Miren que cosa, los que criticamos a los corruptos lo hacemos por envía. Por más nada. Por envidia. Yo respondo:
No es envidia, es odio lo que siento por aquellos que se han enriquecido a costa de la pobreza del pueblo, los que llegaron literalmente con una mano delante y otra detrás al gobierno y al cabo de pocos años exhiben fortunas incalculables que no pueden ni podrán probar nunca.
No es envidia, es odio lo que siento hacia los que llegaron al gobierno sin un peso y luego aparecen ante la Opinión Pública como dueños de lujosos automóviles, helicópteros, aviones, mansiones y cuentas bancarias millonarias en moneda nacional y extranjera, sin poder explicar su procedencia.
No es envía, es odio lo que siento hacia los que se enriquecieron y siguen enriqueciéndose a costa de la pobreza del pueblo, de su ignorancia y su falta de conciencia sobre la naturaleza y responsabilidad de sus males.
No puedo sentir envidia ante el sujeto que huye de la justicia negándose a explicar la procedencia de su inmensa fortuna. No es envidia, es asco, es rencor, es impotencia al ver como el sistema de justicia lo protege para que su riqueza mal habida no le sea incautada y luego llevado a la cárcel.
No siento envidia por el campesino parcelero que logra levantar su familia, convertir sus hijos en profesionales; no siento envida del obrero que trabajando y estudiando sale de la miseria; no siento envida por la mujer que lavando y planchando “en casa de familia” educa a sus hijos y los lleva hasta la universidad y en la ceremonia de graduación sonríe orgullosa. No, al contrario, por esos hombres y mujeres siento profundo respeto y admiración. Son mis héroes.
No siento envidia por nadie que haya obtenido riqueza material sin violentar la ética y la moral, por los que logrado fortuna sobre la base del estudio, el talento, la capacidad y el trabajo. Ellos son referentes dignos de imitar.
Mi padre solía decir que “los sueños se realizan trabajando, no robando”. En ese sentido, no siento envidia por nadie que haya alcanzado sus sueños con el sudor de su frente. Hacia ellos, admiración y cariño. Pero los corruptos, los ladrones del bien público, los que traicionaron la confianza de la ciudadanía, no merecen más que el repudio popular y la cárcel.
No le envidio a nadie lo que tiene, siempre y cuando no se lo haya robado al pobre pueblo, al que por esa causa sufre apagones, desnutrición y muerte. Lo he dicho y escrito muchas veces: Todo el que llega pobre al Estado y sale rico, es un ladrón, no importa como se llame ni de qué partido sea. El Estado no puede ser una fuente de enriquecimiento de dirigentes políticos al que debemos suponerle vocación de servicio y entrega desinteresada.
“Servir al Partido para Servirle al pueblo”, decía el PLD. No al revés, como han hecho muchos que se han servido con la cuchara grande aprovechando su paso por el gobierno.
No es envidia lo que siento por los que “llegaron en chancletas y salieron en jeepetas”. Es odio. Envidia sienten los pobres de espíritu, los que no tienen capacidad ni talento. Y yo tengo mucho de todas esas cosas. Y como si fuera poco, tengo un gran corazón para amar a los que merecen amor, pero también para odiar a los que lo merecen.