Joaquín Roy, catedrático de relaciones internacionales en la Universidad de Miami, sostiene que aunque Estados Unidos Europa están en crisis, continúan siendo un polo de atracción para el resto del mundo, como está demostrado por las incesantes oleadas de emgrantes que reciben.
Por Joaquín Roy
BARCELONA, 4 jul 2014 (IPS) – Hace unas pocas décadas, incluso antes del final de la Guerra Fría, antes y después del triunfo de Ronald Reagan, se sucedían periódicos análisis acerca de la decadencia de Estados Unidos. Otras veces, el turno del pesimismo le tocaba a Europa, sobre todo cuando no conseguía superar su ambivalencia ante la profundización del proceso de integración, especialmente por el fracaso de su proyecto constitucional.
Occidente estaba en crisis. Ahora la pareja parece pasar por una época similar, en la que cada uno intenta superarse en inferioridad.
Estados Unidos parece estar sumido en horas bajas a causa de la aparentemente errática política exterior del presidente Barack Obama, que no parece haber hecho buen uso de la superación de la herencia de la actuación de George W. Bush en Oriente Medio.
La agenda de Obama basada en “liderar desde atrás” le está causando al presidente estadounidense graves problemas que le representarían un serio obstáculo en caso de que pudiera optar a otra reelección.
Ese lastre lo puede pagar Hillary Clinton en el caso de que decida, por fin, optar a la presidencia. Lo cierto es que la indecisión en Siria, el desastre de la desintegración de Iraq y la todavía por ver resolución del desafío de Rusia en Ucrania, ofrecen un diagnóstico de Estados Unidos en decadencia internacional.
La Unión Europea (UE), por su parte, no ofrece un panorama mejor y solamente si consigue afianzar su entramado institucional después de las elecciones parlamentarias de mayo, podrá afirmar que ha superado el generalizado diagnóstico de un futuro problemático.
Atenazada por el ascenso del populismo y el neonacionalismo, lastrada su economía por la desigualdad y la falta de crecimiento sostenido, la UE está lejos de ofrecerse como alternativa de liderazgo y esperanza para el resto del planeta, y como socio idóneo para Estados Unidos en superar la crisis global.
Pero curiosamente, esta extraña pareja, que puede ser subsumida en lo que generosamente se llama Occidente, puede presumir de seguir disfrutando de un profundo capital y una base no solamente de su supervivencia, sino de su sostenido liderazgo para el resto del mundo.
En ambos casos, una sistemática tragedia humanitaria revela su mutua fortaleza y garantía de supervivencia futura. Los dramáticos y repetitivos acontecimientos ofrecidos por los procesos migratorios ofrecen el gran capital con que, tanto Europa como Estados Unidos, cuentan en comparación con otras regiones.
Por un lado, millares de adolescentes latinoamericanos proceden a una invasión del territorio de Estados Unidos, en busca de un futuro mucho mejor que el que dejan atrás en una América Central devorada por el crimen, la pobreza y la desigualdad.
Por otro, las costas de Italia reciben el doloroso impacto de la inmigración de los desesperados lanzados por traficantes, con el resultado de naufragios y muertes por asfixia. En otro escenario similar y diferente, el intento de asalto de la frontera española en los enclaves de Marruecos ya ha dejado de ser noticia.
¿Qué revelan estos aparentemente disimiles escenarios?
Simplemente, que la fortaleza de estos socios en crisis está basada en su comparativamente imponente poder de atracción para la inmigración.
Por muchas dificultades que numerosos países europeos sufran en la actualidad, la perspectiva de la vida en Europa es comparativamente mucho mejor que en África o Asia, e incluso en América Latina, a pesar del hecho del retorno de numerosos inmigrantes hacia sus países de origen.
El futuro (y el presente, como siempre fue en el pasado) de Estados Unidos sigue unido a la reserva de la inmigración. De ahí que los sectores estadounidenses que se oponen a la reforma migratoria no solamente están destinados a fracasar sino que, de momento, están haciendo un flaco servicio al país.
En ambas regiones, estos dos socios ahora enfrascados en la exploración de un Acuerdo de Libre Comercio e Inversiones (TTIP, por sus siglas en inglés), están destinados a superar en nivel de vida y expectativas de futuro a otras regiones del mundo.
Lo que no está claro es si las rencillas, ambivalencias, competencias a ambos lados del Atlántico harán cada vez más lejana la consecución de un acuerdo más necesario que nunca.
Ambos socios siguen siendo los aliados naturales en liderar al planeta en la superación de la crisis. Ambos tienen su futuro soldado en su destino inmigratorio.
Joaquín Roy es catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami