Por Luis R. Decamps R. (*)
En la mañana del 6 de octubre de 1981, el presidente de Egipto, Anwar el-Sadat, encabezaba un desfile militar en el estadio de Medinet Nasr, situado en la periferia de la ciudad de El Cairo, en conmemoración de un nuevo aniversario del inicio de la llamada Guerra de Octubre o del Ramadán, librada en 1973 contra Israel (Guerra de Yom Kipur para los judíos).
El estadio se encontraba atestado de gente (algunos periodistas occidentales calcularon en cerca de 100 mil los asistentes), y Sadat, acompañado por sus colaboradores más cercanos -civiles y castrenses- y varios dignatarios extranjeros, serenamente alternaba su mirada entre los militares que desfilaban, un espectáculo aéreo en desarrollo y el bullicioso gentío de las graderías y sus entornos.
El acto estaba ya en su tramo final, y mientras los acompañantes del mandatario egipcio y la enorme multitud de concurrentes centraban sus miradas en las arriesgadas piruetas de los aviones Mirage piloteados por expertos en maniobras aéreas (remate de aquella virtual apoteosis nacional), varios vehículos militares pasaban frente al palco -fuertemente custodiado por cuatro líneas humanas de seguridad- en el que aquel se encontraba.
Atento y protocolar, Sadat repetía por enésima vez su solemne saludo a los uniformados que marchaban frente a él, pero de súbito, cuando hacía un ademán con la mano derecha para enfatizar su reconocimiento a los mismos, fue sorprendido por un tableteo de ametralladoras que momentáneamente se confundió con el ruido de los aviones, y a seguidas un grupo de seis soldados (después se sabría que dos de éstos eran civiles disfrazados) saltó de la parte de atrás de uno de los camiones militares disparando y lanzando granadas de fragmentación hacia la grada presidencial.
Los proyectiles impactaron en varios de los presentes, incluyendo a Sadat y al vicepresidente Hosni Mubarak, quienes cayeron al suelo, y uno de los soldados atacantes (luego identificado como Showky Khalid Ahmed Al-Islambouli, de 24 años de edad), aprovechando la confusión y el pánico creados por las detonaciones y el estallido de las granadas, avanzó como un rayo hacia donde se encontraba el primero y vació su arma de asalto en dirección a él -que permanecía inmóvil en el piso- al tiempo que gritaba: “¡He matado al faraón!”.
La seguridad de Sadat y los militares leales reaccionaron en firme actitud de respuesta siguiendo las órdenes del también herido ministro de Defensa (general Abdel Halim Abu Ghazala), y de inmediato se produjo un enfrentamiento a tiros con los agresores, tres de los cuales murieron y los restantes fueron capturados… El atentado, ejecutado con excepcional precisión y gran celeridad, se había realizado en aproximadamente 57 segundos.
Por su parte, la muchedumbre que presenciaba el evento fue presa de una histeria incontrolable: se produjo una estampida humana y un gran número de personas, entre ellas niños, resultaron pisoteadas y aplastadas. Un camión de 30 toneladas que transportaba un cohete antiaéreo, al hacer una brusca maniobra de marcha atrás, virtualmente trituró a un joven que intentaba escapar del teatro de los acontecimientos.
El presidente egipcio, con el rostro ensangrentado y múltiples heridas y laceraciones en el cuerpo, fue levantado del suelo por varios oficiales y trasladado rápidamente en helicóptero al hospital militar Maadi, donde se activaron con prontitud los servicios de emergencia de alta seguridad y se dispuso la estrategia clínica de rigor para tratar de salvarle la vida.
