Por Luis R. Decamps R. (*)
Es una verdad de tomo y lomo que lo anodino, vulgar y “light” está a la orden del día en esta “era peledeísta” que vive la República Dominicana, y aunque hay mucha gente que “soto voce” asimila el fenómeno de manera casi deportiva evocando la manida frase del conde Joseph de Maistre en el sentido de que “cada nación tiene el gobierno que se merece”, el mismo no deja de ser una tragedia desde el punto de vista del origen político de nuestros últimos tres gobiernos.
(No hay mala intención alguna al hablar de “era” -por más que don Euclides se esfuerce en sus invocaciones de sacerdotizo oficial, la del “jefe” está bien muerta y sin posibilidades reales de resucitar-; de lo que se trata es de referirse a las administraciones del PLD como conjunto, y no es exagerada la designación porque, como es sabido, tres periodos y medio de ejercicio gubernamental -catorce años arriba, que no es una bicoca- bien merecen -con aplausos chinos, si se quiere- semejante denominación).
La realidad no se puede negar: Estado, partidos, sociedad civil, empresa privada, etcétera, lucen “cundidos” de gente adocenada y frívola (léase: señoras y señores con deficiencias de cierta materia cerebral, orfandad cultural, carencia de habilidades para encarar sus responsabilidades, ausencia de voluntad de servicio, vacuidad espiritual, amaneramiento ético e indiferencia o insensibilidad ante los sufrimientos de sus congéneres), y la situación es tan dramáticamente peculiar que algunos integrantes de las nuevas generaciones hasta han “descubierto” las “bondades” (¡vade retro, Satana!) del trujillismo.
Más aún: a pesar de que el país dizque progresa y va “viento en popa” (para creerlo no hay que ser empresario subsidiado o dirigente peledeísta: basta con atenerse a los guarismos que nos ametralla el Banco Central cada vez que el escepticismo amenaza con prender), la realidad en que el ciudadano de a pie vive actualmente y la forma en que se enfrenta a ésta todos los días (¡abracadabra, pata de cabra!) hace que el que tenga cierta edad y no haya perdido la memoria se recuerde del alucinante grito de “combate” de los operadores de las antiguas ruletas de juego: “¡La casa pierde y se ríe!”.
Por supuesto, valga la necedad, también algunas cosas que vemos cotidianamente emponzoñan la duda: funcionarios que no “funcionan” sino que administran o agravan los problemas; directores que no dirigen nada, ni siquiera en sus casas; encargados que no se encargan más que de sus asuntos personales (amores y desamores de todos los pelajes incluidos); dirigentes partidistas que creen que la política es jaibería y temen a la cultura como el diablo a la cruz; “personalidades” de gran nombradía y proyección social que piensan con faltas ortográficas; profesores que no enseñan sino que embrutecen… Y hasta “empresarios” que no tienen empresas y cuyos “negocios” son de papel, tijera, boca y comisiones.
(Que conste, empero: en muchísimos casos se trata de gente con títulos universitarios, diplomas de maestrías, sacos y corbatas de “luxe”, peinados a la moda, maquillajes de primera y espejuelos profesorales o doctorales… Cosas veredes: en la “era del PLD”, entidad creada por el maestro y polígrafo Juan Bosch -y regenteada por individuos que se dicen discípulos de éste-, vivimos bajo el imperio de la mediocracia y la “ley de la sobrevivencia”).
Igualmente, y como contrapartida, el país se nos ha llenado hasta el tope de fantoches, velones, golosos y monigotes de toda ralea. Desde Comendador hasta cabo Engaño y desde Puerto Plata hasta el Distrito Nacional, el pelelismo es soberano en la muy antigua y noble parte Este de la isla de Santo Domingo, con las salvedades de rigor (a veces casi clandestinas): tenemos peleles varones y peleles hembras, peleles públicos y peleles privados, peleles atontados y peleles corruptos, y hasta peleles de “medio término” y peleles de sexo indeclarado pero preferencias sospechadas.
Más ejemplos: el gobierno golpea hasta los huesos a las clases medias (ya no hay una sola: las precariedades han fragmentado todos los sectores de la sociedad), pero éstas no se rebelan; los congresistas legislan para ellos y la plutocracia y se reparten descaradamente el presupuesto nacional en “cofresitos” y “barrilitos” (¡o simplemente “corroboran” y nada más!), pero nadie los manda al carajo a la hora de votar; la cúpula de la judicatura hace gárgaras políticas con las leyes, pero no se le hace ni siquiera resistencia pacífica; la policía “administra” mediáticamente la delincuencia y ejerce de preboste de la sociedad, pero nadie somete a sus jefes (el uniformado y el civil) a los tribunales… Y otros etcéteras de largas resonancias.
(El escribidor no quisiera recordarlo por la peste que entraña, pero está fresco en la memoria todavía: nos vendieron hasta salami con “ñeca”, y muchísima gente se lo siguió comiendo con olimpismo gourmet… De cierto hay que reiterarlo: la fuerza política mayoritaria de nuestra sociedad no es el peledeismo -ni tampoco el perredeísmo desunido- sino el pelelismo, y sólo nos falta tomarle prestada la invocación a don Carlos -no el de la Cancillería sino el “moro” del siglo XIX- para el remate histórico: “Peleles de toda la república: ¡uníos!”).
