Por Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Se vislumbra un cambio, una realidad distinta, en la que mujeres y hombres han de complementarse para tomar nuevos caminos. La hegemonía del macho, por sí misma, ha llegado a su fin. Por otra parte, hay quien piensa que la intuición de una hembra es más precisa que la certeza de un varón. Esto mismo lo escribí hace muchos años. A pesar del tiempo transcurrido, más de treinta años, sigo pensando que el papel de la mujer es decisivo en la sociedad actual, hasta para la humanización del planeta. Consideraba entonces que el empuje de las mujeres rurales eras crucial para poner fin al hambre y la pobreza. Y esa es la línea que se ha seguido, avivada sobre todo por Naciones Unidas, haciendo hincapié en el acceso igualitario a los recursos de la tierra, al crédito y a los recursos productivos, puesto que encontrando oportunidades para un trabajo decente, está asegurada también la educación y la salud de sus hijos.
Más tarde volví a escribir sobre ellas, coincidiendo con el primer día internacional de las mujeres rurales, sobre el quince de octubre de 2008, y desde entonces, no han cesado las voces que elogian su buen hacer en las economías rurales de los países desarrollados y en desarrollo, pero también en el logro de la paz, la justicia y la democracia. Hoy más que nunca, considero que es necesario reconocer su trabajo, y velar mujeres y hombres por que se cumplan tantos horizontes abiertos, para que todos unidos podamos disfrutar de una amplia gama de derechos, desde derechos patrimoniales y de sucesión hasta el derecho a cultivar la mente y a vivir sin violencia.
A mi juicio, el papel de la mujer ha sido fundamental siempre en todas las sociedades. Por eso, la apuesta de la agricultura familiar como tema principal del día mundial de la alimentación 2014 (dieciséis de octubre), bajo el lema de "alimentar al mundo, cuidar el planeta", me parece una acertadísima idea, puesto que centra la atención mundial en la propia estirpe, sin obviar el género y alimentando el pensamiento. Indudablemente, mujeres y hombres han de apostar por una ciudadanía que mejore sus dietas, reduciendo el desperdicio, para contribuir de este modo a un uso más sostenible de los recursos.
Por consiguiente, oír la voz de las mujeres en pie de igualdad con las del varón, no sólo es justo, creo que es vital para un mejor desarrollo humano. No olvidemos que alrededor de quinientos millones de los quinientos setenta millones de explotaciones agrícolas mundiales están a cargo de familias, donde las mujeres son las principales cuidadoras de nuestros recursos naturales. Como sector, suponen el mayor empleador del mundo, suministran más del ochenta por ciento de los alimentos del mundo en términos de valor. En este esfuerzo conjunto, las mujeres han tenido un papel significativo, no siempre debidamente reconocido, cuando han sido las grandes protagonistas en la mayoría de las ocasiones.
De igual modo, en el día internacional de la pobreza (diecisiete de octubre), se nos llama a no dejar atrás a nadie, a pensar, a decidir y a proceder juntos contra la indigencia extrema. Ciertamente tenemos mucho trabajo por hacer. Los progresos han sido desiguales. A demasiados seres humanos, especialmente mujeres y niñas, se les sigue negando derechos. La desigualdad en muchos países fomenta la exclusión y son las hembras, para desgracia social, las grandes marginadas por el sistema. Sin embargo, ellas continúan siendo la indispensable aportación a la sociedad, en particular con su sensibilidad e intuición hacia el semejante, el débil y el indefenso. De ahí, que sea un signo de esperanza para todos, los nuevos espacios y responsabilidades que se han abierto en torno a la mujer, y que sería bueno se extendiese por todos los rincones del planeta. Sus dotes de delicadeza, su genuina fuerza como ha demostrado la joven paquistaní Malala Yousafzai (premio Nobel de la Paz 2014) con su coraje por el derecho de las niñas a la educación, haciéndolo en circunstancias muy peligrosas. Todo un referente y, sin duda, una atmósfera de ilusión para los jóvenes.
Malala -como dijo el Secretario General de Naciones Unidas- es una brava y gentil defensora de la paz que, con el simple acto de asistir a la escuela, se convirtió en una maestra mundial. Y en este sentido, cuando dijo: “una pluma puede transformar al mundo”, demostró cómo una joven mujer puede liderar ese cambio. Personalmente, no me cabe duda de que necesitamos del alma femenina, sin la cual la vocación humana será irrealizable. No obstante, todavía la fragilidad tiene nombre de mujer. Tenemos, pues, que escuchar más y tomar medidas para apoyarlas en sus esfuerzos y, así, poder construir una vida mejor para sí mismas y para sus familias. Su llamamiento, aparte de ser oído, debe ser atendido y, a la vez, entendido. Al fin y al cabo, no importa el género, el indio Kailash Satyarthi (también premio Nobel de la Paz 2014), nada le impidió estar al frente de un movimiento global por la justicia, la educación y una vida mejor para millones de menores atrapados en la explotación del trabajo infantil.
En consecuencia, trabajemos asociados mujeres y hombres, ricos y pobres, para que todos los seres humanos tengan mayores oportunidades de vivir una mejor vida. Desde luego, se requiere una superior implicación para que la humanización se haga realidad. Hemos de pasar de la teoría a la práctica. El esfuerzo evidentemente tiene que ser colectivo, pero no podemos eludir el esencial papel de la mujer, que hasta en los mismos acuerdos de paz son más duraderos si se les incluye. La igualdad no puede ser un sueño, ha de ser un deber prioritario de toda la especie humana, para poder avanzar en cuestiones de justicia y derechos humanos. Ellas han sido piezas básicas de nuestra historia de vida, representan no sólo una genuina fuerza para el diario de vida de las existencias, para la irradiación de un clima de serenidad y de armonía, además forman parte de un contexto del que asimismo depende el progreso en muchas de otras esferas humanas.
Por tanto, mal que nos pese, tenemos la obligación común de asegurar que las mujeres puedan ejercer su derecho a vivir libre de la violencia que hoy afecta a una de cada tres mujeres en todo el planeta; a recibir igual remuneración por trabajo igual; a no sufrir una exclusión que le impida participar en la economía; a opinar, en pie de igualdad y ponderación, sobre las decisiones que afectan a su existencia; y a decidir si tendrá descendencia o no y cuántos tendrá y en qué instante. De lo contrario, la vida seguirá siendo pura necedad y la especie se verá atrapada en una necia contienda de estupideces, dispuesta a evocar frases imperecederas como aquella que dice que "a la sombra de un hombre célebre hay siempre una mujer que sufre". Dicho lo cual, convendría interrogarse: ¿Por qué ha de sufrir siempre la mujer?. Puede que también nos den una lección más con ello, puesto que el verdadero valor, quizás radique en saber resistir aún con el sufrimiento.