Mucho acusamos a los malos políticos, y con razón, de ser los causantes de las desgracias de este noble pueblo sin suerte; y aunque el grupo de Leonel Fernández hizo una sabia transición a través de una salvaje acumulación originaria para disputar preponderancia en lo económico, en realidad, pocas veces nos enfocamos en nuestra oligarquía como responsable de nuestro derrotero.
Por Hecmilio Galván
Fue Joseph Schumpeter quien más se acercó a una teoría general sobre la importancia y el aporte social del espíritu emprendedor que lleva a un grupo de individuos a romper paradigmas y a aventurarse en el mundo de los negocios hasta transformar la realidad económica. Para Shumpeter los emprendedores son líderes sociales de gran arraigo, que venciendo el riesgo y el miedo se lanzan al vacío, logrando revolucionar las estructuras económicas.
Pero los idealizados emprendedores de Schumpeter, combatidos desde el marxismo, no parecen ser los precursores de la élite empresarial dominicana, sumergida ahora en una cruzada cuyo objetivo es erosionar aun más las escasas conquistas de los trabajadores, aparentando, más que audaces emprendedores, centinelas de esta gran fábrica de pobres que llamamos economía dominicana, que cuanto más crece, más potencia su efecto devastador en propagar miseria por todos los confines.
Mucho acusamos a los malos políticos, y con razón, de ser los causantes de las desgracias de este noble pueblo sin suerte; y aunque el grupo de Leonel Fernández hizo una sabia transición a través de una salvaje acumulación originaria para disputar preponderancia en lo económico, en realidad, pocas veces nos enfocamos en nuestra oligarquía como responsable de nuestro derrotero.
Los políticos, como administradores de lo público, no son más que mandaderos con cierto derecho a usufructo de la riqueza nacional, de esa élite empresarial, sobre los que pende siempre la espada de Damocles si sus acciones perjudican a esta sacrosanta clase, dueña de la prensa, por tanto de la verdad.
Lo que ha ocurrido, sin embargo, con el decreto presidencial que inicia la reforma del código laboral, es que nuestra rancia oligarquía, verdugo silencioso, por fin se ha quitado la máscara ante todos y ha dejado ver su rostro jurásico y real. La dureza de sus argumentos, la falta de vocación social y hasta de conmiseración que han mostrado para defender los indefendibles aprestos de reducir lo poco que les queda a los trabajadores, pero por sobre todo, la falta de visión de nación, que han mostrado, nos plantea la necesidad de que se produzca la superación de nuestra clase empresarial.
Es cierto que los salarios en República Dominicana se sitúan en los más bajos del Continentes, pero también es cierto que el desempleo (15%) es superior en mucho a la media regional (8%), a eso súmele el subempleo y la tasa de informalidad que ronda el 56% y agréguele además que los índices de precios de República Dominicana (por ser país turístico, entre otras cosas, como un costo país alto) son altos y comparables solo con países de altos ingresos, lo que se traduce en salarios reales disminuidos, lo que sumado a la falta de inversión social y por tanto de servicios públicos de calidad, lo que hace que el trabajador deba adquirir por la vía privada bienes y servicios públicos a costos superiores, todo eso se traduce únicamente en miseria, marginalidad y exclusión.
La falta de visión de nuestros empresarios no les permite ver que los costes laborales en el país son bajos en comparación con otros costos como la energía, los combustibles o los costos financieros, todos esos costos monopólicos que producen una concentración de la riqueza en pocas manos.
Con la avidez del sector empresarial obtuso de reducir los beneficios laborales, y por tanto erosionar y disminuir la contribución al trabajo, los grandes afectados son las empresas mismas, cuya mano de obra, sin calidad de vida ni estabilidad, de ninguna manera puede ofrecer calidad y productividad.
Además, las mayorías trabajadoras, con ingresos restringidos, no podrán demandar más o los mismos bienes o servicios, lo que reduciría aun más el mercado interno y por tanto representaría menos demanda de los bienes y servicios de esas empresas.
Necesitamos una clase empresarial que pueda entender que la competitividad espuria o basada en salarios bajos, no conduce al desarrollo, y que muy por el contrario produce un estancamiento y un aumento de la pobreza.
Necesitamos empresarios que entiendan que el país debe romper el círculo vicioso de los salarios bajos, porque mientras mejor ganen nuestros trabajadores, mejor calidad de vida tendrán y más productividad tendrían, pudiendo a su vez adquirir mayores bienes y servicios, lo que se reflejaría en mayor mercado para sus empresas.
Necesitamos una clase empresarial que entienda el valor de adquirir las materias primas en el mercado local y no se decante por molestosas importaciones, que a su vez desplazan la producción nacional y el empleo.
Necesitamos una clase empresarial que tenga una visión de país y no de pulpería o peor aun de vivir de la renta. Que entienda que la economía es un círculo donde cada peso que se quede en el país, les beneficia a ellos y a sus hijos.
Necesitamos una clase empresarial que se preocupe por el medio ambiente y el futuro, por la educación (no solo para tener mejores empleados sino mejores ciudadanos).
Necesitamos una clase empresarial que proteste y vigile el gasto público, y exija cuentas y el fin de la impunidad, al tiempo que no se haga cómplice de la corrupción a través del 30% o el soborno.
Para todo eso, lo que necesitamos es una nueva clase empresarial; aunque lo único que me preocupa es que los hijos de los anteriores “Hombres de Empresa”, al parecer han salido más atrasados que sus padres…. ¿O acaso estoy equivocado?