Ciudad del Vaticano, 21 de septiembre de 2014 (VIS).- El Papa Francisco ha comenzado esta mañana su visita a Tirana (Albania); se trata de su cuarto viaje apostólico y el segundo de un pontífice al "País de las Águilas". El primero fue el de Juan Pablo II en 1993, dos años después de la caída de la dictadura y con el establecimiento de relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y la República de Albania.
En aquella ocasión el Papa celebró la misa en la catedral de Escútari, que había sido transformada en palacio de deportes bajo el régimen comunista y bendijo la primera piedra para reconstruir el santuario de la Virgen del Buen Consejo, construido en 1895 y demolido en 1967. En los últimos años se han reconstruido también en Tirana la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús de los Padres Jesuitas y la catedral ortodoxa de la Resurrección de Cristo. El Santo Padre, que salió del aeropuerto romano de Fiumicino a las 7.30, llegó a Tirana a las 9.00 y fue recibido en el aeródromo dedicado a la Madre Teresa por los representantes de las autoridades religiosas y civiles, entre ellas el nuncio apostólico en Albania, el arzobispo Ramiro Moliner Inglés y el primer ministro albanés Edi Rama. Desde allí se trasladó en automóvil al Palacio Presidencial de Tirana, donde tuvo lugar la ceremonia de bienvenida y fue acogido por el presidente albanés Bujar Nishani. Después de un breve coloquio entre ambos, el presidente acompañó al Papa al Salón Scanderberg donde tuvo lugar su encuentro con las autoridades, el cuerpo diplomático y algunos líderes religiosos del país. En el discurso que dirigió a los presentes, y que reproducimos a continuación, el Santo Padre habló del camino de Albania hacia la recuperación de sus libertades civiles y religiosas, alertó de la instrumentalización de las diferencias entre las religiones y elogió la convivencia pacífica y la colaboración entre los componentes de diversos credos en la tierra albanesa. "Estoy muy contento de encontrarme con vosotros en esta noble tierra de Albania, tierra de héroes, que sacrificaron su vida por la independencia del país, y tierra de mártires, que dieron testimonio de su fe en los tiempos difíciles de la persecución.Ha pasado ya casi un cuarto de siglo desde que Albania ha encontrado de nuevo el camino arduo pero apasionante de la libertad. Gracias a ello, la sociedad albanesa ha podido iniciar un camino de reconstrucción material y espiritual, ha desplegado tantas energías e iniciativas, se ha abierto a la colaboración y al intercambio con los países vecinos de los Balcanes y del Mediterráneo, de Europa y de todo el mundo. La libertad recuperada os ha permitido mirar al futuro con confianza y esperanza, poner en marcha proyectos y tejer nuevas relaciones de amistad con las naciones cercanas y lejanas. El respeto de los derechos humanos, entre los cuales destaca la libertad religiosa y de pensamiento, es condición previa para el mismo desarrollo social y económico de un país. Cuando se respeta la dignidad del hombre, y sus derechos son reconocidos y tutelados, florece también la creatividad y el ingenio, y la personalidad humana puede desplegar sus múltiples iniciativas en favor del bien común. Me alegro de modo especial por una feliz característica de Albania, que debe ser preservada con todo cuidado e interés: me refiero a la convivencia pacífica y a la colaboración entre los que pertenecen a diversas religiones. El clima de respeto y confianza recíproca entre católicos, ortodoxos y musulmanes es un bien precioso para el país y que adquiere un relieve especial en este tiempo en que, de parte de grupos extremistas, se desnaturaliza el auténtico sentido religioso y en que las diferencias entre las diversas confesiones se distorsionan e instrumentalizan, haciendo de ellas un factor peligroso de conflicto y violencia, en vez de una ocasión de diálogo abierto y respetuoso y de reflexión común sobre el significado de creer en Dios y seguir su ley. Que nadie piense que puede escudarse en Dios cuando proyecta y realiza actos de violencia y abusos. Que nadie tome la religión como pretexto para las propias acciones contrarias a la dignidad del hombre y sus derechos fundamentales, en primer lugar el de la vida y el de la libertad religiosa de todos. Lo que sucede en Albania demuestra en cambio que la convivencia pacífica y fructífera entre personas y comunidades que pertenecen a religiones distintas no sólo es deseable, sino posible y realizable de modo concreto. En efecto, la convivencia pacífica entre las diferentes comunidades religiosas es un bien inestimable para la paz y el desarrollo armonioso de un pueblo. Es un valor que hay que custodiar y hacer crecer cada día, a través de la educación en el respeto de las diferencias y de las identidades específicas abiertas al diálogo y a la colaboración para el bien de todos, mediante el conocimiento y la estima recíproca. Es un don que se debe pedir siempre al Señor en la oración. Que Albania pueda continuar siempre en este camino, sirviendo de ejemplo e inspiración para muchos países. Tras el invierno del aislamiento y las persecuciones, ha llegado por fin la primavera de la libertad. A través de elecciones libres y nuevas estructuras institucionales, se ha consolidado el pluralismo democrático que ha favorecido también la recuperación de la actividad económica. Muchos, movidos por la búsqueda de trabajo y de mejores condiciones de vida, sobre todo al comienzo, tomaron el camino de la emigración y contribuyen a su modo al progreso de la sociedad albanesa. Otros muchos han descubierto las razones para permanecer en su patria y construirla desde dentro. El trabajo y los sacrificios de todos han contribuido a mejorar las condiciones generales. La Iglesia católica, por su parte, ha podido retomar una existencia normal, restableciendo su jerarquía y reanudando los hilos de una larga tradición. Se han edificado o reconstruido lugares de culto, entre los que destaca el Santuario de la Virgen del Buen Consejo en Scutari; se han fundado escuelas e importantes centros educativos y de asistencia, para toda la ciudadanía. La presencia de la Iglesia y su acción es percibida justamente como un servicio no sólo para la comunidad católica sino para toda la Nación. La beata Madre Teresa, junto a los mártires que dieron testimonio heroico de su fe ?a ellos va nuestro reconocimiento más alto y nuestra oración? ciertamente se alegran en el Cielo por el compromiso de los hombres y mujeres de buena voluntad para que florezca de nuevo la sociedad y la Iglesia en Albania. Sin embargo, ahora aparecen nuevos desafíos a los que hay que responder. En un mundo que tiende a la globalización económica y cultural, es necesario esforzarse para que el crecimiento y el desarrollo estén a disposición de todos y no sólo de una parte de la población. Además, el desarrollo no será auténtico si no es también sostenible y ecuo, es decir, si no tiene en cuenta los derechos de los pobres y no respeta el ambiente. A la globalización de los mercados es necesario que corresponda la globalización de la solidaridad; el crecimiento económico ha de estar acompañado por un mayor respeto de la creación; junto a los derechos individuales hay que tutelar los de las realidades intermedias entre el individuo y el Estado, en primer lugar la familia. Albania afronta hoy estos desafíos en un marco de libertad y estabilidad que hay que consolidar y que representa un buen augurio para el futuro. Agradezco cordialmente a cada uno por la exquisita acogida y, como hizo san Juan Pablo II, en abril de 1993, invoco sobre Albania la protección de María, Madre del Buen Consejo, confiándole las esperanzas de todo el pueblo albanés. Que Dios derrame sobre Albania su gracia y su bendición.". Finalizado su discurso el Papa se trasladó a la Plaza Madre Teresa para celebrar la santa misa. |