En el mundo de hoy, el levantamiento de muros para separar a seres humanos, constituye un atentado de lesa humanidad, una vergüenza y un hecho totalmente inaceptable.
Por Manuel Hernández Villeta
Las difererencias económicas, sociales, políticas, por el color de la piel, o territorial, tienen que ser enfrentadas en la mesa de discusiones, en el diálogo, en buscar soluciones conjuntas y sobre todo, en mantener el respeto a la dignidad humana.
La falta de diálogo lleva al odio. El nacionalismo desenfrenado es una negación del derecho a la búsqueda de un mundo mejor. Levantar cualquier tipo de muro es una afrenta a la dignidad humana.
Los muros pueden ser construidos de cemento, pero también sus columnas pueden ser levantadas en la intolerancia, el odio, el fanatismo. Los dominicanos no podemos defender nuestros derechos en base a tener la bandera de la prepotencia como norte.
Los haitianos que penetran ilegalmente son un grave problema para los dominicanos, pero también un negocio millonario. Nadie va a pedir explicaciones a los grandes empresarios que emplean esa mano de obra ilegal. Un muro puede aislar, pero no va a solucionar el problema.
Si el capital que emplea haitianos no toma medidas para legalizar a los que da trabajo, entonces seguirá ese trasiego por la frontera. Si al comercio entre Haití y República Dominicana no se le busca la forma de legalizarlo, que pague impuestos y que no sea informal con ganancias millonarias, poco se podrá hacer para controlar la migración.
Estamos tratando de darle una cara falsa al problema. Levantar un muro solo serviría para demostrar que los dominicanos nos tapamos los ojos para no ver la realidad del drama de los migrantes haitianos, y se da la espalda al gran negocio, legal e ilegal, que se mueve en el tráfico de mercancias y seres humanos.
Levantar un muro para separa a dos países es una afrenta a la humanidad. Hay que establecer reglas claras de pase por la frontera, de estadía en el país y de hacerlas cumplir. Levantando un muro tambien seremos víctimas de la prepotencia, de la falta de planificación, de un nacionalismo desbordado y del odio que desgarra el entendimiento.
Todo haitiano ilegal debe ser deportado a su país. Todo comercio con Haití debe estar dentro de las leyes. La ilegalidad no proviene de un bracero con grajo, sino de los despachos de encumbrados empresarios y de autoridades complacientes.