Columnistas

Sobre desfase y cambios de paradigmas

Todas esas disquisiciones vienen a cuento a propósito de que en la República Dominicana, sobre todo a partir del despuntar del siglo XXI, se ha puesto en boga recurrir frente a las opiniones de los adultos o las personas de cierta edad (para intentar descalificarlos por sus criticas a los "nuevos" modelos de ética personal, conducta política y organización social y económica) a la apócrifa y nada original imputación de ser "desfasados", estar “chochando” o situarse de espaldas a los "nuevos paradigmas".

Por Luis R. Decamps R.

Que entre una generación humana y la que le sigue hay siempre un "desfase" de espacio y tiempo es un hecho social e histórico que no admite discusión, y lo mismo puede decirse de los referentes de pensamiento y conducta personal o colectiva: se tensan, se quiebran, se deshacen y cambian con cada ciclo joven-adulto (sólo ciertos valores propios de la religión y la filosofía escapan por veces al descalabro). La historia, empero, no avanza como simple ruptura con el pasado: en realidad aparenta tener, como sugería un gran alemán, "un desarrollo en espiral".

Esas apreciaciones elementales, sin embargo, se tornan bastante parecidas al descubrimiento del helado en cajita cuando se esgrimen con aire de autosuficiencia intelectual para estigmatizar a las generaciones adultas por el simple hecho de que son tales, y mucho más si se sabe -¡vaya por Dios!- que los que lo hacen (un puñado de papagayos sin talento que razonan como el bodeguero que solo vende al contado y actúan como abuelo en fiesta de disfraces para adolescentes) carecen de argumentos de rigor (o no pueden “conceptualizar”, como se dice ahora) y se ven obligados a semejante ejercicio de descalificación fraudulenta -con base en manidas "frases tipo cohete"- justamente por esa ausencia de recursos para el debate.

En ese tenor, luce necesario recordar una perogrullada histórica: el cambio evolutivo (esto es, hacia adelante) es la tendencia más espontanea y lógica de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento humano, pero no se trata de una ley absoluta del devenir ni de una regla inmutable: también hay cambio involutivo (o hacia atrás). Y ambos, por lo demás, pueden ser empujados o protagonizados, alternativamente, lo mismo por las nuevas que por las añejas generaciones. En lo que a esto atañe, todo dependerá de las ideas que se abracen y la conducta que se exhiba: muy bien se sabe que ni los descerebrados ni los bergantes ha hecho nunca nada importante por la humanidad.

De todos modos, talvez se imponga repetir por enésima vez que "desfase" no necesariamente significa avance o progreso (si así fuera el planeta ya no sería "ancho y ajeno" para tanta gente), y una vuelta de tuerca de los “paradigmas” tampoco implica "per se" ascenso y mejoramiento (la mejor demostración de ello es el triunfo del “sálvese quien pueda” en el mundo luego de casi veinte siglos de promoción de los valores cristianos y de las ideas de redención social que preconizan la solidaridad y la justicia). O sea: si bien el “desfase” histórico y el “cambio de paradigmas” son inevitables y en principio apuntan hacia el adelanto, no es una constante en la historia humana que terminen significando esto último.

(Y cuidado: hay tarugos que creen que el simple hecho de ser joven equivale a representar los “nuevos tiempos” y las posibilidades del mañana, y que ser adulto otorga la representación obligatoria de lo contrario. Pero eso no es en absoluto cierto: sólo lo es si existen los cimientos espirituales y la actitud para ello. Ser joven, realmente, es tener la pasión, la rebeldía, las ideas renovadoras y el empuje existencial vigoroso del cambio hacia adelante. No importa que se tenga 17 o 25 años: si se carece de esos atributos no hay encarnación de lo “nuevo” o lo “renovador”. Ni César -adulto en su época de laureles- estuvo “desfasado”, ni Nerón -casi púber cuando gobernó- fue de “avanzada”. En nuestro tiempo, en particular, el fenómeno es más que evidente: abundan los jóvenes generacionalmente amanerados, es decir, peleles, sin sensibilidad, avariciosos, cobardes, oxidados, sin ideales, retorcidos, vividores, chupamedias y ¡hasta conservadores!).

