El 63%, mas ese 3%, coloca el rechazo a esas elecciones y régimen colombiano en niveles records, agravando la ilegitimidad de las elecciones colombianas y del régimen político establecido.
Por Narciso Por Narciso Isa Conde
La abstención en Colombia alcanzó la cifra record de un 63%.
A eso hay que agregarle un porcentaje significativo de votos en blanco y otros expresamente anulados, que llega a un 6 o 7 % de los votos depositados, alrededor del 3% del electorado.
El 63%, mas ese 3%, coloca el rechazo a esas elecciones y régimen colombiano en niveles records, agravando la ilegitimidad de las elecciones colombianas y del régimen político establecido.
El total depositados (correspondiente solo al 37% del total de los electores inscritos) se repartió de la siguiente manera:
-Oscar Iván Zuluaga (extrema derecha uribista) 30%.
-Manuel Santos (Presidente en Busca de la reelección) 25%.
-Martha Ramírez (Partido Conservador) 15%.
-Clara López (Polo Democrático, centro y centro-izquierda) 15%.
-Enrique Penaloza (Partido Verde) 8%.
-Votos nulos 2%.
-Votos en blanco 5%.
En ese contexto electoral la votación de Zuluaga alcanza apenas el 12% de los electores y la del presidente Santos el 10%.
La ilegitimidad de ambos se evidencia extremadamente elevada en el marco de ese proceso seudo-democrático, que por demás revela un mayor deterioro de la confianza de la sociedad respecto al modelo neoliberal imperante y a la institucionalidad corrupta, militarizada y subordinada a EEUU, y respecto a la partidocracia, la burguesía dependiente y las narcos-mafias que lo sustentan.
Las izquierdas revolucionarias y los movimientos políticos y sociales trasformadores representado/as por las Fuerzas Armadas de Colombia (FARC-EP), Ejército de Liberación Nacional (ELN), Marcha Patriótica, Congreso de los Pueblos, y por un basto arco iris de organizaciones populares, obreras, campesinas, juveniles, profesionales, indígenas y de mujeres, denunciaron esa realidad y coincidieron en no concurrir en esas condiciones a esos degradados comicios; insistiendo en la necesidad de una previa salida política al conflicto social armado; vinculando su concreción a la puesta en marcha de una Asamblea Constituyente, que asuma el debate de los temas no consensuados en la Mesa de Diálogos de la Habana y refrende los acuerdo alcanzados.
Todo esto, claro está, en dirección a definir nuevas bases jurídicas, políticas e institucionales, y reglas democráticas claras para el ejercicio del sufragio y de la oposición; así como una nueva estrategia para el desarrollo integral de la sociedad colombiana.
Incluso la insurgencia guerrillera llegó a proponer formalmente la posposición de esos comicios hasta alcanzar a plazo corto esos objetivos.
Estos resultados le han dado la razón.
No habrá mayorías fuera de la abstensión, solo minorías precarias.
El alto grado de la ilegitimidad del régimen político, de los procesos electorales y de los partidos tradicionales está a la vista de todo el mundo.
Con esos resultados de primera vuelta, es claro que en la segunda vuelta fijada para próximo 15 de junio no será posible elegir un presidente ni constituir un gobierno con el respaldo mínimo necesario que garantice legitimidad imprescindible y el grado de confianza política para gestionar ese Estado, por demás en proceso de putrefacción.
Tanto Zuluaga como Santos representan minorías precarias, sensiblemente desacreditadas en medio de un pleito espurio por el patrimonio del país y el Estado, entendido como negocio de facciones burguesas y lumpen burguesas
Zuluaga y Uribe representan además la intensificación inminente y descarnada de la guerra sucia y del terrorismo de Estado, la cual no ha cesado durante la actual Administración de Manuel Santos (aunque éste ciertamente haya aceptado utilitariamente los Diálogos de Paz).
Las elecciones 2014 y la paz.
El hecho de que la fuerza neofascista-uribista haya superado con un 5% a la otra facción derechista que encabeza el Presidente Santos, no significa en absoluto que el pueblo colombiano se haya inclinado por votar por la contra la paz, por alentar la guerra y despreciar los diálogos de La Habana, como presionan ciertos ideólogos de las derechas. Esa es una visión miope de esos resultados.