A pesar de que algunas fuentes aseguran que Sadat había muerto en el acto, el parte informativo posterior de la agencia de noticias oficial indicó que había sido alcanzado por 5 proyectiles (en la sien izquierda, el pecho, el cuello, una pierna y un brazo), y que al llegar al citado centro médico se encontraba vivo, aunque “en estado de coma total” y sangrando abundantemente por la boca. Un equipo de 10 médicos especialistas le practicaría múltiples procedimientos de reanimación (transfusiones de sangre, inyecciones de medicamentos, choques eléctricos, etcétera) y diversas intervenciones quirúrgicas. Todo, sin embargo, resultaría infructuoso. El jefe de Estado egipcio, de 62 años de edad, sería declarado muerto a las 1:30 de la tarde.
El anuncio formal, no obstante, se haría casi tres horas después, y durante el espacio de tiempo que medió entre éste y el tiroteo hubo todo tipo de especulaciones: desde un presunto golpe de Estado sangriento hasta la supuesta desaparición con vida del mandatario. Las conjeturas, empero, terminarían a las 2:30 de la tarde: la cadena televisiva norteamericana NBC, citando declaraciones del máximo responsable de los servicios de seguridad egipcios, anunció al mundo el deceso del presidente por boca de su corresponsal en la ciudad de El Cairo.
Conforme a la mencionada agencia de noticias, en el ataque también habían muerto otras 5 personas (cifra que otras fuentes elevan a 10), incluyendo a nativos y extranjeros, y 38 resultaron heridas. Entre los muertos se encontraban el general egipcio Hassan Hallam y dos altos dirigentes coptos (cristianos egipcios), y entre los heridos de mayor consideración estuvieron por lo menos 6 diplomáticos o representantes gubernamentales acreditados en El Cairo.
Como ya se ha reseñado, varios de los autores directos del magnicidio fueron apresados en el acto. Las investigaciones preliminares determinaron que se trataba de militantes radicales musulmanes que eran parte del ejército egipcio y estaban dirigidos por Showky Khalid Ahmed Al-Islambouli, un oficial de carrera con sobresaliente hoja de servicios que pertenecía a una secesión local extremista de los Hermanos Musulmanes que promovía el derrocamiento de Sadat y el establecimiento de un gobierno islámico.
Desde los primeros años de su gestión gubernamental Sadat era objeto de ásperas críticas por parte de varias facciones fundamentalistas musulmanas que lo acusaban de impedir la conversión de Egipto en un Estado islámico, a lo que luego se había sumado el rechazo de gran parte de los gobiernos y los pueblos árabes por él haberse acercado políticamente a Estados Unidos y, más adelante, firmado un tratado de paz con Israel (1979). Ese último hecho, en particular, había intensificado el odio contra Sadat, pues implicaba un acto de reconocimiento al Estado judío que era interpretado por los integristas como una “entrega a los enemigos de Alá” y una postura de “desprecio a la causa de los hermanos palestinos”.
Así las cosas, varios agrupamientos políticos radicales declararon a Sadat “traidor” y “enemigo del pueblo árabe”, y su muerte fue ordenada por una fatwa emitida por Omar Abdurrahman, el mismo jeque ciego que instruyó en Egipto el saqueo de los comercios de los coptos y el incendio de sus iglesias, y que tras ser aceptado en los Estados Unidos como asilado político se convertiría en el mentor de los organizadores del primer atentado contra el World Trade Center (las torres gemelas de Nueva York) en 1993.
El asesinato del mandatario egipcio generó una ola de indignación en Occidente y gran tristeza entre los partidarios de la paz mundial. Sadat era un valiente y carismático líder político y militar que, luego de haber sido un antisemita militante (admirador de Hitler) y un nacionalista intransigente (compañero de Gamal Abdel Nasser y uno de los fundadores del "Movimiento de Oficiales Libres"), había evolucionado hacia posiciones moderadas. Al momento de su muerte, creía firmemente que el futuro del Medio Oriente tenía que construirse con base en un entendimiento entre judíos y árabes que implicara el reconocimiento de los derechos del pueblo palestino y la aceptación de la existencia del Estado de Israel.
