Por Tomás Gómez Bueno
Nuestro vivió con la convención del PRD del pasado domingo 20 de Julio, uno de los episodios más desalentadores y preocupantes de cara del imperativo impostergable de comenzar a construir una cultura de participación ciudadana y de respeto a los principios democráticos.
Los hechos lamentables expresados en forcejeos, tiros, heridos y disturbios diversos, en una convención donde los heridos se contaron primero que los votos,fueron un breve reflejo del grave malestar político que padece nuestra sociedad que permite violentar todas las normas, reglas y principios para imponer la voluntad de los más poderosos, sin mayores consecuencias ni reparos.
Uno de los problemas de nuestra sociedad es obviar ese carácter socio traumático que tienen algunos hechos, y de paso resignarnos aceptarlos como parte de nuestra rutina y costumbre, sin extraer de ellos las lecciones que pueden contribuir a liberarnos de este estado de primitivismo político tan deprimente y vergonzoso.
Ver la pasada convención del PRD como el problema particular de un partidopolítico, es desconocer el alcance social de estas instancias colectivas que facilitan la participación y que sirven de articulación y sostén al ordenamiento social que por consenso mayoritario hemos asumido.Tenemos que ver al país desde una perspectiva más sistémica e integral.
La crisis del PRD es la crisis de la democracia dominicana yde las demás expresiones organizadas de nuestro país. Es la crisis de las garantías constitucionales y del derecho. No se puede tener democracia sana con partidos enfermos ni con instituciones rectoras en cuidados intensivos. No se puede tener partidos modernos, vigorosos, incluyentes y dinámicos, que constituyan verdaderas expresiones democráticas, si tenemos lideres parapetados en posiciones autoritarias y personalistas que, sin propuestas sociales aceptables o creíbles, solo saben ejecutar transacciones truculentas que están por encima del derecho y la libertad a la que todos aspiramos.
Miguel Vargas,un político que tiene la capacidad insólita de derrotarse a sí mismo, de disminuirse y degradarse en cada gesto, en cada propuesta, en cada acción o movimiento políticoque realiza, acaba de plantearle un desafío abierto al sistema democrático nuestro, que tiene que ver con implementar los mecanismos y procedimientos para impedir que los abusos y desafueros personales entorpezcan por la fuerza el desarrollo democrático y social a que aspiran nuestros ciudadanos.
Miguel no ha ganado nada. Con su convención tan a su manera se acaba de desinflar, acaba de sepultar cualquier soporte de legitimidad capaz de mantenerlo en un ejercicio político medianamente aceptable.
Miguel es la acumulación personificada de nuestras complicidades, de nuestra desidia irresponsable, de nuestros medalaganariospostergamientos de acciones y medidas que requieren reparos y rectificaciones a tiempo con rigor y carácter. Hay en nuestro circo político personajes del mismo talante, solo que son de reparto, de un perfil más bajo, pero tan pronto tengan la oportunidad de actuar harán papeles similares.
En medio de este sainete paisano Miguel Vargas es un actor confundido actuando en un escenario equivocado con un libreto extraviado, y en cada gesto, en cada movimiento se vuelve más torpe y ridículo, y apenas puede escuchar las rechiflas de un público que, cansado de tanta incoherencia y repeticiones, ya comienza a marcharse de la obra, pero aun así, este testarudo personaje pretende mantenerse por la fuerza sobre el entarimado.
Si nuestro sistema no tiene mecanismos legítimos para poner a estos personajes en su lugar debido, entonces nuestra democracia es una caricatura mal pintada, es un simulacro de mal gusto, es un burdo montaje, es un proyecto fallido, un afrentoso engaño en el que todos por omisión o comisión somos cómplices. Hay conductas que por vergüenza y presión social deben ser erradicadas de nuestra política. Nos hacen falta otros modelos de liderazgo.