En la misma tónica, el autor de estas líneas tiene grabado indeleblemente en su “sesera” que en los días en que el doctor Leonel Fernández se despedía del gobierno (no se sabe hasta cuando, por cierto, pese a las especulaciones, los barruntos y los ventarrones que soplan por doquier) la adulonería se desbordó en el país: todos sabíamos que entre nosotros había muchos “lambones” (“agradecidos”, diría el líder del PLD, pensando en su gran distribución de mercedes estatales de los últimos ocho años), pero el alud de “reconocimientos” al ex jefe de Estado dejó corto cualquier arresto de imaginación al respecto.
Ciertamente, en aquellos momentos vimos rascabuches palaciegos, serviles partidistas, adulones empresariales, tumbapolvos militares, y chupamedias policiales, municipales y (¡agárrense!) hasta de ultramar: gente de Puerto Rico que sacó un “Ateneo” de quién sabe qué sombrero de mago para ofrendarlo a los pies del Príncipe que se marchaba… Cualquier parecido con la megalomanía de la otra “era” (¡lo juro por mi madrecita santísima!) se trataba de pura coincidencia.
Lo que precede, desde luego, nos lleva al verdadero “mérito” de las anteriores administraciones peledeístas en materia de “política de desarrollo”: con base en las obras públicas, los programas de subsidios y, en general, las posibilidades protectoras y disuasivas (rotuladas en numerario) del poder palaciego, el entonces líder máximo peledeísta hizo del Estado un dadivoso ente de intervención paternalista que terminó bajando (como Santa Claus, pero vestido de morado y con la faltriquera llena de dinero ajeno) por las chimeneas del sector privado, la sociedad civil y las casas de familia.
Y hasta tal punto fue rumbosa la fiesta de las “gracias” y las “ayudas” gubernamentales (verdaderas navidades anticipadas para mucha gente) que por primera vez en nuestra historia los dominicanos que tienen algún “patrocinio” personal o amoral del Estado (contrato, empleo, botellita, bidón, ayuda, donación, subsidio o emolumento obtenido a través del partido o el tráfico de influencia) son más que los que no lo tienen, lo que se expresó políticamente en la estructuración de uno de los más grandes aparatos de clientelismo de todo el orbe (sí, de la “bolita del mundo”, no es exageración): 33 por ciento de la población electoralmente activa.
(Ya se sabe bien, y no sólo por el abracadabrante déficit presupuestario de 2012 sino también por las historias posteriores manejadas tras bastidores: entre ese aparato clientelar y los errores estratégicos de la campaña perredeísta -discursos equívocos, meteduras de pata, pendejadas, desamores públicos, perfidias y deseos ocultos de perder las elecciones para ganar otra cosa- se acunó la victoria del licenciado Danilo Medina, antigua víctima propiciatoria del leonelismo que hoy es su principal espada de Damocles de cara al proceso electoral de 2016).
Y si a eso agregamos que el doctor Fernández creó una nueva clase económica (integrada por allegados y peledeístas, ahora ricos y con “queridas”, algunos asociados con empresarios mafiosos, pero también con viejos negociantes honorables) y puso el Estado abiertamente al servicio de los más poderosos grupos del país, la conclusión parece obvia: convirtió a buena parte del aparato productivo y de la nación (sin importar edad, género, preferencia sexual, condición social, oficio o nivel cultural) en dependiente directa o indirecta del gobierno (es decir, la sedujo y la “adquirió”) haciéndola súbdita de su voluntad.
Por eso, y sólo por eso, desde el 2012 se podía apostar “peso a morisqueta” que el licenciado Medina no iba ni siquiera a intentar modificar el “status quo” (si lo hubiera hecho habrían llovido sobre él todo tipo de maldiciones y abominaciones no populares, incluidas las bíblicas y las ateas); y ahora, a la altura de agosto de 2014, se puede afirmar que si no se le despierta el gusano del continuismo -lo que cada vez parece más improbable- terminará pactando por gravedad con el doctor Fernández la candidatura peledeísta para las próximas elecciones nacionales (claro está, involucrando el control para sí de una tajada de los poderes públicos y del propio partido).
Ahora bien, ¿todo eso que se ha reseñado anteriormente debería hacer sentir orgulloso al profesor Juan Bosch, donde quiera que se encuentre? ¿Fue para hacer eso que él ideó y cinceló al PLD con juvenil entusiasmo ideológico y delectación de artista consumado? ¿Ese “legado” gris del peledeismo gobernante tiene de veras algo que ver con el boschismo en tanto doctrina política duartiana, hostosiana, “marxista no leninista” y de “liberación nacional”?
No es por nada, pero al doctor Reinaldo Pared Pérez como que se le “cortocircuitó” el pensamiento y se le soltó el gatillo de la lengua hace unos días cuando, en un discurso proselitista, virtualmente dio la afirmativa como respuesta a las interrogantes que anteceden: con todo y la adustez de su rostro y la aparente sinceridad de sus palabras, pareció una verdadera tomadura de pelo… Está fuerte, muy fuerte eso de sacrificar la figura histórica del ilustre pensador de La Vega en el ara de la politiquería y, con ello, reducirlo a la pintoresca condición de telépata de glorieta.
Por eso, al ver y escuchar al honorable legislador del Distrito Nacional hablando del “legado” de Bosch y de su alegada correspondencia con la “obra” de gobierno del PLD, al suscrito se le zafó una exclamación que no puede por menos que compartir en estos momentos con sus lectores: “¡Diantre, senador, qué timbales!”
(*) El autor es abogado y profesor universitario
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