He escrito varios artículos abogando por el respeto a los derechos humanos y civiles de homosexuales, lesbianas y demás, pues se trata de personas muy discriminadas en nuestra sociedad, pese a tratarse de una minoría que los países desarrollados ya acepta y le permite insertarse en la producción económica y en todas las actividades del mundo moderno.
Se observa, sin embargo, que nuestra comunidad gay ha caído en los últimos tiempos en un estado de agitación. Una cosa es exigir que se respeten sus derechos ciudadanos (establecidos constitucionalmente) y otra es sostener una agresiva disputa con los heterosexuales, con aquellos que no compartimos su preferencia. Y la caravana anunciada se inscribe en esa provocación.
En el marco de esa provocación se halla el señor embajador de los Estados Unidos. Al designarlo en el cargo fue objeto de serios rechazos por la iglesia católica y sectores conservadores de la sociedad dominicana, incluyendo a prominentes dirigentes y funcionarios del partido oficial.
Lo defendí bajo la creencia de que su condición de homosexual no sería obstáculo a una digna labor diplomática. Que su preferencia sexual no tenía que ver, lo importante era su capacidad, honestidad, vocación de servicio y, naturalmente, dominio de los asuntos diplomáticos.
Lamentablemente ha decepcionado a muchos con su exhibicionismo, sus relaciones con la comunidad de homosexuales y lesbianas locales y sus constantes pronunciamientos consignando el “orgullo gay”. Esas conductas no son cónsonas a una labor propiamente diplomática, en la que debía de priorizarse el fortalecimiento de las relaciones de las dos naciones.
(¡Bueno! Pero todos sabemos que esa designación respondió, sobre todo, a compromisos políticos que el presidente Obama tenía desde la campaña electoral con los homosexuales y lesbianas estadounidenses).
Para la comunidad gay demandar sus derechos (los cuales apruebo) no necesita estar enarbolando ningún orgullo. ¿Orgullo de qué? Si usted exige que se le respete, tiene obligatoriamente que empezar respetando a los demás, sin exceso ni provocación, por lo que ha faltado prudencia. Ya lo dijo Pitágoras hace muchos años: “No aticéis el fuego con una espada.”
Muchas veces defendemos derechos (porque son derechos establecidos en las leyes), pero por los métodos utilizados –sin deliberar y juzgar de forma conveniente sobre las cosas– perdemos la razón ante la opinión pública. Algo parecido podría estar ocurriendo con la comunidad gay dominicana.
No es aconsejable el actuar con fanatismo ni asumir posturas radicales. Debían de limitarse al reclamo del derecho a la igualdad. Y que dejen de ser víctimas de discriminación en las oportunidades, insultos e inclusive agresiones físicas. Pero de víctimas se están convirtiendo en victimarios, lo que se percibe como negativo ante la opinión pública. El rol de victimario es odioso hasta en las obras artísticas.
¿Cómo se les ocurre a las lesbianas y homosexuales el estar hablando de Orgullo gay, como si aquellos que no tienen esa inclinación sexual no tienen de que sentirse orgullosos? Es una consigna que, sin pretenderlo, involucra un sentimiento de superioridad, conducta que no se corresponde con personas cuyo norte debía de ser cristalizar el derecho a la igualdad, establecido en nuestra carta magna, pero que en la práctica no se cumple.