En 1950, Brasil fue sede de su primera Copa Mundial de Fútbol en plena dictadura militar que presidía el mariscal Eurico Gaspar Dutra, quien gobernó con manos férrea a esa nación suramericana. Nadie se atrevió a protestar por la realización del evento deportivo, que por igual costó miles de millones de dólares.
En la década del cincuenta, en la costera ciudad de Rio de Janeiro, fue construido El Maracaná, entonces el más grande Estadio de Fútbol del mundo, a un costo de US$78 millones 995 mil 455. Su inauguración el 24 de junio de 1950 fue un acontecimiento.
Ahora, para la Copa Mundial Brasil 2014 este místico Estadio fue remodelado a un costo de 330 millones de dólares.
Dutra, quien gobernó Brasil desde 1946 al 1951, tuvo el “gran mérito” de aplastar energéticamente un levantamiento comunista en 1935, que buscaba liberar a los brasileños de la represión militar que mató y encarceló a miles de ciudadanos y cercenó todas las libertades públicas e individuales en ese país.
Pese a que los sectores que promueven las protestas sociales en diversas ciudades de Brasil han proseguido su acción, la Vigésima Copa Mundial de Fútbol 2014 se desarrolla con éxitos y finalizará igualmente con el mismo encanto.
¿Merece la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, esas protestas tan sistemática con el único interés de intentar deslucir un evento que está captando la atención mundial?
Además de una demócrata cabal, revolucionaria, luchadora ex guerrillera y sobreviviente de cáncer, Rousseff, es una digna mujer que trabaja duramente a favor de su pueblo con un nivel de honestidad que nadie debería poner en dudas.
¿Es culpable la actual mandataria brasileña de la cultura de robo que tradicionalmente ha afectado la imagen de Brasil y de todos los países de América Latina? Lógicamente que no, porque ese mal social tiene sus raíces en la triste historia de saqueos, latrocinios e invasiones que han afectado a la región desde que los europeos pisaron estas tierras cargadas de riquezas naturales.
Como he planteado en otros artículos anteriores, Luis Ignacio Lula Da Silva y Dilma Rousseff, son los que mayores esfuerzos han realizado en este siglo 21 para reducir la pobreza histórica de Brasil, que tiene su razón en la desproporcional distribución de la riqueza y la concentración del poder económico en pocas manos.
Ambos provienen de las filas del Partido de los Trabajadores, una organización marxista que delineó los senderos de la liberación de los brasileños de los tradicionales gobernantes que se preocupaban más por los poderosos que por los pobres. Es decir, que tuvieron que luchar tesoneramente contra la oligarquía y un poder mediático que siempre auspició un bloqueo a las informaciones provenientes de esa organización política.
Tierra de Grandes Futbolistas
Pelé; Ronaldinho, Ronaldo, Roberto Carlos, Kaká, Rivaldo, Romario, Garrincha , Zico, Cafú, Bebeto y Neymar, éste último, considerado la actual estrella del balompié brasileño conforman la plantilla de los máximos jugadores de la gran nación suramericana de los últimos cien años.
Brasil tiene dos pasiones que lo identifican históricamente: El Fútbol y su insuperable Carnaval, que atrae anualmente a millones de turistas nacionales y extranjeros.
La capacidad de los pueblos no puede ser subestimada y de ahí que los brasileños con todo y las protestas vienen respaldando masivamente su Vigésima Copa Mundial de Fútbol, evento que se espera aporte beneficios por encima de los 57 mil millones de dólares.
Dilma Rousseff, ha defendido la realización del evento indicando que “una Copa sólo dura un mes, los beneficios son para toda la vida”, y ha negado que se hayan descuidado los servicios de salud y educación para celebrar el clásico.
Brasil podría estar invirtiendo US$ 11,608 millones para montar este clásico mundial, de los cuales US$ 1,880 millones, es decir, el 016.4% corresponden a inversiones del sector privado.
Sin embargo, las ganancias que obtendría la nación más grande de América Latina tras culminar la competencia, superan los 57 mil millones de dólares por concepto de turismo y el incremento en la producción nacional de bienes y servicios, según estudio de la firma argentina Deloitte.
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