Naturalmente, el asesinato de Sadat era un golpe y una amenaza a los esfuerzos por la paz en el Medio Oriente no sólo por el hecho mismo -desestabilizador y abominable- sino también porque significaba que las fuerzas armadas egipcias, en esos momentos consideradas como las más poderosas del mundo árabe, estaban peligrosamente penetradas por el fundamentalismo islámico.
Como resultado de la desaparición de Sadat, y de conformidad con el mandato constitucional, doce días después se efectuó un referéndum para la designación de un nuevo presidente, luego de que el Parlamento presentara un único candidato, elegido por mayoría de dos tercios. El pueblo debía aceptar o rechazar al candidato propuesto. En este caso -postulado por el partido de Sadat-, se eligió al vicepresidente Mubarak, quien se convirtió oficialmente en presidente de Egipto en ese mismo mes de octubre de 1981.
Las investigaciones realizadas por los organismos de seguridad de Egipto develaron que el letal atentado contra Sadat fue obra de una conjuración en la que participaron diversos grupos integristas tanto nacionales como extranjeros, algunos alentados por la Libia de Muamar el-Gadafi. Miles de militantes islámicos fueron detenidos en el curso de las pesquisas, y unos 300 fueron juzgados por conspiración y tentativa de golpe de Estado.
El 6 de marzo de 1982 un tribunal castrense dictó sentencia contra los responsables del asesinato de Sadat: fueron condenados a muerte los dos militares (el teniente Al-Islambouli y el oficial de reserva Hussein Abbas) y los tres civiles (Abdel Halim Abdessalam, de 29 años; Ata Tayel Hemeda, de 28 años; y Abdessalam Farrag de 28 años, ingeniero de profesión e ideólogo del grupo) que integraron el comando magnicida. Los primeros serían fusilados y los segundos ahorcados. Asimismo, el teniente coronel de inteligencia Abud Al Zomor y su primo el integrista Tarek Al Zomor, considerados figuras claves de la conjura, recibieron condenas a cadena perpetua (un tope de 25 años de prisión en Egipto), mientras que Karam Zohdy, autor intelectual del hecho y uno de los líderes del grupo islámico Al-Gamaa al-Islamiya (una escisión radical de los Hermanos Musulmanes), resultó condenado a la misma pena.
El 28 de octubre de 2003 las autoridades egipcias dejaron en libertad a Zohdy. El Ministerio del Interior de Egipto informó que la decisión de excarcelar al dirigente radical obedeció a que éste ya había cumplido su pena, padecía diabetes y presentaba serios problemas cardíacos. En los corrillos políticos se rumoreó que éste había pactado su salida de la cárcel con las autoridades. La verdad es que, estando en la cárcel, Zohdy había ordenado un alto al fuego a sus compañeros y manifestado arrepentimiento por su participación en el asesinato de Sadat, a quien consideró “un mártir”. Esta decisión de Zohdy provocó que una importante cantidad de sus correligionarios (entre ellos Al-Islambouli y los Al Zomor) lo acusaran de traidor y se separaran de su organización.
Durante el largo mandato del presidente Mubarak, que se extendería hasta febrero de 2011 (cuando fue obligado a dimitir por la rebelión popular del 25 de enero), fueron continuadas, aunque ya sin el aura moral e ideológica del movimiento nasserista, las grandes líneas de la administración anterior: cercanía con Occidente, diferenciación frente al fundamentalismo, colaboración con los esfuerzos de paz en el Medio Oriente y régimen político semidespótico, filomilitarista y represivo.
En el año 2012, Tarek Al Zomor, en una entrevista periodística, también se confesó arrepentido por haber participado en el asesinato de Sadat con estas singulares palabras: “…fue un error. Aunque la verdad es que Sadat más bien se suicidó. Durante la última fase de su presidencia multiplicó su represión, y la extendió a todas las fuerzas que discrepaban con él… Tanta violencia tenía que acabar volviéndose contra él”.
(*) El autor es abogado y profesor universitario [email protected]