La zona rural dominicana es un terreno abandonado, donde pocos quieren estar. De la huida por el hambre y la falta de esperanzas del campo dominicano, se nutren los cordones de miseria de las grandes ciudadades. El modernismo llegó, y el campo quedó olvidado.
Por Manuel Hernández Villeta
Hace menos de dos décadas, el área rural era la dominante en la vida económica nacional. Sin embargo, la auto-destrucción estaba en el atraso. El campo se quedó petrificado en el siglo 19. La sociología dominicana se reescribió cuando el cordón de la miseria comenzó a ser determinante.
Las agroindustrias son hoy las únicas que logran buena producción en el campo. El conuquismo sigue agonizante, pero solo los viejos tratan de conseguir allí su comida. En áreas anteriormente de gran producción agropecuaria, hoy los jóvenes prefieren el motoconcho a la azada.
Los intentos de llevar una reforma agraria al campo, nunca pasó de entregar parcelas que únicamente servían para hacer más triste la suerte del campesino. O las adquirían los terretenientes, o se dejaban de cultivar, por la falta de asistencia técnica o financiamiento.
Ya para los gobierno entregar tierras baldías en programas de reforma agraria no hay solución, prefieren meter recursos en programas de ayuda para la gran mayoría de marginados que viven en las grandes ciudades.
El fracaso en el campo no fue culpà de sus moradores. La sociedad, el Estado y los empresarios, no dieron opciones. Vivían en el siglo 19, mientras que el conglomerado urbano daba pasos agigantados hacia un modernismo comercial.
Para un desgraciado y excluído de los medios de producción es lo mismo, a nivel económico y existencial, estár en un bohío de la zona rural, que en residir debajo del puente Duarte, sin sanitarios, sin agua potable, sin trabajo y sin futuro.
Es el espejismo del progreso. Los pobres se ven en lentillas ajenas. Los deslumbran los anuncios de la televisión y el perfume de las megadivas, pero no tienen conciencia de que esa es tierra vetada para los que solo aruñan la opción de llegar al bocao del día.
Si se hace un analisis profundo del abandono del campo dominicano se podría comenzar a tomar conciencia sobre los grados de violencia social. La mayor parte de los ejecutores de a pie de los grupos que se dedican a las drogas, el sicariato, el robo, las pantillas y la prostitución vienen de barrios marginados, y sus padres o abuelos fueron cultivadores de la tierra, con azadas y machetes.
Muchos prefieren los programas de pacificación ciudadana que no van a ningún lado, aplicando tecnologia de punta, para una sociedad que todavía está en la evolución del siglo 20. ¿Quién nos salva?-
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