Por José Tomás Pérez.
La constitución de los Estados Unidos se elaboró no solo para que fuera un instrumento de garantía de los derechos y deberes de sus ciudadanos, sino también para que sirviera de guardián vigilante de los principios democráticos que desde temprano establecieron sus líderes y padres fundadores.
La alternabilidad en el poder ha sido un factor clave para que esa gran nación se haya convertido en una auténtica fábrica de presidentes, fundamentada en el mandato constitucional que obliga a que los mismos solo puedan reelegirse una sola vez y nada más. Los padres fundadores nunca estuvieron ajenos al conocimiento de las debilidades y flaquezas que conlleva el ejercicio continúo del poder, y el apego que genera el mismo en hombres cuya naturaleza son la ambición desmedida o el afán de gloria.
Cuando se ejerce el poder una, dos, tres veces o más, la red de relaciones que se crean, los favores económicos que se dispensan, las dependencias políticas que se generan, los comunicadores remunerados que se ponen al servicio de la causa, los empresarios que se favorecen con las grandes contratas y las privilegiadas exoneraciones de impuestos, tejen entre todos un entramado de obstáculos que hacen casi imposible el surgimiento de nuevos liderazgos, especialmente dentro de sociedades subdesarrolladas y con grandes debilidades institucionales como las que existen en la mayoría de los países del tercer mundo. La simbiosis de estos factores se constituye en los determinantes para la conformación de liderazgos absolutistas y apabullantes.
No queda espacio para más nadie y solo el blindaje legal que provee una Constitución puede neutralizar semejante fenómeno. No es que no existan líderes que puedan levantar vuelo, es simplemente que no se le permite que lo levanten.
La historia, como siempre, es rica en ejemplo y lecciones. El PRI de México, con 71 años en el poder y 13 jefes de Estado, ha sido una auténtica fábrica de presidentes, no porque no le sobraba deseos a algunos de sus líderes de permanecer eternamente en el poder, sino porque la Constitución de la República solo le permitía un mandato de 6 años y nada más. Lo mismo puede decirse de El Salvador, Panamá, Brasil, Colombia, Perú, Costa Rica, países cuyos esquemas constitucionales han hecho posible el surgimiento de numerosos líderes que luego se convirtieron en presidentes.
En el caso de la República Dominicana, cuando se asumió el esquema de reelección norteamericana, se estaba sembrando las bases para la renovación del liderazgo político de los partidos. Pero, lastimosamente, la última modificación constitucional volvió a establecer de nuevo un régimen que, en la práctica, estará dirigido a favorecer el regreso de los que ya fueron presidentes, no de los que aspiran a serlo, a menos que no se imponga una verdadera política de renovación interna dentro de los partidos.
Es posible que el expresidente Leonel Fernández esté siendo sincero en su planteamiento para que el PLD se convierta en una fábrica de presidentes. Particularmente, no tengo por qué dudarlo. Pero, ¿podrá resistirse a la tentación que provocan aquellos factores, que encadenados, propician el absolutismo y el caudillismo dentro de los partidos políticos? Se necesitaría mucha voluntad y una gran dosis de desapego para liberarse de estos condicionantes.
No importa que las tendencias ideológicas de los partidos sean de derecha o de izquierda, en estos países tercermundistas la historia del liderazgo ha sido la de permanecer, y si las circunstancias lo permiten, eternizarse. En el ala de la izquierda podemos citar muchísimos nombres, pero para no hacer la lista muy larga cabe destacar: en China, a Mao Tse Tung; en Corea del Norte a Kim Il Sung y su hijo; en Cuba a Fidel Castro; en la URSS a Joseph Stalin; en la antigua Yugoslavia a Tito. En la derecha la lista es interminable: Hitler, Mussolini, Trujillo, Pinochet, Kadhafi, Duvalier, Francisco Franco, Sadham Hussein, y muchísimas especies, mas representantes, de esta sanguinaria fauna de dictadores.
Los casos de Mandela o Benedicto XVI son raros en la historia. Ambos renunciaron a permanecer en el poder, cuando nadie se lo pedía. Sin embargo, renunciar desde el poder y convertirse en mentor de nuevas generaciones de líderes y gobernantes parece que no está en el esquema de la mayoría de los políticos tradicionales.
El expresidente Fernández tiene condiciones políticas y personales excepcionales para convertirse en un eficiente promotor del liderazgo dentro de su partido. No hay nada, sin embargo, que lo obligue a hacerlo, como tampoco tiene obstáculos en su camino que le impida no hacerlo. Cada quien es dueño de su propio destino y él tiene el derecho de escoger el que encuentre más conveniente. Parafraseando al Papa Francisco, diría que yo no soy nadie para recomendarle que se jubile.
Lo que sí está claro es que el PLD será una fábrica de presidentes, solo cuando la Constitución de la República lo propicie o cuando el desapego de sus líderes se lo permitan. En 40 años de fundado, nuestro partido ha demostrado ser una fábrica muy poco eficiente en lo que a producción de presidentes se refiere.
Hasta hoy la producción solo ha alcanzado para dos.