Leonel Fernández, los movimientos de apoyo que surgen a diario, el trabajo desplegado a nivel nacional, el poder económico y la mafia que lo auspicia desde la sombra, son indicadores de preocupación, sobre todo cuando se observa agotamiento en las fuerzas que decían luchar por el impedimento de su regreso. Y hasta los juicios populares desaparecieron.