No hay cosa más eficiente para distraer la atención colectiva sobre cualquier escándalo que una buena cortina de humo. Para que sea suficientemente distractiva y salvadora tiene que ser oportuna, pues sólo así propicia el escape, induce el olvido, atenúa las pasiones y paraliza las amenazas inminentes. Y debe ser en extremo espectacular, como vemos: el sangriento asalto a una cárcel, la bomba incendiaria en un vagón del Metro, el sabotaje paralizante de una red de transmisión eléctrica o la muerte, como anillo al dedo, de un gran notable. (¡Qué buena suerte, la de Leonel y Félix!).