Muchas veces se ha dicho que solo la educación salva la República Dominicana.
Por Gilberto Lima Lopez
Lo malo del enunciado es venir de personas cuyo accionar es el prototipo de un sistema educativo no halagüeño. Dicho en un lenguaje popular, proveniente de personas quizás no dispuestas a afilar cuchillos para sus propias gargantas, como reza el viejo refrán
Solo los países donde se incentivan los valores comunes y no individuales se convierten en referente para los que como el nuestro, estamos todavía sumidos en el subdesarrollo. Y digo todavía, por entender que con una educación inclinada a la promoción de valores, de buenas costumbres, de respeto y amor hacia el país, en solo algunas décadas, esta estaría brindando los frutos esperados.
Hablo de una formación profunda. De una educación con la firme decisión de que todo joven llegue a la adolescencia con estricto apego al desarrollo de la comunidad, respeto al medio ambiente, la honestidad, los buenos valores y a la defensa del país y de la patria.
Como nadie sabe la profesión a estudiar en el futuro, es deber del sistema educativo preparar al estudiante para todas.
Si por ejemplo, se convence al estudiantado que el pianista llora al final de la canción, este ensayará el llanto antes de conocer el piano. Si el joven no le gusta el llanto, es muy posible que elija otra carrera. Quizás pudiera ser un radiólogo que no llora ni ante el dolor de las rupturas óseas del paciente.
Una buena educación debe promover la cultura, la cortesía, la creatividad, los buenos modales, el idioma y hasta el sentido de competencia. Todo estudiante debe sentirse feliz de pertenecer al salón de los sobresalientes.
El ciudadano educado vota para castigar al que lo hizo mal, no para premiar al que lo hizo bien. Todos estamos llamados a hacerlo bien, cuando se nos enseña con rigor.
Es cierto, solo la educación salva la Republica Dominicana. Temo que esa salvación no podrá ser rápida. Nuestras profesoras y profesores, promueven la individualidad y el consumismo. Es casi imposible que estos puedan promover una juventud sólida y fuerte. Lamentablemente, también nuestros educadores pertenecen al club de los árboles torcidos.
Qué bien se ve el niño cuando sabe usar los tiempos verbales, y domina los esquemas de cortesía.
A veces pienso que la educación a que aspiro es hoy difícil de aplicar por la presencia de profesores comerciales, algunos incluso sin una auténtica vocación. Están aquellos que el mismo año en que entran al sistema, empiezan el conteo regresivo hacia su pensión y jubilación y se molestan al notar que todavía no califican.
La educación a que aspiro puede resultar cuesta arriba. Pienso en aquella que pueda enseñar al niño cuando una acción es arte, cuando es libertinaje, cuando es creatividad y cuando pasa el límite que nos daña como sociedad, como comunidad y como país.
A esos niños y niñas de hoy y que en tres décadas serán padres hay que darles la capacidad de enseñar a sus hijos que tiene menos valor la riqueza que la convivencia social o el orgullo que la solidaridad.
Durante la historia de la humanidad existen grupos sociales de diferentes niveles. No son iguales las actitudes, el ingenio y el emprendedurismo. La capacidad cognitiva tampoco es igual en todas las personas. Pero igual es deber el que a todos y todas se le inculquen ese respeto y esa armonía que hace de las sociedades laberintos vivibles.
Si empezamos con los niños hoy, y aquí termino mi reflexión, les aseguro que en un tiempo prudente, tendremos mejores ciudadanos, mejores políticos y algo que no se nos puede quedar, mejores familias. Dentro de 30 años, si se empieza a aplicar la educación de la que hablo, ustedes entenderán lo que hoy les digo.