La efémerides del Catorce de Junio debe llevar a los remanentes de la izquierda dominicana a una reflexión, y comenzar a realizar una autocrítica tardía pero necesaria.
Por Manuel Hernández Villeta
Para muchos izquierdistas todo ha sido levantar fechas patrióticas, héroes caídos a mitad del camino y en mantener posiciones de vanguardia de grupos aislados de la población.
Nunca en su historia, que podría haber arrancado en línea real y con posibilidades el 14 de Junio de 1959, la izquierda dominicana vislumbró la toma real del poder, y más bien, su fuego fatuo estaba dirigido a un proceso de atomización creciente.
La misma llegada de los expedicionarios de Junio fue un hecho valiente, heroico y necesario, una marcha hacia el martirologio. Una acción militar que podía triunfar o fracasar. De hecho fracasó en lo político y en lo militar.
Si. La principal crítica que se debe hacer esa izquierda, cuyos gestores de entonces están metidos ahora en los partidos del sistema, es que nunca tuvo posibilidades de materializarse el manifiesto patriótico del Movimiento de Liberación Nacional iniciado el Catorce de Junio.
Inclusive, la revolución de Abril no es por ese manifiesto, por esas ideas, por la causa de la liberación nacional, sino para restituir una constitución que más bien favorecía a las eternas clases dominantes, aunque era avanzada para su momento.
El principal problema de la izquierda era y es intestino. Nunca vio lo positivo y negativo de sus acciones. Aplaudió el tremendismo y sobre todo el culto a la personalidad de dirigentes que no tenían ni culto, ni personalidad, ni gente y ni siquiera cuadros organizados.
Se vio en su máxima expresión en la revolución de abril. La izquierda nunca tuvo posibilidades de tomar el mando, y en cada esquina había un comando negador de la unidad y siguiendo las directrices de folletos editados en Albania, en China, en la Unión Soviética y del inicial euro-comunismo.
La lucha contra el Balaguer de los doce años fue cruenta, de sacrificios, el gobierno de turno con la tutela de los norteamericanos inició una cacería a muerte contra los izqierdistas de la época, pero para los internacionalistas la atomisación, los pleitos internos y querer liderear un movimiento sin piernas y sin cabeza, los llevó a la dispersión.
Ni siquiera hoy hay una crítica a esos procesos acaecidos hará varias décadas, cuando izquierdistas de canas y bastón se reúnen en las tertulias de fin de semana, que terminan a puñetazos en las mesas y gritos vocingleros de los que siguen viendo la revolución al doblar de la esquina.
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