Desde las Tierras Altas de Escocia, la inquietud descendió y puso en juego el mapa de la historia, provocando que el tradicional pragmatismo británico se haga oír nuevamente, aunque esta vez, el bloqueo entre presión y no delegación llevó a una situación peligrosa de difícil retorno.
Por Augusto Manzanal Ciancaglini (politólogo)
Superada la apuesta, se ha observado que las emociones étnicas se dieron cita pero no dominaron el debate, como trasfondo del desencuentro, resonaba más el agitado flujo del petróleo y el desolador suspiro extenuado de la crisis que las sugestivas gaitas. Para muchos sigue siendo ineludible el idealizado amparo de lo inmediato y para algunos se hace inevitable el usufructo de eso para objetivos más profanos.
La consecuencia inmediata será un paso más hacia la descentralización política y la autonomía fiscal, según lo prometido por Londres, pero el flemático Reino Unido refleja su todavía invulnerable conservadurismo cuando una de las cuestiones más determinantes sigue sin ser resuelta: la financiación, que no hace feliz a ninguno de los cuatro países constituyentes, el modelo es poco solidario y favorece claramente a las regiones que más ingresan, por eso no será este referéndum el que lo cambie, ya que afecta mucho más a las zonas más pobres de Inglaterra y a Gales en su totalidad, que a Escocia.
Reino Unido, arquetipo de tantas cosas, pero paradójicamente escurridizo con las comparaciones. Sus particularidades políticas, legales y sociales imposibilitan paralelismos con lo que está sucediendo en Cataluña, donde el protagonismo de la lengua, la masividad de las manifestaciones, la histeria de las banderas y la inmovilidad de Madrid complican el desafío.
El consenso británico choca con el caos latino, aunque en el fondo aparecen motivos similares; reivindicación cultural, desvío de responsabilidades, intimidación en virtud de más poder político y más beneficios económicos en el reparto territorial. La diferencia radica en la intensidad y su gestión.
Como la Carta Magna, es deseable que sea la derrota del secesionismo, más que su posibilidad de realización, un nuevo ejemplo a seguir por el resto de Europa y el mundo. Si la celebración de esta consulta ha sido un instrumento de la razón de estado con el propósito del fortalecimiento de la unión, esto solo será factible porque las fronteras, hoy más que nunca, son estorbos que la razón del progreso se lleva por delante.
Este referéndum, simboliza dos mensajes: el que la mayoría de los ciudadanos y la lógica de la integración y apertura europea no requieren fragmentaciones, al mismo tiempo que Londres ha recibido internamente un poco de su propia actitud en lo que respecta a su ambigüedad en el pulso que hecha con Bruselas.
De base es discutible haber aceptado el riesgo de ruptura, ya que el voto es una virtud de la democracia más cualitativa que cuantitativa, pero con la aventura desencadenada, el no a la independencia es el éxito combinado de las intenciones de Escocia, del Reino Unido y de Europa, que cada uno obtiene en forma de exigencias tramitadas, consolidación y unidad, confirmando la expansión del provecho que desemboca en otra victoria de la razón.