Más aún: los “desfases” y los “cambios de paradigmas” en el acontecer histórico (y en esto justamente erraron los marxistas a pesar de las bondades analíticas del Materialismo Histórico) ordinariamente no producen transformaciones duraderas ni avances estructurales irreversibles: generan ruidosas explosiones verbales -individuales colectivas-, decretan la muerte de las “viejas” doctrinas -morales, religiosas o políticas-, desarraigan y destripan las instituciones para “refundarlas”, y -en fin- ponen todo “patas arriba” en la sociedad, el imaginario colectivo y el Estado, pero su victoria siempre ha sido coyuntural y efímera, pues todo el andamiaje societal creado a la larga implosiona y cae como un castillo de naipes. Algunos portentosos ejemplos son muy recientes como para ignorarlos: la Comuna de París (1871), la Revolución de Octubre en Rusia (1917), el proyecto fascista de Mussolini (1922), el Tercer Reich de Alemania (1933) o los regímenes comunistas de Europa del Este impuestos con los tanques soviéticos (1929-1968).

La moneda, claro está, tiene su reverso y no hay que hacerse el sueco ante él: las más estables y funcionales modificaciones de la realidad social e histórica que ha conocido la humanidad -con un par de excepciones que confirman la regla- han sido el resultado de alianzas generacionales (jóvenes y adultos pensando y actuando con base en metas comunes), mezcla de rupturas y continuidades, y una clara hibridación de ideas, estilos, métodos, programas, cometidos y hechos. Más que la ruptura revolucionaria o el lance a muerte entre generaciones -hay que decirlo sin miedo al espanto conservador y al “truño” izquierdista-, la coalición adultez-juventud y la reforma han sido las grandes aliadas del progreso de la humanidad. ¿Dudas? La Historia, estúpido, la Historia.

Todas esas disquisiciones vienen a cuento a propósito de que en la República Dominicana, sobre todo a partir del despuntar del siglo XXI, se ha puesto en boga recurrir frente a las opiniones de los adultos o las personas de cierta edad (para intentar descalificarlos por sus criticas a los "nuevos" modelos de ética personal, conducta política y organización social y económica) a la apócrifa y nada original imputación de ser "desfasados", estar “chochando” o situarse de espaldas a los "nuevos paradigmas". Parece una combinación de la lógica anticriminal de Batman (en Ciudad Gótica) y la ciclónica trama existencial de Blade (el cazador de vampiros), pero sin coartada ante las enseñanzas del devenir histórico: desde los divinos griegos hasta nuestros días es harto sabido que esa ha sido una barrabasada bastante costosa para la la humanidad.

(En nuestro país la situación es especialmente curiosa: si usted cree que el ser humano debe tener valores y principios, está desfasado. Si usted cree en el humanismo -cristiano, socialista o liberal- y en los derechos de la gente, está desfasado. Si usted cree que la política debe ser desinfectada y convertida en una actividad noble y de servicio, está desfasado. Si usted cree que el modelo neoliberal es una estafa económica para la gente sencilla y propugna que el Estado no ceda su rol de regulación y protección social, está desfasado… Esto es: si usted mantiene una postura crítica en esta atmósfera social de hoy -favorable a los que no creen en nada y dejan que otros piensen por ellos- le tocan aplausos chinos: es un "outsider" ante los “nuevos paradigmas”).

No se puede olvidar, por otra parte, que la imputación de marras es un lugar común en el acontecer pasado y presente (y en especial en el laborantismo político), y su fundamento conceptual -como ya se ha insinuado- no tiene nada de novedoso, salvo para los desinformados de solemnidad: se trata de un chantaje de baja ralea reiteradamente usado por quienes, prevalidos de las estridentes victorias de la iniquidad, pretenden erigirse en árbitros del pensamiento y la conciencia sociales. Y que conste: los “desfasados” no son culpables de la ausencia de referencias históricas y culturales de los “modernos” o “nuevos” postulantes de la razón política, pues cuando de mayores de edad se trata cada quien es responsable de su instrucción, su ignorancia o su traje de babieca.

