El arquitecto y regidor Kalil Michel ha propuesto a la Oficina Supervisora de Obras del Estado aprovechar los actuales trabajos de remodelación del parque Independencia para eliminar la verja que rodea ese emblemático espacio público de la ciudad de Santo Domingo. La idea ha contado de inmediato con el apoyo del reputado urbanista Erick Dorrejo, quien ha opinado que “en términos generales los espacios públicos como plazas y parques deben ser abiertos al público para el disfrute de los munícipes”.
Me identifico plenamente con esta propuesta y sugiero a los medios de comunicación, personalidades y sectores representativos de la vida urbana de Santo Domingo promover un debate sobre el tema, considerando la importancia histórica, cultural y recreativa del parque Independencia como centro vital de la vieja capital dominicana. Entiendo además que este cambio podría ser un aporte al esfuerzo que auspicia el Ministerio de Turismo para relanzar la Ciudad Colonial como eje central de una estrategia dirigida a atraer un mayor flujo de turistas hacia la principal metrópolis del país.
Conviene recordar que hasta el año 1976, cuando se edifica el actual mausoleo a cargo del contratista Cristian Martínez, el Parque Independencia siempre conservó su condición de principal plaza pública de la capital, donde tenían lugar importantes eventos patrióticos, políticos, sociales y recreativos. Ahora es un lugar restringido para la gente, solo para pasar y verlo desde fuera o visitarlo en ocasiones especiales.
El sentido de exclusión del Parque Independencia es tan patético que las frecuentes exposiciones fotográficas que se montan en sus instalaciones se hacen para ser vistas desde fuera.
Si bien es cierto para disponer el cierre del parque Independencia se alegó una dudosa razón de solemnidad, en la práctica y en el tiempo este lugar simplemente se ha reducido a un ghetto de pordioseros, prostitutas y buscavidas, condición que no guarda ninguna relación con las razones que pretendieron justificar aquella medida. Pero si se debe delimitar el espacio del parque bien podría hacerse con árboles, como sugiere Dorrejos, o con bancos o con un muro perimetral pequeño que también se pueda utilizar como asientos, tal como sugerí en mi artículo del pasado abril: “El cierre de los parques de Santo Domingo”.
Paradójicamente, y talvez sin la intención deliberada de mostrar lo absurdo y aberrante de esta medida, una institución tan estratégica como el Banco Central de la República Dominicana ha mantenido sus dos principales edificaciones en el centro de la ciudad como espacios abiertos sin ninguna restricción para uso público.
Kalil Michel aporta en su propuesta un argumento que me parece sumamente razonable, al recordar que en diferentes capitales americanas, lugares públicos similares al Parque Independencia nunca están enverjados, citando el ejemplo del Parque Centenario de la Independencia Guatemalteca, el Parque Centenario en Quito, y el parque Centenario, de la Revolución de Mayo en Buenos Aires, Argentina. (12 de octubre 2014)