Santo Domingo, R.D.-El Movimiento Izquierda Unida (MIU) llamó a rechazar de plano la construcción de un muro en la frontera entre República Dominicana y Haití, por entender que en ninguna parte del mundo los que se han levantado han sido capaces de garantizar la protección fronteriza, ni la seguridad nacional ni el paso de inmigrantes ilegales o tropas enemigas ni el contrabando.
“Han sido y seguirán siendo, en rigor, un monumento a la estupidez humana y a su impotencia a la hora de abordar y resolver, humanamente, los problemas de la convivencia entre pueblos y civilizaciones distintos”, planteó la organización política que lidera Miguel Mejía.
El MIU reveló que detrás de los propósitos de construcción del muro en la frontera con Haití hay intereses de empresas israelíes que han hecho de la seguridad un negocio, en gran medida, debido a la ocupación de Palestina, lo que le ha permitido disponer de un enorme laboratorio de pruebas para desarrollar sus productos bélicos en el campo de batalla y directamente con seres humanos.
A continuación, texto íntegro de la posición que sustenta el MIU sobre los propósitos de construcción del muro, leído en rueda de prensa en presencia de la Dirección Nacional de dicho partido en un hotel capitalino:
ISRAEL Y EL MURO DE LAS LAMENTACIONES EN EL CARIBE
En casi todos los muros fronterizos actualmente en construcción en el mundo, como en su momento en el del Sahara Occidental, laboran empresas israelíes. En marzo del presente año, por ejemplo, se dio a conocer que la empresa israelí Elbit System, con experiencia en la construcción del muro de Cisjordania, fue contratada por el gobierno de Estados Unidos para hacer lo mismo en su frontera con México. El monto inicial del contrato es de $145 millones de dolareso, eventualmente, de hasta $1000 millones.
Ya se sabe que Israel exporta el 75% de las armas que produce, lo que lo convierte en el principal vendedor de armas por habitantes del planeta y que es el segundo exportador mundial de drones o aviones no tripulados. Su éxito haciendo de la seguridad un negocio se debe, en gran medida, a que la ocupación de Palestina le ha permitido disponer de un enorme laboratorio de pruebas para desarrollar sus productos bélicos en el campo de batalla y directamente con seres humanos. No cabe dudas de que muchas empresas israelíes de este ramo, tienen ensangrentadas las mismas manos con que cuentan sus enormes ganancias.
Desde principio de junio algunas personas y sectores de opinión pública han estado promoviendo que el Congreso Nacional declare “de alta prioridad” la construcción de un muro en la frontera con Haití. Los comentarios de varios seguidores de esta iniciativa, tal como aparecen en las publicaciones digitales, por lo general, coinciden en apoyarla en nombre de los “altos intereses de la Patria”.
Cualquier ciudadano medianamente ilustrado, por el contrario, tendrá que recelar de lo que parece una fórmula mágica para resolver, de una sola vez, con bloques y cemento, lo que no pudo la Guerra de Separación de 1844, el infame “Corte” del dictador Trujillo, de 1937, ni demás iniciativas, hasta nuestros días, igualmente reputadas, en su momento, como “salvadoras, oportunas y patrióticas”.
Es lógico: los complejos problemas de la convivencia entre dos naciones vecinas y que comparten una misma isla del Caribe, en medio de un mundo globalizado y cada vez más interconectado, no pueden resolverse apelando a la varita mágica del “patriótico” gesto mesiánico de esos sectores que de forma simplista se dedican a promover una medida congresual que no sólo es contraproducente, sino ineficaz y sospechosa, desde su propia concepción.
¿Qué problema sociológico, espiritual, cultural, ideológico, psicológico, religioso o humano, incluso comercial, productivo o financiero puede resolverse levantando barreras físicas entre los pueblos? ¿Qué sociedad humana, que ha caído en la tentación de erigir muros para su protección, ha logrado los objetivos propuestos o ha dejado de provocar y atraer sobre sí reacciones indeseables y funestas?