Tampoco tienen nada de “renovadoras” -y hay que enfatizarlo- las apuestas partidistas o vivenciales en el sentido apuntado. No es nuevo que haya gente en el mundo cuya ética individual sea la "búsqueda" de "lo suyo", el apego a las mamas del poder, la indiferencia frente a los infortunios de sus congéneres o el desprecio por la solidaridad humana. No es nuevo que haya gente que entienda la política como un negociado y apoye el pillaje, la corrupción y la impunidad. No es nada nuevo que haya gente que respalde ciertos modelos de organización socio-económica sin conocerlos (es decir, por vacuidad mental) o que se enganche en estructuras polítiqueras (por necesidad de supervivencia, pues no posee talento para vivir y progresar con medios personales honrados) soportando con una impúdica sonrisa en los labios la putrefacción y el hedor… Nada de eso tipifica un “nuevo paradigma” sino, a la inversa, una vieja y muy conocida maña.

(Otrosí: en la actualidad, si usted es cristiano y practica su fe de verdad, está desfasado. Si usted cree en alguna ideología política y atesora convicciones reformistas o no conformistas, está desfasado. Si usted no hace “lo que sea” para incorporarse al consumismo y exhibir sus haberes, está desfasado. Si a usted no le da “tres pitos” lo que ocurre en la sociedad y se indigna ante la ilegalidad y la injusticia, está desfasado. Si usted no vitorea a los “yuppies” y los “lobbystas” al servicio de las grandes corporaciones, está fuera de los “nuevos paradigmas” de éxito… Lo curioso -nota al margen- es que buena parte de los que no están “desfasados” y presumen de los “nuevos paradigmas” -intelectuales sin probidad, papanatas con currículos que parecen guías telefónicas, mercaderes de la comunicación, políticos conversos, empleados del Estado, beneficiarios de programas públicos, etcétera- se encuentran en peor situación material que sus criticados: mueve a risa, pero el grueso de los devotos del oro apenas tiene cobre para vivir).

Naturalmente, lo otro es que los "nuevos" esquemas éticos nos han retrotraído a la época de la barbarie en aspectos medulares de la vida social (ignorancia desbordada, cretinismo en ascenso, delincuencia incontrolable, insalubridad elemental, latrocinio desenfrenado, hipocresía generalizada, adulación institucionalizada, etcétera), las "nuevas" formas de hacer política han prostituido a los partidos y el Estado (huelgan los ejemplos) y los "nuevos" modelos de organización social y económica han fracasado (no sólo no han resuelto los problemas humanos básicos sino que los han agravado), pero sólo los "desfasados" y los que está fuera de los "nuevos paradigmas" parecen reparar en eso… Por cierto, no se sabe por qué los no “desfasados” que encarnan los “nuevos paradigmas” no acaban de reconocer que han prescindido de Dios y sus magníficos asistentes: es obvio que no los necesitan… (Quien escribe, de su lado, creerá en su filosofía existencial cuando dejen de invocar al Todopoderoso en la crisis, en la enfermedad o al borde del sepulcro: ¡ay, ñeñe, así si es bueno!).

Por fortuna, empero, todo aquello es pura pirotecnia verbal de los “no desfasados” y los feligreses de los “nuevos paradigmas”, y -como ya se ha dicho- las victorias de los maniqueístas generacionales son invariablemente coyunturales: responden a determinados ciclos de la historia humana, más que a la superioridad cualitativa de sus formulaciones, y por eso a la postre la humanidad termina siempre saliendo de la modorra, viendo con claridad dónde están sus verdaderos intereses y haciendo añicos esa racionalidad de egolatría, servilismo, frivolidad y hartazgo. Lo que queda, finalmente, es la vergüenza y los golpes en el pecho, brillante y ejemplarmente recogidos por los textos sobre héroes y villanos del ayer que todavía se cursan en las escuelas y las universidades… La Historia, estúpido, otra vez la Historia.

El autor, pues, pide disculpas por la franqueza de estas notas (sobre todo a quienes se sientan aludidos por ellas), pero no puede dar la callada diplomática como reacción ante la recurrente manía de enrostrar “desfases” generacionales y “cambios de paradigmas” para ocultar las insuficiencias culturales y evadir el debate serio y de profundidad. Y es que esto, aparte de que implica un inaceptable acto de tigueraje mal disimulado, también se parece demasiado -cuando de la sociedad y su destino se trata- al célebre "negocio del capa perro": en términos históricos el costo de producción resulta mucho mayor que el precio de venta.

(*) El autor es abogado y profesor universitario
lrdecampsr@hotmail.com

Yamilé Tapia

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