Por Felipe Mora
Como están las cosas, cada vez se hace más certera la expresión de que en este país enfermarse es más que un lujo. ¡Lo malo del caso es la tanta gente que se enferma!
Se cuentan por miles las familias dominicanas de clase media, pero aún más las de extracción humilde, que se ven en necesidad de ingeniárselas para hacer frente a enfermedades que contraigan algunos de sus miembros. Y todo por lo prohibitivo que resultan los precios de los medicamentos. Peor aún, de los servicios médicos en sentido general.
En caso de enfermedades catastróficas, la situación que se crea es para entrar en pánico, porque sencillamente son inaguantables los costos que ello conlleva para tratar de mantener con vida a un paciente.
La carestía de los precios de las medicinas da lugar a que la población de escasos recursos se las ingenie con tal de buscar medicinas alternativas, y en esto entran en juego plantas medicinales. El negocio de las medicinas, tanto en este país como en cualquier otra parte del mundo, es uno de los más prósperos.
La asistencia médica y la compra de medicamentos para cualquier malestar de salud, por ínfimo que sea, suele costar un monto que muchas veces no está al alcance de los menos favorecidos. Aún cuando el o la paciente tenga el privilegio de un seguro médico.
Males de salud relacionados a áreas especializadas de la medicina, como cardiología, neumología, urología, endocrinología, gastroenterología, otorrinolaringología, entre otras, cuando se le mete lápiz salen por sumas que no están al alcance de las grandes mayorías.
Los ejemplos sobran. Una molestia de salud que atienda un gastroenterólogo, al final del tratamiento, con todo y las consultas y compra de medicamentos, en resumidas cuentas puede llegar a sumar más de 10 mil pesos, una suma superior al sueldo mínimo en el sector público. Y ni hablar si a ese paciente el facultativo le indica estudios de endoscopía y/o colonoscopía, porque en esos casos sí que se rompen los magros presupuestos de la inmensa mayoría de los pacientes.
Una tableta de Clavulín, indicado para problemas gastritis, cuesta a nivel de farmacias 91 pesos. Vaya usted a ver cuando el facultativo le indica al paciente que debe tomar 20 tabletas de esas. Deberá sacar del bolsillo la friolera de RD$1,820.
Por una congestión gripal se desnivelan presupuestos familiares. ¿Porque? Una caja del descongestionante airplus cuesta en la farmacia RD$1,319.50, y un telekast-L sale por RD$1,335.
Pacientes con problemas de hipertensión con mayor intensidad pasan por la crujía que significan los altos precios de las medicinas. La caja de carsipril compuesto, un antihipertensivo, tiene un precio en farmacia de RD$1,008.15; el daflon de 500 mg, usado en pacientes con insuficiencia venosa y várices, cuesta RD$1,387.50.
Lo malo de todo esto es que hay medicamentos indicados que curan un problema de salud, pero que tienen efectos secundarios. Es decir, el paciente se cura de una cosa, pero comienza con otra dolencia y en otro órgano de su cuerpo.
Ser beneficiario de un seguro médico le da una ventaja considerable a un paciente frente a otro que no goce de ese beneficio. Pero como quiera, las diferencias a desembolsar en consultas médicas, en estudios que el facultativo indique, en medicamentos (en este caso muy pocos los cubren las ARS en farmacias), a lo que se agrega gastos en combustible por desplazamiento. A fin de cuenta, no toda persona está en capacidad de hacer frente a un problema de salud que se presente.
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