Todavía hay profesores de ciencias sociales —en centros de estudios de diversos niveles de República Dominicana— que les dicen a los alumnos que el dictador Rafael Trujillo Molina fue un patriota y un gran nacionalista. Es una distorsión histórica, pues no fue ni una cosa ni la otra.
El calificativo de patriota viene del crimen de lesa humanidad cometido en 1937 en contra de unos 18 mil nacionales haitianos, hecho repudiado y condenado por la comunidad internacional y por el cual tuvo que pagar al gobierno haitiano 750 mil dólares, como si se tratara de muerte de animales.
Y el calificativo de nacionalista tiene origen en la compra de la compañía eléctrica, hoy Corporación Dominicana de Empresas Eléctricas Estatales (CDEEE). También al comprar el National City Bank (hoy Banco de Reservas) y al liquidar la deuda externa el 21 de julio de 1947, hecho por el cual fue exaltado, por los adulones de la época, como el restaurador de la independencia financiera dominicana.
Pero esas nacionalizaciones sólo beneficiaban a Trujillo y a su familia, que llegaron a controlar el 80% de la producción nacional. El grueso de las empresas era propiedad de Trujillo, por lo que se puede decir, con mucha propiedad, que era una economía monopolista.
(Hay que admitir que Trujillo fue contrario a las transnacionales, porque no quería injerencia política ni económica foránea, para así manejar el país como una finca de su propiedad).
Trujillo Fue dueño de las industrias de sal, carne, arroz, leche, aceite, cemento, licores, papel, embutidos, clavo, botella, café, tabaco, pan, chocolate, mármol, pintura, saco, cordeles, tejidos, seguro y azúcar. Creó ingenios azucareros y compró los demás, excepto el Central Romana y el de la Casa Vicini.
A su muerte dejó unos 300 millones de dólares en bancos extranjeros. Y todas sus empresas el gobierno del Consejo de Estado las convirtió en patrimonio público, denominándolas Grupo Corde. Estas empresas operaron durante décadas con beneficios unas veces y con déficits otras tantas veces, dependiendo de la administración.
En el primer gobierno de Leonel Fernández, en una injustificable política de “capitalización de las empresas públicas”, fueron vendidas a precios de vaca muerta. Hoy no están las empresas, pero tampoco se conoce el destino del dinero. Bien haría el presidente del PLD y aspirante nuevamente a la Presidencia de la República en ofrecer una explicación al pueblo dominicano sobre las famosas empresas de Corde.
En una distorsión en la interpretación y enseñanza de la Historia Social Dominicana se ha pretendido siempre ofertar a Trujillo como un gran nacionalista, cuando en honor a la verdad fue un racista, antihaitiano, ladrón y criminal.
Posiblemente a Leonel Fernández también procuren mercadearlo como otro nacionalista, por su cuota de responsabilidad en la antijurídica y racista sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional, que no es más que una de las famosas altas cortes que sólo han servido para crear discordias en el ámbito nacional e internacional.
En un ejercicio desapasionado de la historia a Trujillo hay que colocarlo en el lugar que le corresponde. Pero también en honor a la objetividad periodística (si es que se puede usar esa expresión) a Leonel Fernández hay ubicarlo en el lugar que la historia le tiene reservado.
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