Las propias votaciones indican todo lo contrario.
En la abstención mayoritaria hay un enorme contingente pro-paz. Igual en el voto por el Polo Patriótico y por el Partido Verde.
Está presente ese anhelo también en buena medida en el voto por Manuel Santos, que usó oportunistamente esa bandera y en el voto por el Partido Conservador, que también apoyo los diálogos de paz.
La inmensa mayoría de pueblo colombiano está por la paz, alrededor de un 80%.
El presidente Santos no ha sido lo suficientemente consecuente con ese anhelo popular, al punto que se ha negado a un cese al fuego bilateral y ha bloqueado importantes demandas democráticas; mientras que Uribe y Zuluaga, consecuente con su extremismo, lograron erosionarlo en primera vuelta, proponiéndose alcanzar en la segunda una victoria pírrica que persigue –entre otros objetivos- seguir haciendo negocio con la guerra y la narco-corrupción, patear de inmediato la Mesa de Diálogos, desconocer los limitados avances logrados en La Habana, boicotear UNASUR Y CELAC y tratar de sumir a Colombia en un una tenebrosa etapa de saqueo y caos a tono con los designios de los halcones de Washington. Todo esto en medio de un profundo desgaste y de un rechazo masivo a lo que ellos representan, que podría conducir a ese tipo de gestión fascistoide a la ingobernabilidad a consecuencia del levantamiento popular generalizado.
De reelegirse Santos hay quienes piensan que a mediano plazo podría inclinarse también por patear la mesa de los diálogos de paz para reconciliarse con la extrema derecha que lo ha debilitado y sintonizarse más con Washington, aunque manejándose con menos rigidez.
A la insurgencia, a las izquierdas de todas las vertientes, a los grandes movimientos sociales y políticos-sociales, a las fuerzas consecuentemente democráticas y pro-paz… le tocaría imponer en las calles, ciudades y campos el camino de la paz y la democracia con justicia social y soberanía, vía poder constituyente.
No olvidemos, además, que detrás de la guerra esta el decadente imperialismo estadounidense y asus ambiciones sobre la Amazonía, que por demás cuenta ya con 7 bases militares y numerosas unidades, tutelando el ejército regular y apadrinando a las derechas de todos los colores.
Por eso, solo la conversación del clamor por la paz, la libertad, la auto-determinación y por la vida en movimiento multitudinario que reclame liquidar las raíces del conflicto social armado, propiciando profundo cambios estructurales e imponiendo desde abajo la nueva democracia y la paz con dignidad humana, podría derrotar esos nefastos designios.
En cuanto que a Manuel Santos, por el tipo de burguesía que encarna y por el uso oportunista que ha hecho del tema de la paz, le resulta más difícil que a Zuluaga desembarazarse de sopetón de ese clamor popular. Pero no menos cierto es que está también atado al imperio (al extremo de meter a Colombia en la OTAN) y a intereses que la impiden aceptar el cambio democrático vía acuerdos de paz, circunscribiéndose a su uso politiquero y a la ilusoria pretensión de alcanzar la rendición condicionada de las fuerzas insurgentes vía concesiones menores.
La trayectoria, la perfidia, la tramposería y esa condición del presidente que aspira a reelegirse no lo hacen, a mí entender, merecedor del respaldo de las fuerzas del campo popular y revolucionario.
Ese es un pleito de perros entre dos facciones de poder de un capitalismo y un régimen político decadentes; un pleito por la hegemonía en su interior, que a esas facciones malvadas y a sus neo-caudillos, les toca librarlo solo con sus propias fuerzas, sin la ayuda de los/as buenos/as.
Al heroico pueblo colombiano y a las fuerzas leales a sus intereses colectivos les toca derrotar a ambas facciones y sus perversos designios. La tesis de apoyar “menos malo”, en caso donde la maldad igual se expresa con matices, estilos e intereses diferentes, es harto conocida. Tan conocida como sus efectos divisionistas y dispersantes del campo revolucionario. La independencia de clase, propósitos y líneas se impone. Solo el pueblo salva al pueblo.
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