Por José Morales Martín.
Los mismos españoles que aplaudieron tanta democracia en la gran isla europea (Gran Bretaña) resulta que en casa no hacen los deberes como dicen que deben hacerse, sino más bien a la española o a la catalana, que no es exactamente lo mismo. Menudo espectáculo, por ejemplo, verlos jugar a la agachadas este fin de semana a cuenta de la convocatoria del 9-N.
Desde Madrid se dice que no le pueden permitir votar a los catalanes como hicieron los escoceses porque no lo admite la Constitución; lo que no dicen es que puede pactarse –entre todos, con los catalanes- un cambio de la Carta Magna. Y desde Barcelona se afea la conducta de Rajoy, frente al buen talante del igualmente conservador Cameron, porque no permite la consulta, sin reparar en las restricciones legales y sacando pecho con la Diada detrás.
Hablemos claro: salvo al final de la campaña escocesa, nadie temió por el resultado. Cameron fue más guai y se enrolló mejor que Rajoy porque cuando firmó con Salmond la convocatoria legal del referéndum del 18-S partía con una ventaja de 40 puntos, que al final de quedaron en 10.
Rajoy no abre la mano con el pretexto constitucional –fácilmente subsanable, si se quiere- porque es sabedor del riesgo que corre: la marea independentista catalana es más fuerte que la escocesa. Y más interclasista.
El problema, como reconoce incluso Albert Rivera, de Ciutadans, es político, no solo legal. La solución al problema catalán exige respeto, aprecio –cariño, si se quiere- y dinero. Solamente así podría esperarse que algún día quienes gobiernan en Madrid y en Barcelona sean guais: Como Cameron y Salmond, quienes ya saben, por distintas razones, que el pacto no es peor que el secesionismo. ¿O no?
José Morales Martín
Palafrugell (Girona)