Baste decir que el muro que actualmente construye el gobierno de los Estados Unidos en su frontera sur, para intentar detener las inmigraciones masivas procedentes de México y Centroamérica, ya ha cobrado la vida a más de mil personas, en sus 1123 km de largo, cinco veces más que las supuestas víctimas del Muro de Berlín en toda su historia. Si este último fue calificado por la propaganda occidental como “El Muro de la Vergüenza”, los calificativos que el primero se ha ganado, también deberán ser, proporcionalmente, multiplicados por cinco.
Más que el fácil aplauso ante el gesto “patriótico” de quienes promueven tal desfachatez, los lectores que dicen apoyar esa aberración, si de verdad tienen y sienten algo de patriotismo debieran dedicarse y aconsejarle a los promotores a que utilicen una parte de su tiempo para analizar y reflexionar sobre este tipo de muros y el fondo de su impetuosa propuesta.
Sin ir muy lejos, por ejemplo, podrían buscar información sobre el origen, misiones, realidad, consecuencias probadas y destino final de otras iniciativas semejantes, también reputadas en su época como “patrióticas y oportunas”, entre las cuales bastaría citar a la Gran Muralla China; el Muro de Adriano, construido por los romanos en Britania; las vallas que separan del territorio marroquí a las ciudades de Ceuta y Melilla, ocupadas por España; el Muro del Sahara Occidental, construido por Marruecos para garantizar la ocupación colonial de este territorio y la barrera indo-bangladesí , en construcción, al igual que el que separa a Estados Unidos de México, a Israel de Cisjordania o el ya citado Muro de Berlín.
¿Qué tienen en común todas estas construcciones delirantes? Simplemente, inoperancia, vulnerabilidad y finalmente, un estrepitoso fracaso que ha dejado tras de sí una larga lista de víctimas y una enorme ignominia para sus promotores.
Ni una sola de ellas fue, ni es capaz, de garantizar la protección fronteriza, ni la seguridad nacional, ni el paso de inmigrantes ilegales o tropas enemigas, ni el contrabando. Han sido y seguirán siendo, en rigor, un monumento a la estupidez humana y a su impotencia a la hora de abordar y resolver, humanamente, los problemas de la convivencia entre pueblos y civilizaciones distintos.
A esto estará condenada la interesada propuesta arquitectónica de esos sectores que bajo la sombra de intereses israelíes pretenden que se reedite en el Caribe y en medio de dos naciones que no han alcanzado estabilidad ni desarrollo para todos sus ciudadanos, el despilfarro criminal de millones que son más que necesarios para la educación, la salud pública, la industrialización, el fomento de la agricultura y las obras sociales.
Los ancestrales problemas de República Dominicana y Haití, así como tampoco nuestras respectivas emigraciones ilegales, podrán resolverse con muros anacrónicos en una época en que la Humanidad ha optado por la interconexión y ha saludado, unánimemente, el derribo de muros físicos y también de barreras aduanales, arancelarias, comerciales, culturales y de todo tipo.
La propuesta que nos ocupa debe ser rechazada de plano y sus proponentes deben entender y convencerse de que sería un vergonzoso ejemplo de cómo la improvisación, la superficialidad y la manipulación se han entronizado, desafiantes, en nuestra vida pública y política, ante el aplauso de personas y sectores que se constituyen en claques autocalificándose como ignorantes y acríticos, y lo que es peor, que muchas veces olvidan la historia.
El más elemental sentido común y hasta los conocimientos más someros de la historia aconsejan rechazar esta propuesta, no solo por ineficaz sino también por sospechosa, teniendo a la vista que las manos de Israel están metidas en la misma.
No es Patria lo que se construiría con semejante adefesio, sino jugosas ganancias que irán a parar al bolsillo de empresas inescrupulosas. Tal muro no se levantaría sobre bases de paz, sino sobre experiencias de guerra y genocidio.
Por su historia y el alma de su pueblo, República Dominicana no merece pasar a la historia vinculada con un muro. Sería otro de las Lamentaciones, pero esta vez en medio del Caribe.
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