Los ilustrados que no llegan a déspotas ponen como punto central de su balanza la moral, la honradez y la lucha contra la corrupción, cuando, si fueran cristianos, ninguno tendría el valor y la limpieza de tirar la primera piedra.
Por Manuel Hernández Villeta
En la sociedad de la oferta y la demanda, donde todo tiene un precio, la verdad y la honradez son sencillamente una papeleta de cambios. Es como la conciencia y la moral, muchos van a la tumba defendiendo sus principios, pero la mayoría los venden al mejor postor.
Los ilustrados que no llegan a déspotas ponen como punto central de su balanza la moral, la honradez y la lucha contra la corrupción, cuando, si fueran cristianos, ninguno tendría el valor y la limpieza de tirar la primera piedra.
El peor precio de oferta y demanda es el que ponen aquellos que ocultan su tabla de valoración, pero en conciliábulos de aposentos fijan tarifas y piden réditos. La lucha contra la corrupción, es un estribillo de la mal llamada sociedad civil, que vive sumergida en el estiercol, y los izquierdistas que fracasaron de llevar lo mejor al campo, cuando supervivían de buscar el chao en el campus universitario.
La corrupción se encuentra sumergida e irradiando hasta el tuétano de la sociedad dominicana. La mayoría de los que tienen derecho a voz y voto en algun momento de su vida han practicado la corrupción. Para conseguir un empleo, para obtener facilidades especiales, para evadir impuestos, para facilitar que le patrocinen ONG, o sencillamente para que sus ideas sean un cheque al mejor portador.
La lucha contra la corrupción, desgraciadamente, no es punta de lanza de las grandes mayorìas nacionales. La mayor parte de los electores venden su voto por un par de papeletas, y aquí son tan corruptos los que ofertan como los que venden.
Hay que formar una nueva sociedad, libre de los pecados sociales, donde un puñado se hace millonario a contrapelo del hambre y la miseria de la mayor parte de la población. En un régimen de igualdad social y sin exclusiones se hará más difícil el florecimiento de la corrupción. No creo en falsos profetas y defensores de la multitud, que solo buscan donde se abren las puertas para obtener un mayor botín.
La lucha del cuatro por ciento, un ejemplo, no era la batalla por la educación del gran pueblo, sino la fragua donde los empresarios, desde constructores, libreros y procesadores de alimentoss, veían ganancias y beneficios millonarios.
El cuatro por ciento no fue salvación ni progreso, más dinero para la educación, pero también mayores recursos que entran en las bolsas de un empresariado voraz e indiferente a los problemas sociales. Los mal llamados representantes de la sociedad civil llaman a mejorar la educación pública, pero son responsables de que en los colegios se aumente el pago de la colegiatura.
Corrupción de cada día, donde sólo unos pocos pueden exhibir las manos libres de máculas y pecados sociales.
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