Tres individuos vestidos con chalecos verdes, parecidos a los que usan los motoristas, con actitud agresiva, paralizaron por unos quince minutos el tránsito vehicular en la rotonda del puente localizado sobre la avenida Las Américas con San Vicente de Paúl, de la capital.
Ellos estaban reteniendo a los carros denominados “piratas” que transportaban pasajeros hacia los distintos destinos de la ciudad.
Se trataba de los famosos cazadores de piratas que con mucha arrogancia, altanería y creyéndose ser la autoridad suprema del país, exhortaban a los pasajeros a que abandonaran los vehículos, bajo el alegato de que el conductor no estaba autorizado a ejercer esa labor al no estar registrado en ningún sindicato.
No valieron las explicaciones de los conductores involucrados en esa escena para que los dejaran ganarse la comida. Tampoco tomaron en cuenta los ruegos de los pasajeros.
Si no hubo violencia física o desgracias (al menos en ese instante) fue porque las personas que conducían los carros no rotulados actuaron con cautela y obedeciendo al reclamo de esas personas, tal vez al inferir que los tres individuos estarían armados y dispuestos a matar, si era necesario.
Hago esas inferencias en razón de que muchos carros no rotulados que incursionan en esas rutas son manejados por policías y militares activos, y también en retiro, que aprovechan sus horas libres para “buscarse la comida” en esos menesteres como forma de compensar el salario de miseria que devengan.
Escenas similares se han producido en diversas ocasiones cuando estos bravucones gremialistas se han valido de la fuerza del revólver, pistolas, bates de béisbol, tubos, y otros objetos, para sacar de ruta a los “piratas”.
Este recuento nos dice que el caos que impera en el transporte público amerita tenerlo como tarea prioritaria e inmediata en la agenda del gobierno.
Por ejemplo, la obstaculización del tránsito la semana pasada en la avenida 27 de febrero evidencia que los sindicatos de choferes ya no respetan a las autoridades ni a la población, que fácilmente ponen al gobierno en apuro con sus travesuras. Actúan como chivos en las praderas, conscientes de que pueden hacerle daño a la economía del país e incuso paralizarlo. Saben que cualquier acto represivo en su contra, implicaría un alto costo político y una venganza electoral.
Curiosamente, ningún partido de la oposición emitió opinión alguna para repudiar el comportamiento salvaje de estos señores, lo que implícitamente es una demostración de que están de acuerdo con ese tipo de protesta, que a mi juicio es un acto terrorista. La razón es que en estos momentos esas prácticas beneficiarán a esas organizaciones políticas para la próxima campaña presidencial del 2016. Por tanto, es mejor callar para captar los votos. La doble moral en acción.
La población se indignó al observar que todo quedó como si no pasara nada grave, se sintió indefensa y desprotegida. Honestamente, creo que las autoridades debieron manejar la situación a otro nivel y emitir un comunicado público, condenando esa anarquía.
Esa debilidad institucional es lo que por años ha alimentado el ego y la creencia de los empresarios del transporte de que ellos son “los dueños del país”, como suele decirme con orgullo un amigo gremialista, dueño de varias rutas.
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